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El PAN de ayer y hoy

Superiberia

 

 

Lo mejor del PAN está en sus orígenes. Su creación, en el apogeo del nacionalismo autoritario, fue una hazaña ciudadana. Su trayecto es una historia de abnegación y de lucha por la democracia pero, lo más importante, la vinculación de política y ética. Se hablaba de ejercer de manera diferente el poder. Desafortunadamente, cuando llegó la alternancia, el partido no supo actuar conforme a sus principios.

El libro de Luis Felipe Bravo Mena es un magnífico repaso histórico. Sin embargo, es tibio en su condena a la corrupción y parco en la descripción de la actual crisis panista. Cita un documento del difunto grupo Panistas por México: “Negar o ignorar algunos hechos acontecidos o supuestos no honra nuestro pasado ni hace viable nuestro futuro común”.

Desde luego, hay un PAN diferente desde su arribo al poder. Nunca se definió una relación de respeto entre los gobiernos emanados de sus filas y los órganos del partido. Bravo Mena, siendo dirigente, habló de una vinculación democrática, pero nunca definió en qué consistía.

La descomposición del partido se originó hace algunos años, pero el responsable de solapar los actuales escándalos de corrupción tiene nombre y apellido: Gustavo Madero Muñoz, quien se equivoca al culpar a los medios por señalar nuestros males. El PAN jamás le ha tenido miedo a la crítica y mucho menos a la verdad. La corrupción ha envenenado al partido. Se dice que no ha habido denuncias. Bastaría asomarse a las actas del Consejo y del CEN para desmentir esta afirmación. Los órganos colegiados del partido tienen una historia de espléndido debate y de confrontación de ideas, pero para su conformación actual prevalecieron la exclusión y la facción. Los consejeros vitalicios infructuosamente claman por retornar a la doctrina, pero nadie responde. ¡Qué triste que, en un partido acostumbrado a la confrontación de ideas, prevalezca la lucha de intereses!

Los mayores señalamientos de corrupción recaen en panistas que han apoyado a Gustavo Madero. No es coincidencia, pues se ha resistido a las investigaciones, protegiendo e impulsando a quienes han sido denunciados.

Bravo Mena distingue en su libro entre la cultura panista y quienes simplemente forman parte de su padrón. Afirma que Efraín González Morfín se fue del PAN… por panista. Desafortunadamente no es el único caso, la disminución del padrón se corresponde con un profundo desánimo al percibir su alejamiento de la doctrina.

El primer deber del presidente de una institución es cuidarla, protegerla, hacerla respetable. La dirigencia, sin embargo, ha permitido que se le atropelle desde fuera y desde dentro.

Ante este escenario, ¿qué hacer? Lo de siempre: acudir a las bases. En la década de 1940, había unos 30 panistas recorriendo el país y sembrando ideas. Esa es la tarea. Sí hay panistas con cultura panista y por ellos vale la pena hacer el esfuerzo.

En algo tiene razón Madero, se ha perdido la capacidad de indignación en los mexicanos, pero más grave es esa pérdida entre los panistas. Se requieren voces que denuncien, pero que también asuman compromisos para impulsar el retorno a la doctrina. Ahí es donde nos gustaría confirmar la congruencia de Bravo Mena y de muchas figuras notables que hoy cometen el más grave pecado político, el de la omisión.

El más sonoro reclamo de la sociedad mexicana es el combate a la corrupción. Peña Nieto habla de una nueva ética, ¿qué es eso? No hay más ética que la concebida hace dos mil 400 años por los mejores talentos griegos. Lo dicho después son simples pies de página. El PAN, a sus 75 años, no requiere de una nueva ética, sino de una renovada voluntad para rescatar las viejas ideas porque no hay mejores. Que no nos maree la neurosis de la escaramuza. Es preciso regresar a la brega de eternidad.

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