EL NUEVO ENEMIGO
A una semana de las elecciones del 6 de junio, el presidente Andrés Manuel López Obrador y su “cuarta transformación” ya tienen un nuevo enemigo: la clase media que pasó a formar parte del catálogo de los odiados del régimen. A ellos, el tabasqueño los culpa de no haber ganado los distritos federales suficientes para alcanzar la mayoría calificada en San Lázaro y perder la mayor parte de las alcaldías en la capital del País, al igual que las grandes urbes en el vecino Estado de México.
Es decir, en el altiplano el oficialismo tuvo una derrota enorme. Sin embargo, lo que más le dolió a López Obrador fue que el corazón de su proyecto desde hace dos décadas, la Ciudad de México, mismo que quedó partido en dos. Nueve de 16 ayuntamientos serán gobernados por alcaldes surgidos de la alianza PAN-PRI-PRD -Miguel Hidalgo, Benito Juárez, Azcapotzalco, Magdalena Conteras, Tlalpan, Cuajimalpa, Obregón, Coyoacán y Cuauhtémoc-, y Morena únicamente regirá en siete.
La lectura es muy puntual porque esas nueve alcaldías que se localizan al poniente de la capital concentran zonas de clase media mientras que el oriente, en manos del morenismo, acapara los cinturones de pobreza. Vaya, tan solo la Cuauhtémoc, donde se ubica palacio nacional o sea el domicilio presidencial, es la sexta economía del País superando por mucho a algunos estados que Morena presume haber ganado.
(Un pequeño paréntesis contextual: la división en dos de la Ciudad de México tras los comicios es una coincidencia casi histórica porque en muchas partes del mundo han habido este tipo de fracciones territoriales entre los habitantes ricos y los pobres, los capitalistas y los comunistas, los preparados y los ignorantes. Recuerden que durante más de 50 años imperó el concepto geopolítico del “mundo occidental” o libre, y el oriental o comunista-soviético-popular, y la división era una frontera imaginaria llamada la “cortina de hierro”.
De eso mismo se desprende el famoso Muro de Berlín que durante décadas partió a Alemania en dos: la República Federal Alemana (RFA), la capitalista, y la República Democrática Alemana, la socialista. Los ‘memes’ tras los comicios en México pusieron una línea imaginaria divisoria entre el occidente ‘azul’ y el este ‘rojo’ en la capital con su respectiva división invisible a la óptica pero muy certera desde la interpretación ideológica: el “Muro de Pejín”. Risas.
Vaya, la misma París a pesar de que en su eslogan nacional porta esa palabra ‘égalité’ -igualdad- desde el siglo XVII está partida en dos, precisamente el oriente y el occidente. En poniente habitan las clases altas y en este las paupérrimas. Es más, una anécdota describe muy bien el caso y fue la construcción del cementerio de Père Lachaise -nombrado así en honor al confesor del rey Luis XIV, el Rey Sol- , al este de la ciudad, para desahogar el de Montparnasse, pero que cuando fue inaugurado en 1804 ninguna de las familias aristocráticas quería sepultar a sus difuntos allí.
Entonces, al gobierno se le ocurrió una farsa genial que fue trasladar los “restos” de dos monstruos de las letras universales: Molière y Jean de la Fontaine con una ceremonia muy publicitada, lo que animó a los habitantes del París occidental a comprar lotes en dicho cementerio pues si tales celebridades reposaban allí,entonces el lugar era digno. En realidad nunca hubo cadáveres de los dramaturgos, según la leyenda urbana, y los féretros inhumados con solemnidad estaban llenos de tierra. Aún así, Père Lachaise comenzó a ser atractivo para todos los vivos -o más bien para todos los muertos- que se rehusaban.
Ah, y hay un mexicano sepultado en Père Lachaise. Es el general sonorense Ramón Corral Verdugo, quien fue vicepresidente con Porfirio Díaz de 1904 hasta 1911 y partió al exilio en Francia junto al destronado dictador. Ambos murieron en París, Corral en el 2012 y Díaz en el 2015. Éste último está sepultado, como todos saben, en Montparnasse, al oriente de la Ciudad Luz.)
ODIAR Y SATANIZAR
Regresando al tema, la derrota electoral en la Ciudad de México le dolió tanto a López Obrador que ahora va contra los que no votaron por Morena metiéndolos en el mismo costal de los pérfidos junto con los “del pasado neoliberal”, los de la “mafia del poder”, los “fifís”, los conservadores, los empresarios y los periodistas. El tabasqueño lleva una semana arrojándoles toda clase de epítetos: individualistas, aspiracionistas, ambiciosos, transas, egoístas y corruptos. Hasta les reprocha tener estudios superiores y algunos haber cursado postgrados en el extranjero.
Esa demonización es para que el ‘pueblo bueno’, sus seguidores a ciegas, los quemen en una pira pública, lo que confirma que el odio es su instrumento y la división su consecuencia. La mira es enana, pero a la vez elocuente: López Obrador ama a los pobres no por una convicción social o espiritual sino porque le creen y lo votan sin cuestionar. No le gusta la gente que piensa, investiga, pregunta, se prepara y reflexiona. Quiere lealtad a ciegas -el mismo lo ha dicho- y así condiciona a todos al conformismo que es la parte contraria al aspiracionismo.
Ya lo ha expuesto en público al reprochar que las personas deseen tener dos pares de zapatos cuando con uno les basta, lo que traducido el lenguaje ideológico es: quédense pobres porque continuarán a mi lado. Ergo, los programas asistencialistas del lopezobradorismo no son para sacar a la gente de la pobreza sino para administrar a los clientes miserables y tener su voto seguro cuando haya elecciones.
Pero al satanizar a la clase media, el tabasqueño se da un tiro en el pie porque 4 de cada 10 mexicanos pertenecen a ella, aspiran a tener una mejor calidad de vida, ser profesionistas y desarrollarse en el mundo empresarial, de la ciencias o las artes. Muchos de ellos le dieron el voto en el 2018 aunque se lo retiraron en el 2021. ¿Qué pasará en el 2024? Vendrá otro desquite de los que ahora ataca con toda la artillería de odio y el caudillo se irá quedando solo con un reducido grupo de incondicionales, los más radicales, que tal vez no le alcance para mantener su “cuarta transformación” por mucho tiempo.