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El Pacto: ¿ensayo fallido o espejismo?

Superiberia

Envidiado, al menos a nivel de discurso, hasta por los estadunidenses demócratas y republicanos, el Pacto por México experimenta una crisis que deja al descubierto nuestro déficit para resolver conflictos en la misma mesa donde se construyen los acuerdos.

El tropezón a casi un año de su lanzamiento mete en problemas a sus protagonistas.

De entrada, de concretarse el amago de salida del PRD, el presidente Enrique Peña Nieto perdería uno de los rasgos distintivos de su arranque de sexenio: la capacidad de sentarse a la mesa de las negociaciones con las fuerzas de derecha e izquierda.

Y se desinflaría uno de los atractivos que el gobierno ha presumido en el extranjero como evidencia de que el PRI que regresó al poder no es el mismo que se conoció en el mundo como modelo de autoritarismo equiparable al soviético.

Aunque el tema en México se ha trivializado y visto como una modalidad de los tradicionales arreglos entre la clase política, para nuestros vecinos del norte y gobiernos europeos, la capacidad del acuerdo siempre constituye un indicador de civilidad, certeza jurídica y democracia.

“El Pacto por México es una gran inspiración para todos los congresistas de Estados Unidos, donde ni siquiera podemos solucionar nuestros problemas, no nos llevamos bien y vemos al sur, vemos a México y vemos cómo ustedes pueden trabajar juntos”, comentó Michael McCaul, presidente de la Delegación Parlamentaria de EU y del Comité de Seguridad Interior de la Cámara de Representantes, el viernes antepasado durante la Interparlamentaria de México-Estados Unidos.

Proclives a desdeñar nuestros logros, podríamos pasarnos de largo frente al elogio del republicano y reducir su expresión a una mera cortesía de la diplomacia parlamentaria.

Lo cierto es que el Pacto por México representa un antes y un después de nuestra imagen política a nivel internacional.

De manera que, ante la amenaza de su descarrilamiento, el dicho popular aplica: “Nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido”.

Y el obligado balance del primer año de gobierno nos lleva a preguntarnos si la experiencia del Pacto por México ha dejado algo más que reformas todavía en el papel y en fotos en Los Pinos entre el presidente Peña y los dirigentes del PAN, Gustavo Madero, y del PRD, Jesús Zambrano.

Es cierto que ahora se impone el ruido de la supuesta salida de los perredistas, inconformes por una eventual alianza del gobierno con el PAN para sacar adelante la reforma energética constitucional.

Pero más allá de la coyuntura e independientemente de si el PRD regresa o no al Consejo Rector del Pacto, la reacción de Zambrano y los suyos muestra nuestras limitaciones para asimilar el disenso, las diferencias, el conflicto, la oposición, pues.

Apenas el domingo 80% de los integrantes del Consejo Nacional de ese partido avaló la permanencia de perredistas en la mesa de las negociaciones de ese mecanismo de diálogo permanente con el gobierno de Peña.

Si nos atenemos a lo que había ocurrido con el PRD en los últimos dos sexenios, un consenso de tal dimensión para legitimar el trato con el poder ejecutivo constituye una significativa señal del lento, pero irreversible proceso de institucionalización del diálogo político en México.

Pero el carácter efímero de esa determinación de los perredistas -porque cuatro días después del Congreso de Oaxtepec vino la presunta ruptura- se presenta como evidente síntoma de la fragilidad del incipiente entramado de diálogo y construcción de acuerdos.

Y es que al margen de si estamos o no de acuerdo con una reforma energética que modifique la Constitución, el hecho de que sus opositores se paren de la mesa con la advertencia del caos implica regresarnos a la película de 2006, cuando el entonces ex candidato presidencial del PRD decidió bloquear Reforma y autonombrarse presidente legítimo.

Si bien la reacción inmediata del presidente Peña es que no pretende la unanimidad y que está dispuesto a seguir en la ruta de las reformas con el respaldo de una mayoría, la situación abre interrogantes pospuestas ante la más clara evidencia de nuestra incapacidad para canalizar institucionalmente el desacuerdo: la resistencia de los maestros aglutinados en la CNTE hacia la reforma educativa.

También en el caso de las protestas magisteriales

-respaldadas por menos de la quinta parte del gremio- se dijo desde la Secretaría de Gobernación y la SEP que no habría marcha atrás. Y sin embargo, a casi tres meses de que se aprobó el servicio profesional docente, la incertidumbre sobre su viabilidad persiste, porque la tentación sigue ahí. Lo que no se logra en el Congreso se arrebata en las calles. Lo que no se acuerda en el Pacto, se desbarata con impactos.

Y las dudas se imponen: ¿Fueron el Pacto y sus reformas una llamarada de petate? ¿Una alerta de que aún no estamos listos para los gobiernos de coalición? ¿Un fallido ensayo de la construcción de consensos? ¿Un espejismo democrático?

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