DE LAS CENIZAS
Ayer se cumplieron tres años del atentado contra esta casa editorial, El Buen Tono. La historia es conocida por todos: un grupo de hombres armados –en su mayoría jóvenes de esos que enganchan las cadenas de crimen- llegaron de madrugada, amagaron al personal que logró huir a las bodegas del fondo sin daño físico mientras que los atacantes prendían fuego a las instalaciones. El Buen Tono tenía un mes de haber salido a la circulación y a los corruptos les molestaba su nacimiento.
¿Qué habría pasado si el fuego se hubiera extendido hacia la bodega y los trabajadores hubieran sido alcanzados por las llamas como sucedió en el ataque al casino Royale en Monterrey, Nuevo León?. Hoy todavía se estaría llorando muchas víctimas: reporteros, editores, prensistas y personal administrativo. Aquel 6 de noviembre del 2011 fue una noche de terror y los días que siguieron también fueron de miedo, mucho miedo. No solo estaba la sombra del crimen organizado como mano ejecutora del ataque y el temor de que se repitiera sino que a eso se sumó
el aparato estatal.
Desde palacio de gobierno se recurrió a lo mismo, filtrar versiones temerarias para enlodar la fama pública del fundador del periódico, José Abella García, a quien todavía no le perdonan haber roto el monopolio informativo de la zona centro. Las plumas amaestradas hablaron de autoatentados y protagonismo. Aplicaron lo de siempre, criminalizar a las víctimas en la parte mediática mientras que en la judicial se detuvieron las investigaciones para garantizar impunidad a los autores tanto materiales como
intelectuales.
Los días y semanas posteriores estuvieron marcados por la incertidumbre y el pánico debido a las versiones de un nuevo ataque y amenazas veladas contra los colaboradores, especialmente reporteros y directivos. Algunos no aguantaron la presión y se fueron. Otros siguieron frente al proyecto pese a que el miedo calaba. Así, a contracorriente han transcurrido tres años de impunidad porque el gobierno estatal nunca quiso indagar el caso ni detener a los que pretendieron destruirlo.
El Buen Tono literalmente se levantó de sus cenizas a golpe de tecla por el compromiso con sus lectores. Hay quienes le apuestan al olvido y a minimizar el atentado, son esos mismos que niegan la realidad lacerante de Veracruz, los que pretenden tener amordazada a la opinión pública y los que no toleran que exhiban sus excesos. El ataque a El Buen Tono no solo fue una embestida contra la libertad de prensa y de expresión sino una agresión a la sociedad misma. Cuando los periodistas son callados y los medios informativos exterminarlos físicamente es síntoma de que algo está podrido.
Si hoy los ciudadanos permiten que maten a periodistas y quemen periódicos después irán contra ellos mismos y no habrá quien cuente lo sucedido. Los cordobeses y todos los habitantes de la zona centro deben tener presente que al leer diariamente El Buen Tono tienen en sus manos una prueba de la lucha diaria contra los que pretenden callar la verdad, contra los que le apuestan al silencio para continuar cometiendo tropelías. Cada ejemplar es una prueba de resistencia a los corruptos que no les conviene el ejercicio periodístico que da voz a los que necesitan ser escuchados. Eso representa hoy El Buen Tono. Van tres tres años de impunidad, si, pero no han
logrado silenciarlo.
EL CORO DE LOS HIPÓCRITAS
En las movilizaciones estudiantiles del miércoles pasado, algunos jóvenes que protestaba en Jalapa prendieron fuego a la reja de la entrada principal de palacio de gobierno e inmediatamente se desató una ola de condenas. Las descalificaciones vinieron de la rectoría de la Universidad Veracruzana, de las cámaras empresariales, de los diputados, de las organizaciones partidistas, de los jerarcas religiosos y, obvio, del gobierno estatal que extendió un comunicado erigiéndose magnánimo y perdona-vidas al decir que no presentaría denuncia penal.
Todos esos que externaron lamentaciones porque la protesta no fue “ordenada ni pacífica” también pusieron calificativos a los que incendiaron la puerta palaciega. Los llamaron anarquistas, infiltrados, encapuchados, delincuentes, entre otras linduras. Pero esos mismos rectores, líderes partidistas, legisladores, religiosos, empresarios y funcionarios que hoy se desgarran las vestiduras han guardado silencio cuando la policía estatal ha desalojado a punta de macana a maestros, ha mandado la caballería contra pensionados, ha golpeado a periodistas, ha disuelto manifestaciones de campesinos con perros de ataques y ha detenido a jóvenes, muchos de ellos desaparecidos
hasta la fecha.
Se espantan por la lumbre en una puerta pero bailan, como Nerón, alrededor del incendio que consume a la entidad. ¿Qué los estudiantes están infiltrados?. Esa misma versión la están utilizando para justificar la desaparición de los 43 normalistas en Guerrero. ¿Qué están encapuchados?. Claro, de tontos se arriesgan a ser identificados y después desaparecidos por la gente de Arturo Bermúdez Zurita. ¿Qué hacen protestas violentas en lugar de marchar en silencio y rezando?. Los levantones, los secuestros, los desalojos, la represión son peor –y más violentos- que gritar, pintar leyendas o incendiar puertas. El coro de los hipócritas está cantando en Veracruz. Son esos que cuelan el mosquito pero se tragan un camello. Hoy lloran porque la lumbre les está llegando a los aparejos.
LA PARANOIA
La compra masiva de boletos para ingresar a los eventos de inauguración, clausura y otras concentraciones de público en los Juegos Centroamericanos y del Caribe por parte del gobierno estatal no es algo que sorprenda. Desde hace semanas se sabía de la intención y así lo realizaron los del aparato estatal. Son muy obvios y la intención es que no se concrete lo que ya muchos están convocando en redes sociales: la gran rechifla para el gobernante en turno Javier Duarte de Ochoa y y por supuesto, al copetón Enrique Peña Nieto si es que éste se anima a presentarse en Veracruz para la apertura de esas competencias.
Hasta la fecha el gobierno federal está poniendo varios pretextos, entre ellos compromisos de agenda en otros países, para evitar que Peña Nieto acuda al evento masivo donde lo esperan las trompetillas. Empero, el que no puede evadirse es el cordobés Duarte de Ochoa y por eso necesita urgentemente los llamados “escenarios controlados” donde estén solo los acarreados que tengan un compromiso con el duartismo como para no gritarle sus verdades. Así, los empleados de varias áreas del gobierno estatal fueron obligados a recibir un boleto que se les descontará automáticamente de la nómina.
Serán obligados a ir para aplaudir al gobernante en turno y en su caso, si se llegan a colar algunos manifestantes, para callar rechiflas con porras. También hay lotes de boletos que se distribuirán en colonias populares y congregaciones rurales de los municipios que serán sedes de eventos donde vaya Duarte pues se acarreará a personas afines al Partido Revolucionario Institucional (PRI) que de la noche a la mañana serán convertidos en aficionados del atletismo y conocedores de esas justas. No tardando aparecen los diputados locales priístas para entregar los boletos como obsequio a los futuros electores.
Los allegados del gobernante en turno dicen que el miedo a la turbamulta en un evento que tendrá encima parte de la prensa nacional e internacional ya se convirtió en paranoia y no quiere que le suceda como le pasó al exdirigente nacional del Partido de la Revolución Democrática (PRD), Jesús Zambrano que fue expulsado de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) por alumnos enardecidos que le gritaron: ¡Asesino!. Claro el repudio al perredista fue por brindar protección y ayudar a escapar y esconderse al alcalde de Iguala, José Luis Abarca y a su esposa, María de los Ángeles Pineda, responsables de la desaparición de los 43 normalistas de Guerrero.
Duarte no teme por el caso de Iguala sino por sus propios pecados. Tiene a la entidad sumergida en el desgobierno, la corrupción como regla de comportamiento en su gabinete, la violencia extendida por todos lados, su policía y su procuraduría sospechosamente paralizadas para no ir contra los delincuentes y de paso, se burla de todos negando la realidad y lanza frases que ofenden la inteligencia como la del “aquí no pasada nada” y “solo se roban frutsis y pingüinos”.
Es verdad, Duarte debe estar paranoico y peor para él porque ni controlando a los asistentes de los estadios podrá contener la protesta generalizada. Salvo que mande a toda la tropa a desaparecer a los manifestantes que ya se preparan para ocupar calles, plazas y carreteras, según anticipan, no se ve otra solución. Los JCC como bien lo dice el cordobés: serán unos juegos que podrían pasar a la historia, no por estar bien realizados o por las medallas ganadas sino porque son un barril de pólvora que le podría explotar en las manos.
En este contexto los habitantes de la conurbación Veracruz-Boca del Río así como de las otras ciudades que serán sedes de distintas competencias están en la incertidumbre porque restringirán los accesos viales. Se habla de que hay un censo para otorgar acreditaciones y engomados que facilitarán el ingreso de vehículos pero la medida es de terror. Imagínense que exigen datos como domicilio exacto, número de vehículos, teléfonos fijos y portables, y obviamente nombres de todos los integrantes de la familia.
Dichos datos personales quedarán en manos de funcionarios estatales y peor aún, de los policías del defeño Arturo Bermúdez. ¿Alguien les tiene confianza?, ¿quién garantiza que esos datos no servirán para cometer asaltos o secuestros al conocer los pormenores de cada habitante?. Ni Bermúdez ni sus policías acreditados o de la Fuerza Civil son dignos de fiar. Ahí está una alerta a tiempo a todos los vecinos porque les recabarán información personal que puede ser ocupada para cosas malas. Claro, el recabar esos datos también es ilegal y los veracruzanos están en su derecho de negarse y acudir a las denuncias penales en tribunales federales.
Una incertidumbre parecida está en las escuelas que suspenderían clases a contentillo. No solo las públicas sino las privadas también, y los directivos de ningunas de ellas saben con exactitud fechas ni horarios. Las ciudades se volverán caóticas por el tráfico vehicular y las restricciones policiacas lo que hará que cientos o quizás miles de estudiantes queden varados o pierdan clases si es que no hay suspensión oficial. Todo esto demuestra, una vez más, la desastrosa organización de los juegos.