Pablo Hiriart
Autor de la Columna Uso de Razón
Un Presidente enojado con todos y sin base científica alguna levantó la Jornada de Sana Distancia, cuando el país está en semáforo rojo por la pandemia que acumula diez mil muertos por un virus que, según sus palabras, no era grave ni llegaba a influenza.
Ése es López Obrador.
Por falta de preparación o por proyecto, no nos lleva al progreso económico y cultural, sino que trabaja para hacer de México un país de pobres.
En eso consiste su revolución. Destruirlo todo y gobernar sobre una multitud muda, sumisa y dependiente de la caridad del gobierno.
Tan sólo este año la crisis va a aportar a su proyecto entre diez y doce millones de pobres más, que no lo eran.
Él no es culpable de que haya coronavirus, pero sí del manejo irresponsable de la epidemia y de la economía.
Todas sus políticas están orientadas a golpear a la clase media, a los empleadores y a las instituciones que la democracia se ha dado.
Si hay alguna metáfora del momento actual, es la imagen de los padres de niños con cáncer que, envueltos en cobijas y tirados en la calle, pasaron días y noches afuera de la Secretaría de Salud en espera de una cita porque no hay Metotrexato, Ciclofosfamida, Citarabina, Ifosfamida y otras medicinas para sus hijos que batallan contra la enfermedad.
La caridad del gobierno los puede salvar, porque ellos no tienen dinero con qué pagar esos medicamentos que el Estado les proporcionaba gratis. ¿Quieren ayuda? Fórmense con la 4T.
Con los artistas y científicos ocurre lo mismo. Que se destruyan todos los fideicomisos creados para impulsar sus actividades, ordenó el viernes el Presidente. El apoyo va a ser “directo”, dijo, o sea discrecional, a su gusto.
¿Todavía no entienden? Si asumen su condición de clientela del gobierno tal vez tengan apoyos. Y sólo por eso, no por sus conocimientos y aportaciones: “¿Quiénes apoyaron el porfiriato? Pues los científicos”, señaló AMLO.
Así de contaminado está su pensamiento.
Ninguna estrategia ha habido para aliviar el dolor de la población ante el coronavirus, sólo engaños y subregistros de casos que cuando son descubiertos por los medios, nacionales e internacionales, el Presidente los insulta.
El proyecto no pasa por gastar dinero en salud. Ahí ahorran. Él quiere petróleo y residuos (tóxicos) para sacar a la iniciativa privada del sector energético, a como dé lugar.
La semana antepasada AMLO presumió todos los días que le había cobrado a Walmart ocho mil millones de pesos de impuestos atrasados, y abrió una discusión del mejor destino para ese dinero.
Muy bien que los hicieron pagar. Pero esa suma es cercana a lo que pierde, en un solo día, Petróleos Mexicanos: seis mil 178 millones de pesos. Sí, eso perdió Pemex cada día del primer trimestre de este año.
La revolución de López Obrador pasa por destruir al sector privado y en eso está.
Entre la segunda quincena de marzo y el 30 de abril se perdieron, según cifras oficiales, 750 mil empleos formales. Cuando salgan los datos de mayo habremos rebasado el millón de personas que se quedaron sin trabajo, sin seguridad social y prestaciones. Más los del sector informal. Otro millón, por lo menos.
¿Apoyos para evitarlo? Ninguno. México no sigue las recetas del FMI, sentenció AMLO en su entrevista con Epigmenio Ibarra.
La tragedia laboral tiene sin cuidado al Presidente. No apoya a los empleadores, prefiere que quiebren, lo ha dicho.
Pudo salvar cientos de miles de empleos y de unidades productivas. No quiso porque su idea es otra: una revolución que aplaste al sector privado.
Lo dijo el Presidente: el dinero se va a buscar petróleo y a refinación, aunque no encuentren y se pierdan 12.5 dólares por barril refinado. Si en el sector privado no hay recursos, “eso es otro asunto”, dijo.
¿Cómo que otro asunto? Ahí está el 94 por ciento de los empleos del país. Pues sí, pero esto no es un juego, es una revolución.
Es iluso pedir que se combata a la delincuencia, que en 15 meses de este gobierno ha matado a 50 mil personas. A los grandes cárteles se les quiere aliados del gobierno, como hemos visto ejemplos tan evidentes como asombrosos.
Al Ejército no lo mandaron a sus cuarteles, como ofrecieron. Ni tampoco a combatir a los grupos armados de delincuentes. ¿Entonces, por qué sigue en las calles?
¿Qué hacer con los ricos?, se pregunta el Presidente.
Hasta ahora han hecho lo mismo que Venezuela y Cuba al inicio de su paso al socialismo. A los grandes empresarios los hicieron sus amigos mientras se afianzaban en el poder, luego les quitarán sus propiedades y después los exiliaron.
Al resto de los empleadores los asfixiaron y luego los señalaron como enemigos del pueblo.
Por ese camino vamos.
Mientras, la economía se desmorona –JPMorgan prevé que el próximo año México perderá el grado de inversión–. La confianza del consumidor se desplomó. La caída del crecimiento será brutal este año: -8 por ciento. Los que pierden sus trabajos son millones. Millones serán también los que pasen hambre.
Se acaba la sana distancia, el Presidente sale a viajar, a la vez que miles de mexicanos mueren en sus casas o en hospitales descuidados y el personal médico es, literalmente, sacrificado por ahorros y una mala planeación del gobierno.
¿Estamos en peligro? Sí. ¿El país está acabado? No.