CHATARRA FIEL
La noticia financiera que resuena en el país es el cierre de uno de los bancos que fueron autorizados a operar en tiempos recientes, el Banco Bicentenario, que solo duró dos años desde que abrió sus puertas en el 2012. La Comisión Nacional Bancaria y de Valores (CNBV) ordenó hace un par de días la declaración de quiebra técnica porque no incrementó su capital y por manejos sospechosos de los fondos amparados en el esquema bancario.
Oficialmente el dueño del Banco Bicentenario es Ignacio Landa Ventosa, un empresario que antes había sido ejecutivo de otras instituciones bancarias además de haber sido presidente del Consejo Mexicano de Uniones de Crédito, aunque los socios ocultos son personajes de muy dudosa reputación. El más mencionado es el exgobernante de Veracruz, aquel que no debe ser nombrado y su participación en ese negocio trascendió desde la apertura de sus cuatro únicas sucursales, una en el Distrito Federal, la sede formal de la empresa, dos en Tamaulipas donde se mueve dinero muy sucio y otra más en el puerto de Veracruz, también donde el flujo de dinero enlodado es grande.
La versión oficial es que el banco fiel o banco chatarra, como lo llaman algunos analistas, no logró aumentar su capital que se quedó en unos 480 millones de pesos y tampoco alcanzó la meta de colocar créditos por casi 500 millones pues los empréstitos apenas llegaron a 30 millones. A la par, la CNBV detectó chanchullos muy conocidos en estas tierras donde gobernó el innombrable, como el falsificar datos oficiales, y así de los 670 clientes declarados solo el 30 por ciento eran reales, y los otros eran nombres falsos con el fin de triangular dinero a través de auto préstamos y otras transacciones oscuras.
Sin embargo, aunque cierren el banco los abusivos accionistas saldrán ganando porque los pasivos y créditos otorgados serán absorbidos por el Instituto de Protección al Ahorro Bancario (IPAB). Es decir, habrá un rescate público y serán los ciudadanos quienes terminen absorbiendo las pérdidas del banco fallido. Así, el innombrable y sus secuaces siguen haciendo negocio con el dinero público, y como el mismo solía gritarle insolentemente a los pobladores de la Cuenca del Papaloapan: “no tiene llenadera”.
Pero más allá de la noticia del quiebre del banco chatarra-fiel, lo interesante del asunto está en la identidad de los depositantes y los solicitantes de créditos en Veracruz. Confirmar si el gobierno estatal hizo negocios con el Banco Bicentenario y si algún personaje lavó su dinero en el mismo para hacerlo pasar como lícito –y al hablar de eso no solo se refiere al crimen sino también al dinero robado de las arcas estatales o municipales, y vaya que ese delito abunda en el estado-.
Claro, habrá quien diga que 480 millones que se invirtieron para capitalizar el negocio bancario es una bicoca comparada con los miles de millones que el innombrable se apropió del cajón estatal pero sea grande o pequeño, un robo es un robo, y sin duda parte del dinero que estaba inyectado en el Banco Bicentenario pertenece a los veracruzanos. Por lo pronto, a quien ya se le cerró un banco que estaba listo para financiarle de su precampaña rumbo a las elecciones del 2016 es al senador Héctor Yunes Landa, quien en últimas fechas anda muy mimoso con aquel que no debe ser nombrado. Padece el Síndrome de Estocolmo pues se enamoró de su verdugo.
HOJAS Y CRAYOLAS
¿Qué periodista en estos tiempos escribe en hojas de papel y a escondidas?. Aquellos que enfrentan la persecución, dicen los analistas de la organización Reporteros sin Fronteras (RSF). Lo hacen en aquellas naciones donde hay dictaduras militares o religiosas, donde la situación está tan descompuesta que los reporteros andan a salto de mata, están en las cárceles o viven escondidos. Ellos sacan sus colaboraciones para revistas o diarios como si fuera una mercancía de contrabando para evadir la intercepción y obviamente, la censura.
La vida de muchos de ellos pende de un hilo pero aún así defienden con ahínco su derecho a escribir, a relatar lo que sucede, a contarle al mundo lo que ven, explica un colega africano que hoy está refugiado en París, Francia. El pudo huir pero en su país hay cinco compañeros suyos en prisión y en espera de una sentencia, tal vez de muerte. El delito: escribir la verdad. Allá escribir libremente es peor que cargar un arma que amenace a los gobernantes, ellos le tienen más miedo a la pluma que al fusil, sostiene.
Otro comunicador refugiado proveniente de Sri Lanka, donde escribir es equivalente a un acto de terrorismo para la ley de ese país, relata que allá hay colegas suyos que su vida gira en redactar a escondidas y sacar sus escritos para que vean la luz, para que se publiquen, regularmente en el extranjero, y es un acto suicida porque si los descubren, el castigo es la muerte o la prisión. Algunos periodistas africanos o asiáticos publican con seudónimo, los presos, y otros, que están libres pero a salto de mata, usan su nombre. Algunos tienen dispositivos electrónicos –computadoras portátiles, tabletas o teléfonos celulares- pero cuando éstos se dañan sin poder adquirir otros o son decomisados, el oficio regresa a su forma artesanal.
Los que tienen suerte de contar con una maquina mecánica lo hacen y los que no regresan a los medios primigenios: la pluma y el papel. Obviamente los textos no se enviarán ni por el casi extinto facsímil –conocido popularmente como Fax y que es una telecopia que se envía a otro aparato similar que imprime a través de una línea telefónica, la explicación es para los jóvenes que no llegaron a conocer ni utilizar dicho medio de transmisión – ni mucho menos por internet. No, se tiene que sacar furtivamente, con alguien de confianza que los transporte y logre evadir las revisiones en cárceles o fronteras.
Hay quienes logran sacar su material simulándolo en cartas enviadas por la vía postal pero es un riesgo elevado pues el correo se revisa por orden de los censuradores del poder, y hay otros que guardan sus escritos, al no poder sacarlos los atesoran para que se publiquen algún día. Ha habido casos que en los que muere el periodista en prisión o en algún rincón olvidado y años después secencuentran sus papeles, llenos de historias de vida, de denuncias, de análisis sobre el tiempo que les tocó vivir.
Vaya, todo lo anterior parece una novela del siglo pasado, de esas en que el romanticismo por ejercer el oficio de periodista es digno de imágenes literarias. Sin embargo, lo grave es que son reales y son actuales. Es lo que pasa hoy en países donde hay dictadores amantes de la censura, del atropello a la libertad de expresión, que gozan obstaculizando el ejercicio periodístico y adquieren un odio enfermizo contra quienes lo ejercen. Son países lejanos de México pero cercanos a Veracruz donde también ejercer periodismo es una práctica de alto peligro.
La entidad esta convertida en un lugar similar a esos países donde la cárcel o la muerte es lo que les espera a los periodistas libres y los diarios son baleados o quemados. Lo que cuentan los colegas refugiados en Francia hace aludir invariablemente al caso de la columnista Marijose Gamboa, hoy encarcelada por hacer periodismo crítico y que hoy hace malabares para escribir y tratar de que sus textos lleguen a la redacción de Notiver, donde publica su columna que antes se llamaba “Al Aire” y ahora se titula “Desde el Penal”.
Vive la misma angustia que aquellos colegas de tierras lejanas, está en prisión por haber provocado la muerte accidental de un transeúnte sino por lo que escribe. El pasado miércoles se informó que magnánimamente el secretario de Seguridad Pública, Arturo Bermúdez, dio permiso para que Marijose pueda seguir “ejerciendo su derecho a expresar ideas” pero solo en hojas de papel revolución y crayones bajo el argumento sobrentendido que con un lapicero puede atentar contra su vida o contra la de sus custodios.
ALEJARSE DEL PODER
¡Hasta donde se ha llegado en Veracruz que son los funcionarios los que otorgan o quitan el permiso a un periodista para escribir y se erigen como dueños de la palabra y la mordaza!. Hacer que Marijose se vea obligada a escribir en hojas de papel y utilizando crayones de cera, es algo que debe poner a pensar a todos los que se dicen integrantes de este gremio. Es la burla manifiesta no para la columnista sino para todos los que verdaderamente aman el oficio. Ahora sí como diría el personaje de Mario Vargas Llosa en su novela “Conversación en la Catedral” hoy se puede cuestionar: ¿en qué momento se jodió Veracruz, cuándo se pudrió todo?.
Pero el oficio del periodista es enfrentar las calamidades y sacar el trabajo. No se duda que Marijose lo hará en la medida de sus posibilidades y lo que no pueda publicar inmediatamente lo reservará para futuras crónicas. Es parte de la resistencia contra los dictadores, siempre ha sido así para los periodistas serios. Un columnista renombrado del New York Times, Gay Talese, redactaba notas en servilletas de los bares – al estilo de nuestro José Alfredo Jiménez que escribía canciones también en ese tipo de servilletas en las cantinas de la zona rosa del Distrito Federal-.
En una entrevista del año pasado, Talese, quien también devino en escritor, aseguró que redactar artesanalmente en tiempos modernos no es motivo de vergüenza ni demerita la calidad del texto. Simplemente es cuestión de necesidad y aplicar las habilidades del reportero. Esto también recuerda el caso de esta casa editorial, El Buen Tono, que después del atentado del 2011 –que todavía sigue impune- se tuvo que trabajar artesanalmente. El espacio de redacción quedó hecho cenizas y se habilitó una bodega para diseñar el rotativo, escribir las notas y realizar todo el proceso para que saliera a la luz el periódico. Mucho tiempo se trabajó sobre las rodillas como parte de la resistencia al silencio y se logró romper la mordaza que intentaron poner a través del miedo y del ataque físico directo.
Por cierto y de colofón porque no tiene desperdicio, va la recomendación que Talese dio a quienes se quieren dedicar al periodismo, a los nuevos reporteros, durante otra entrevista publicada apenas a principios de julio de este año. “Deben aspirar a ofrecer una perspectiva distinta de la realidad. Hoy todos los periodistas hacen lo mismo. Cubren el Senado o la Casa Blanca y corren detrás de los poderosos. Están demasiado cerca del poder. No son suficientemente radicales, escépticos o independientes. A menudo se creen la basura que les cuentan (los políticos o funcionarios). Necesitamos más periodistas que desconfíen del poder, que lo cuestionen”.