En el quehacer político mexicano, hay de gritos a gritos, y sobre todo hablando de la ceremonia nocturna del 15 de septiembre. No grita igual servidor que estrena cargo que el que se está despidiendo en pleno año de Hidalgo. Tampoco grita de la misma forma el que está agobiado por el trabajo que tiene por delante que el pillo que ya no ve la hora de salir corriendo para que no lo linche la turba. Y por supuesto que no son iguales los gritos del gobernante que es arropado por el pueblo y de aquel que tiene que hacerlo con resguardo policiaco y forzadamente tienen que presentarse ante la muchedumbre.
Así, el pasado domingo, los mexicanos y los veracruzanos presenciaron las formas actuales en que los gobernantes ven de frente a su pueblo –no les queda de otra- para gritar en la fecha patria. Tanto en la capital del país como en la del estado, el copetón Enrique Peña Nieto y el gobernante local, Javier Duarte de Ochoa, tuvieron que llenar las plazas con miles de acarreados, pues los lugareños se negaron a asistir luego de que horas antes, ambos ordenaron el desalojo violento de maestros, estudiantes y activistas que se mantenían apostados en protesta por la llamada reforma educativa, que lesiona los derechos laborales de los mentores y abre más la brecha para el desmantelamiento de la educación pública, laica y gratuita.
Como se documentó en los medios informativos, el zócalo del Distrito Federal se colmó de lugareños del Estado de México que fueron acarreados -todos con su bolsa con una torta, un jugo o refresco, además de dinero en efectivo que les obsequiaron- para servir de escenario en la plaza de la Constitución, mientras que en la plazoleta Sebastián Lerdo de Tejada, en Xalapa, cientos de autobuses acarrearon a pobladores de los municipios aledaños a la capital veracruzana, como Coatepec, San Andrés Tlalnehuayocan y Emiliano Zapata, entre otros. En las redes sociales se denunció que, además del transporte y la torta, los empleados del Gobierno estatal entregaban entre 100 y 200 pesos a cada persona para ir a escuchar el grito de Duarte, y de paso, echarse una bailada con la banda El Recodo.
Los dos, Peña y Duarte, gritaron a personas ajenas a los sitios de sus sedes de gobierno. No fue un grito de convicción el “¡Viva México!”, sino por mero compromiso. En el caso de Peña, éste cumplió con el protocolo y salió corriendo sin quedarse a la tertulia nocturna, alegando la alerta por las cuestiones meteorológicas, un buen pretexto para escapar de un lugar minado. Claro, no se escapó de los abucheos y rechiflas que emitieron algunos capitalinos que se allegaron a la plancha del Zócalo. En los videos difundidos en la web, se escuchan los gritos de repudio que intentan ser ahogados por las porras de los acarreados del Estado de México.
En Veracruz, el boletín emitido por la vocería estatal infló la cifra de asistentes, pues normalmente en la Plaza Lerdo caben unas 5 mil personas, y se difundió que fueron “más de 30 mil asistentes” con el objetivo de igualar, aunque sea con saliva, la cifra que lograron reunir los maestros insurgentes el miércoles pasado, cuando los asistentes no sólo llenaron la plazoleta, sino diez calles aledañas. Por cierto, en Xalapa también se conjuró la especie de que sería la vocera María Gina Domínguez, y no Duarte de Ochoa, quien daría el Grito de Independencia. Un rumor de risa, y por supuesto mal intencionado, con el fin de dar la impresión de que el gobernante era incapaz de presentarse frente a una plaza llena de gente y mandaba a la “vicegobernadora” a hacerlo.
Fue una versión de sorna para hacer quedar mal al despachante de Palacio de Gobierno, pero cuya fama está tan maltratada que hubo muchos que se la creyeron. Al final, Duarte de Ochoa gritó al igual que Peña Nieto, aunque haya sido en un espacio ganado a golpe de macana y tolete. Tras los hechos de represión en ambos sitios, muchos invocan la reincorporación de la frase original de Miguel Hidalgo lanzada en 1810, con la que finalizaba el llamado a levantarse en armas, pero que ha sido mutilada del discurso oficial con el paso de los años: “¡Muera el mal gobierno!” Obvio, los funcionarios gritones no la dirán porque sería auto-flagelarse.
En Córdoba, la ceremonia patria pasó sin pena ni gloria. Lo destacable quizá fue que el alcalde sustituto, Guillermo Rivas, pudo gritar a gusto desde el balcón del Palacio Municipal sin que la protesta magisterial lo obstaculizara, y lo otro es que corrió con mejor suerte que su antecesor, el terrablanquense Francisco Portilla Bonilla, pues no hay que olvidar que el año pasado, al ex alcalde le cayó un chaparrón que le mojó todo el evento, y por poco grita en solitario, pues toda la gente huyó del parque 21 de Mayo. Fue parte del karma tan pesado que lo distingue.
Los desfiles cívicos realizados ayer en Veracruz también tuvieron sus hitos particulares, pues fueron los más cortos y con menos participantes de la historia, especialmente en Xalapa. El mal clima, pero sobre todo el problema magisterial, provocó la ausencia de los contingentes escolares. Maestros y alumnos se negaron a desfilar. En la capital del estado apenas acudieron unos cuantos alumnos del Colegio de Bachilleres, y el resto del desfile fue llenado con policías estatales. Las crónicas periodísticas no dan para más, pues la noticia fue esa, la ausencia de civiles por la inconformidad con los gobernantes que hicieron un pobre desfile patrio.
LOS OTROS GRITOS
Mientras el copetón Enrique Peña Nieto gritaba atemorizado y rodeado de gendarmes, en el monumento a la Revolución los maestros daban el “Grito de la Resistencia y la Rebeldía Popular”, y prometieron reanudar las movilizaciones para esta semana. Ya no tomarán sólo el Zócalo, sino la ciudad entera, advierten. Los docentes no se rendirán tan fácilmente ante la intentona de atropellar sus derechos laborales y dañar la educación pública. Seguirán las protestas, pero ahora que ya la represión fue ensayada por el Gobierno federal, vendrán más escarceos y enfrentamientos. Se aproximan más días difíciles, pues. En Veracruz, hay una situación similar, los maestros siguen en pie de guerra pese al brutal desalojo ocurrido la noche del viernes pasado en la Plaza Lerdo.
Tal acción retrató de cuerpo entero a la administración estatal. No se puede ni se debe dejar de comentar y documentar lo sucedido, ya que da un panorama de lo que se ha convertido el gobierno duartista. Aquella prensa que no haga la reflexión simplemente faltará a la verdad y al compromiso con sus lectores. La represión a maestros, estudiantes y activistas no debe extrañar a nadie, ni siquiera a las víctimas de esa brutalidad, pues era lo que se esperaba de la administración estatal, que es incapaz de negociar y resolver los problemas por la vía política. No porque no quieran, sino porque no saben cómo hacerlo. El desalojo violento no se dio porque se haya agotado el dialogo, ya que nunca lo hubo. Tampoco por la supuesta cerrazón de los maestros, pues nunca los quisieron escuchar, solo prestaron oídos de escenario a los líderes charros de los sindicatos magisteriales.
Mucho menos ocurrió porque, como argumentan algunos funcionarios, había “infiltrados” que no eran maestros. Esos “infiltrados” eran estudiantes y activistas que se solidarizaron con la protesta magisterial, pero no por eso merecedores de las palizas. Aún más, aunque suene raro, no se puede responsabilizar al secretario de Seguridad Pública, Arturo Bermúdez; al secretario de Gobierno, Erick Lagos; al subsecretario Marlon Ramírez o a su colaborador, Julio Cerecedo, de la represión. Ellos son funcionarios de poca monta que sólo obedecieron órdenes, aunque seguramente alguno de ellos haya azuzado esas instrucciones ante su ineficacia para operar una solución pacífica. No, lo sucedido en Plaza Lerdo fue a consecuencia de que el gobernante actual no es un hombre de Estado. En pocas palabras: no sabe gobernar.
“No es un hombre alto”, como diría el poeta y pensador cubano José Martí de aquellos líderes o políticos que “al convertirse en gobernantes, o sea en empleados del pueblo, empuñan el puñal de asesino en lugar de la vara de la justicia”. Esos hombres enanos, según el escritor, “avergüenzan al mundo por su pequeñez y su falta de talento”. En resumen, la represión contra maestros, estudiantes y activistas es la inercia, hacía allá se encaminaba la administración estatal, a usar la fuerza porque no tienen el talento para utilizar la razón.
Desde este espacio hacemos patente nuestra solidaridad para los compañeros reporteros y fotógrafos golpeados por los gorilas de Bermúdez. En especial para la periodista Melina Zurita, corresponsal del noticiero Radio Centro de la ciudad de México, a quien conocemos personalmente. Melina no es una mujer que se amedrenta fácilmente para cubrir eventos, aun en medio de situaciones difíciles, y eso la convirtió en víctima de la represión. Es el sello de este gobierno que siempre tiene en la mira a los reporteros y la prensa –la que es crítica, claro-, tan incómodos para el gobernante y su vocera, ambos protagonistas de la opereta en que se convirtió el ejercicio del poder en Veracruz: el tiranuelo y la nigromante.
LAS CALAMIDADES
La semana inicia con malas noticias también en el ámbito humano. Ayer lunes, once personas perecieron por el desgajamiento de un cerro en el municipio de Altotonga, al menos es la cifra que se daba anoche –en el tiempo de Europa- y esas víctimas se suman a las 13 ocurridas por el paso de la tormenta “Fernando” de hace dos semanas –nueve en Yecuatla y tres en Poza Rica- y a las trece de Coscomatepec, donde hace días también se desgajó un cerro que era excavado como mina de arena. Así también se añade la muerte de un niño que fue arrastrado por la corriente de un arroyo en Tierra Blanca.
En tres semanas suman 38 personas fallecidas, sin contar con miles de damnificados por el azote de los meteoros. Bien dicen que “cuando Dios quita, hasta los costales se lleva”, y Veracruz está bajo el azote de las calamidades naturales, las cuales desafortunadamente se agravan con la calamidad de tener instancias y servidores públicos ineficientes que sólo han devenido en “cuenta-muertos” y “entrega-despensas”. Les queda grande el denominativo de “Protección Civil”, porque ni protegen ni previenen. Va también nuestra solidaridad fraterna a todos los paisanos que perdieron familiares, amigos o vecinos en estos vendavales.