Por Andrés Timoteo / Columnista
MIÉRCOLES, JUICIO POLÍTICO
“-¿Qué están dispuestos a darme si se los entrego?”, dijo Judas a los integrantes del Sanedrín, señala el texto bíblico. Hablaban, por supuesto, de Jesús a quien habían intentado echarle el guante durante algún tiempo y el apóstol felón les daba la oportunidad de oro. Desde ese momento se echó andar la maquinaria para hacerle juicio político al Nazareno. No, a Jesús no lo ajusticiaron por ser un líder espiritual o un predicador al interior del templo sino por su activismo político que amenazó al poder vigente.
De hecho, lo títulos de Mesías y Cristo en la antigua tradición judaica poco tenía que ver con cosas meramente religiosas sino eran sinónimos de liberador, revolucionario, rescatista del pueblo no solo en el tema espiritual sino en el mundano. Además, la historia ha enseñado -y había enseñado ya en aquellos tiempos- que no hay nada más político que ser profeta. Tampoco nada más peligroso. El propio Juan, El Bautista, su predecesor, terminó con la cabeza cortada por incomodar al rey Herodes El Grande. El ejercicio profético tiene dos vertientes: anunciar y denunciar. El primero para el avenir y el segundo para el presente señalando lo que sucede y a sus responsables.
Y Jesús tenía el estigma de ser profeta en las dos vías. A él le fincaron dos delitos, uno religioso y otro político. Lo acusaron de cometer blasfemia al erigirse como “hijo de Dios”, pero eso no pesó tanto como el cargo de sedición porque se dijo “rey de los judíos” y esa fue la clave para su condena de muerte por crucifixión. Al decirse rey de Judea desconocía y retaba al Cesar, más que a Herodes Antipas, el monarca títere y sumiso al Imperio Romano.
Los textos evangélicos narran los malabares que hicieron los poderosos jerarcas del Sanedrín, Anás y su yerno Caifás, para convencer al pretor romano, Poncio Pilato, a fin de que considerará a Jesús como un traidor y una amenaza para el imperio. Fue en el Sanedrín, y no en la corte romana, donde se juzgó y condenó a Jesús, el pretor Pilato únicamente siguió el guion diseñado en el consejo de sacerdotes y escribas. El Miércoles Santo se marca en la cronología cristiana como el inicio del juicio político de ese líder terrenal altamente peligroso para el ‘statu quo’.
Por cierto, el preso que fue liberado, a grito de la muchedumbre, en lugar de Jesús fue Barrabás a quien la historia -escrita por Roma- hizo pasar como un andrajoso desquiciado, pero en realidad era otro líder político, uno de los cabecillas de Los Zelotes, el grupo guerrillero que combatían la invasión romana. Así, a la multitud le presentaron a dos revolucionarios para decidir quien obtenía el beneficio del indulto: Barrabás y Jesús. Ejecutaron al segundo por ser el más peligroso, no por su posible convocatoria a la rebelión inmediata de las masas sino por sus ideas que a largo plazo son veneno puro para las autocracias. De esta forma, Jesús fue un preso de conciencia y un ajusticiado político.
Sus ideas políticas trascendieron su muerte y se convirtieron en una amenaza directa al imperio por lo que vinieron tres siglos de persecución de sus seguidores, a los que se les llamó cristianos, incómodos no por ser fieles de un credo espiritual sino porque su prédica dispersaba la semilla de la rebeldía política. Fueron declarados enemigos del imperio y los cazaron los siguientes diez Césares: Nerón, Domiciano, Trajano, Marco Aurelio, Septimio Severo, Maximiano, Decio, Valeriano, Aureliano y Diocleciano.
EL JUDAS DE PALACIO
Un día antes, el Martes Santo, la tradición canónica atiende el asunto de las traiciones al profeta Jesús. La lectura bíblica habla de los grandes ejemplos de felonía: Judas Iscariote y Simón Pedro de Betsaida, dos de sus discípulos, pero cuyos actos tuvieron consecuencias, espirituales e históricas, muy distintas. Judas, un antiguo recaudador de impuestos, carga con el epíteto de traidor y esta colocado en el catalogo demonológico.
Por su lado, Pedro, el pescador, se convirtió en la cabeza de la iglesia cristiana, le dieron las ‘llaves del cielo’ y ocupa el primer pedestal del santuario. El texto bíblico de Juan, el evangelista, habla de la última cena que Jesús tuvo con sus seguidores ya estando en Jerusalén y donde anticipa que uno de ellos “lo va a entregar”. Sería a quien le hubiese dado un pan untado -otros dicen que el que lo hubiese mojado en el cáliz- y ese era Judas. En el mismo relato, el Nazareno también profetiza que Simón Pedro lo negará tres veces ‘antes de que cante el gallo’ cuando llegue la hora de su persecución.
Y así fue, Judas lo vendió por 30 monedas de plata, lo saludó besándolo en la mejilla para identificarlo a la hora de su captura y luego, según la versión más mediática, se ahorcó agobiado por el peso del remordimiento. En el Corán, Judas no muere ahorcado sino que Dios hace que sustituya a Jesús en la cruz y perezca por él para salvarlo del martirio. En algunos evangelios apócrifos -no reconocidos por la jerarquía cristiana- hasta lo elevan a la calidad de santo.
Pero lo que predomina en el imaginario colectivo es el titulo de traidor por antonomasia y hasta lo queman representándolo en un monigote cada Semana Santa alrededor del mundo. La hoguera y la horca quedaron como castigos reservados para los felones.
En tanto, Pedro de Betsaida negó ser partidario de la causa del profeta tras su detención por los guardias del Sanedrín y hasta rechazó conocerlo, y ¡que le canta el gallo! Entonces, como todo cobarde se puso a llorar. No obstante, el trato histórico y religioso que le fue dado es muy diferente al de Judas. ¿El pescador fue traidor o cauto? Si hubiera reconocido ser militante de la causa de Jesús hubiera ido a parar a la prisión y tal vez hubiese sido uno de los dos que crucificaron en el Gólgota al lado del profeta blasfemo y eso hubiera dado al traste al proyecto de iglesia pues era quien tendría que liderar la causa.
Ni a él ni a los otros diez apóstoles se les dio el adjetivo de traidores a pesar de que todos corrieron a esconderse. Eso sí, la negación de Pedro también pasó a la historia como estereotipo de una traición leve, pero traición al fin, y con la enseñanza anexa de que el traidor puede reivindicarse, alcanzar la salvación y conservar la estima del traicionado. El gallo, la soga, el beso simulado y las treinta monedas siguen también hasta la fecha como símbolos de la felonía.
Desde entonces hasta el presente, la actividad política está llena de traidores. Es más, la traición se ha convertido en uno de los requisitos para quienes se dedican a ese quehacer. Pero hay desleales que son peores que otros o, mejor dicho, más descarados. Uno de ellos despacha actualmente en palacio de gobierno de Veracruz, es el morenista Cuitláhuac García Jiménez quien traicionó a los que juró buscar, encontrar y hacer justicia: las personas víctimas de desaparición forzada y los asesinados en la vorágine de violencia criminal.
Hoy causa indignación que los restos de una víctima, identificada como Eladio Aguirre Chablé, fueron entregados a sus familiares en Las Choapas -luego de un año de permanecer desaparecidos- en bolsas de plástico color negro en lugar de haberle dado un trato digno colocándoles, al menos, en un ataúd. Empero, este no es el único caso de mala praxis forense sino que hay otros que han sido documentados periodísticamente en este par de años.
En noviembre del 2019, ya estando Verónica Hernández Giadáns al frente de la Fiscalía General, se denunció que huesos humanos fueron quemados en hogueras improvisadas a un lado del edificio que alberga el Servicio Médico Forense de Coatzacoalcos. La incineración se habría realizado para deshacerse de restos óseos considerados como estorbos por los funcionarios y hasta la fecha no hay castigados por ese trato indigno ni tampoco se ha identificado a quienes pertenecían los huesos quemados clandestinamente.
Un trato semejante le dieron al cuerpo del periodista Julio Valdivia, asesinado en septiembre del 2020 en Tezonapa, pues éste lo entregaron a su viuda con la cabeza separada -sus verdugos se la cercenaron-, sucio, con restos de tierra y sangre seca, y sin ninguna preparación balsámica. La esposa lo supo al abrir el féretro que la funeraria le entregó sellado.
¿Cómo se puede calificar todos estos casos de trato indigno hacia los muertos, desaparecidos y los buscadores?, ¿Indolencia, impericia, irresponsabilidad? Todos encajan, pero también el de traición. García Jiménez traicionó su propia promesa hecha al rendir protesta como gobernante. A los desaparecidos que llamó ‘tesoros perdidos’ y a sus familiares que tratan de localizarlos, les propinó una puñalada trapera. Es el Judas de palacio. Y la indolencia, en especial, es la regla y no la excepción en su persona y en su gobierno.
JENÍZAROS IMPUNES
Después de que policías municipales de Tulum, Quintana Roo, ejercieron violencia física extrema para detener a una mujer, migrante centroamericana, la cual falleció porque le fracturaron la columna vertebral, estalló otro escándalo de violencia policíaca en el municipio de Atzacan, en la zona centro, donde un hombre que padecía de sus facultades mentales fue asesinado de un disparo por un agente municipal. La víctima ya había sido sometida y esposada por los policías y aún así lo balearon.
Hoy esos dos casos -sumados al de un soldado que acribilló a un indocumentado guatemalteco en la frontera sur de Chiapas- encendieron el tendedero político. Más aún en el contexto global porque en Estados Unidos inició el juicio contra los policías que asesinaron al afroamericano George Floyd en Minesota durante una detención en mayo del año pasado. Sin embargo, los abusos policíacos no son nada nuevo en Veracruz y particularmente han sido la constante en el presente gobierno estatal.
La Secretaría de Seguridad Pública que dirige el cuestionado neoleonés, Hugo Gutiérrez Maldonado, es una fuerza represora y asesina. Hay tres casos inmediatos, dos estatales y un municipal, que así lo confirman. En enero del 2020, un grupo de agentes estatales ejecutó a la niña María Magdalena de once años y a su abuelo en Atzalan durante un ‘operativo’ contra el crimen organizado. A pesar de quedar evidenciado el atropello y la ejecución extrajudicial, los policías asesinos están impunes.
En mayo, también del año pasado, el músico rapero Carlos Andrés Navarro de 33 años fue detenido también por policías estatales quienes lo torturaron hasta la muerte en el cuartel San José de Jalapa. Pese a las manifestaciones de protesta de sus familiares, los agentes asesinos igualmente siguen impunes.
Pero las palmas de oro en eso de abusos y homicidios cometidos por gendarmes se los lleva la policía municipal de Huatusco donde gobierna la verde-priista, Balducina Tejeda, pues desde diciembre del 2019 a la fecha son al menos tres los detenidos que “se les mueren” en la prisión de la comandancia municipal. Allí funciona un centro de tortura tolerado por la autoridad municipal, la estatal y la federal. En la Tierra de las Chicatanas como en el resto de la entidad, los jenízaros asesinos gozan de impunidad. ¿Sorpresa por una policía abusiva? En Veracruz es el pan de cada día.