Su hija tenía 14 años. Una tarde, la adolecente salió a caminar por el fraccionamiento donde vivía, como lo hacía regularmente. Ropa deportiva, su teléfono portable y un aparato para escuchar música digital con audífonos, era lo único que llevaba. Nunca la volvieron a ver.
La madre denunció su desaparición pero las autoridades no la atendieron. Es más, la intentaron culpar de la desaparición de su propia hija. Afirmaron que la niña había huido por su propia voluntad debido a la violencia en el hogar. Hasta especularon que se había fugado con algún pretendiente pues no tenía novio formal.
¿Huído solo con la ropa deportiva, el celular y el dispositivo musical? La madre no se conformó con la triquiñuela de la Procuraduría y se avocó a buscarla ella misma con ayuda de amigos y familiares. Pasó un mes y no la encontraron.
Pasaron dos meses y tampoco la hallaron. Tres meses y nada. A los 3 meses y medio llegó la noticia: el cuerpo en estado de descomposición de una joven fue localizado en un matorral. El mismo presentaba huellas de tortura e indicios de violencia sexual.
Tras los análisis forenses de rigor se confirmó que era la adolescente que había salido a caminar por las calles de su fraccionamiento.
Todos pensaban que la madre se desmoronaría con la noticia. Que la localización del cadáver sería devastador. No lo fue, el daño ya estaba hecho con la ausencia de la hija.
Encontrar su cuerpo fue una especie alivio–si es que así se puede llamar a tal acontecimiento doloroso. Días después del sepelio alguien le preguntó a la madre ¿por qué el hallazgo de la niña muerta no la aniquiló, por qué se le veía serena, casi en paz? La respuesta no tuvo debate: “porque la encontré, no viva pero la encontré”.
Esa es una de las cientos de historias de mujeres que han salido a las calles a buscar a sus hijos desparecidos. En el caso citado, la madre tuvo ese obsequio de la vida: localizar aunque sea el cadáver de su hija pero muchas otras no lo han tenido y viven – y vivirán- el resto de sus días terrenales buscándolos, pensando dónde estarán, qué les habrá pasado, qué les hicieron, si están vivos o muertos, si están esclavizados o si les hicieron otras atrocidades que alimentarán las pesadillas más crueles, esas que no se merece una madre.
Ayer domingo fue el día oficial para festejar a esas mujeres que son madres pero muchas, muchísimas en Veracruz lo ocuparon –al igual que los dos días previos- en salir a las calles para clamar por sus hijos ilocalizables. En ciudades como Orizaba, Jalapa y la conurbación Veracruz-Boca del Río, los festejos del Día de la Madre se transformaron en gritos de dolor por la ausencia de los seres queridos que parece se esfumaron en la nada.
Un año, dos años, tres años, cuatro años, cinco años, siete, diez años llevan desaparecidos. Desde que en Veracruz empezó la pesadilla gubernamental, se acumulan día a día los casos de personas plagiadas de las que no se vuelve a saber nada
Durante los años setenta y ochenta, cuando la dictadura de las Juntas Militares desapareció a treinta mil personas en Argentina, la madres dejaron sus casas para salir a las calles a buscar a sus hijos, a exigir que les fueran devueltos.
Ellas fijaron su punto de reunión en la plaza principal, llamada de Mayo, donde se ubicaba la Casa Rosada, sede del Poder Ejecutivo, la Catedral Metropolitana, sede del poder religioso y el Cabildo de Buenos Aires. Tal sitio dio nombre al movimiento de las Madres de Plaza de Mayo que buscaban a sus hijos y después a las Abuelas de Plaza de Mayo que eran las mujeres que comenzaron a buscar a sus nietos secuestrados por la dictadura castrense.
Ellas se propusieron encontrar a los bebés que nacían de madres encarceladas por motivos políticos y que se los arrebataban para darlos en adopción a familias ligadas con la oligarquía.
Si bien se agotó la esperanza de localizar al menos los cadáveres de sus hijos raptados y asesinados por los militares, la esperanza no se apagó porque se propusieron encontrar a sus nietos. Y muchos de esos pequeños fueron recuperados años después, algunos ya adultos.
En México también las madres tienen un largo camino buscando a hijos desaparecidos. En 1977 fue fundado el Comité Pro-Defensa de Presos, Perseguidos, Desaparecidos y Exiliados Políticos de México, que después se llamó Comité ¡Eureka!
La fundadora fue la señora Rosario Ibarra de Piedra, una mujer ícono en el país, que también dejó el hogar para buscar a su hijo Jesús Piedra Ibarra, acusado de pertenecer a la Liga Comunista 23 de Septiembre y secuestrado por la Dirección Federal de Seguridad, el temible brazo represor del gobierno priista en el poder.
Doña Rosario Ibarra aglutinó y acompañó a muchas otras madres para buscar a sus hijos. A la fecha, después de 38 años de búsqueda, Jesús Piedra no ha aparecido ni tampoco otros cientos de víctimas de desaparición forzada en la llamada época de la guerra sucia, pero si han logrado reencontrar a 148 personas de ellas, una hazaña en el México oscuro de la dictadura perfecta: El PRI en el poder absoluto con todo el aparato –ejército, policía, ministerios, jueces y legislativo- sometido a su voluntad. Vaya lo que son las cosas, es casi igual que ahora.
La búsqueda del Comité ¡Eureka! –como el caso de las Madres y Abuelas de la Plaza de Mayo- era por los hijos arrebatados por el poder político y militar. Hoy a la manada de lobos se sumó otro más feroz: el crimen organizado.
Hoy las madres que dejan sus casas para recorrer calles y ocupar plazas públicas buscando a sus hijos o familiares enfrentan un panorama nebuloso porque no saben con exactitud quienes se los llevaron: los policías o los delincuentes, o ambos que son lo mismo en muchas ocasiones. La línea divisoria entre ambos es casi invisible.
Ese es el México de los desaparecidos y de las madres buscando a sus hijos. Claro, las madres que pueden hacerlo porque hay muchos casos en que ellas quedan acorraladas por falta de recursos, por amenazas de muerte en su contra o contra de otros seres queridos para no salir a las calles o porque ya no tienen fuerza para lanzar un grito más.
Así, el Día de las Madres para muchísimas veracruzanas no es de festejo y como algunas de ellas dijeron en la marcha realizada en Jalapa: sin nada que festejar pero si mucho dolor e impotencia que demostrar. A ellas se les ha arrebatado hasta el derecho de sepultar a sus hijos y guardarles luto.
¡QUE SE VAYAN TODOS!
Las estadísticas –al menos las periodísticas- indican que estas dos semanas que acaban de pasar fue la quincena más sangrienta en Veracruz con 22 personas asesinadas, ya sea que sus cuerpos aparecieron con huellas de tortura o que fueron baleados directamente a plena luz del día. Es decir, más de una persona asesinada cada día y el mes podría terminar con una cifra terrible, histórica en el número víctimas.
Un día asesinan a un periodista, al día siguiente acribillan a un abogado, al otro a un taxista, al siguiente un comerciante en el mercado y al tercero a una jovencita.
Hubo tres casos que han convulsionado a toda la sociedad. El plagio y muerte del periodista Armando Saldaña Morales cuyo cuerpo fue abandonado en los límites con Oaxaca; el homicidio del abogado sureño, Genaro David Orozco en Coatzacoalcos y el secuestro, violación sexual, tortura y asesinato de la adolescente Columba Campillo, que fue plagiada cuando realizaba ejercicio en un bulevar costero de la conurbación Veracruz-Boca del Río. Estos dos últimos casos se cometieron a plena luz del día en ciudades que, se supone, están bajo esquemas especiales de vigilancia policiaca.
En Coatzacoalcos, los sicarios balearon al abogado Orozco cuando salía de un negocio y después escaparon con plena facilidad. Nadie los interceptó porque nadie los persiguió.
En el caso de la adolescente Campillo la secuestraron en una zona considerada de alta afluencia turística y por ende, que debe estar bajo vigilancia permanente.
¿Y las videocámaras no grabaron nada? ¿los policías tampoco vieron nada? ¿cómo desaparece una persona y nadie da cuenta de nada?
¿Y el esquema del C-4, qué hace que no logró enterarse que plagiaban a una niña en plena zona dorada? El cadáver de la misma adolescente fue arrojado en un lote baldío a plena luz del día.
La indignación, la rabia, el repudio, la ira, el hartazgo, la repulsa, el dolor, el fastidio, la desolación, el enojo, el furor, la cólera, el oprobio, la ignominia, el llanto, el grito, el desasosiego, la incertidumbre, el miedo, el pánico, las lagrimas, el terror.
¿Qué otra palabra sirve para describir lo que sienten los veracruzanos?
¿Cuál usar para nombrar lo provocado por la ola de violencia que destroza a las familias? ¿qué término para señalar las consecuencias de tener un gobernante fallido y funcionarios corruptos e ineficientes?
No alcanzan. El dolor es tan grande cuando se asesina a inocentes frente a las narices de aquellos que deberían cuidarlos, que entonces debe venir la revuelta popular. No hay de otra.
El grito “¡Que se vayan todos!” como lanzó el pueblo argentino en la revuelta popular del año 2000 que provocó la renuncia del presidente Fernando de la Rua y de su gabinete, hoy se hace necesario en México y en Veracruz. Que se vayan los que no sirven, el fiscal que no fiscaliza, el secretario de seguridad pública que no brinda seguridad, el juez que no hace justicia, el gobernante que no gobierna.
Las marchas de ciudadanos por los crímenes espantosos ya no deben ser en silencio. No, porque el no emitir palabra solo beneficia a los asesinos y a sus protectores. Tampoco se debe exigir más policías ni cámaras de vigilancia ni patrullas ni rondines ni presupuesto. No porque todo eso puede haberlo pero mientras no haya voluntad de las autoridades para combatir al crimen de nada servirá.
Hay que pedir que se vayan los que son garantes del imperio delictivo, los que han fallado en su ejercicio público. Es tiempo de que el pueblo ordene: ¡Que se vayan todos!