REGINA, DOS AÑOS
Hoy se cumplen dos años de que nos fue arrebatada Regina Martínez, compañera periodista y amiga de ideales. Gozando de impunidad están los sicarios que la torturaron y privaron de la vida, y también los autores intelectuales que, desde las sombras del poder, ordenaron su muerte. Regina les incomodaba por ser una comunicadora honesta y crítica. Sabían que callándola también daban un mensaje de escarmiento al resto del gremio que abraza al periodismo como una responsabilidad social, y sabían también que no serían castigados por las autoridades.
El crimen de Regina no fue un hecho de delincuencia común, ni mucho menos un conflicto pasional –como el gobierno duartista intentó disfrazarlo-, sino un acto mortal que se acuñó en la clase política. Un indicador de lo anterior es el atentado que se planeaba desde el seno del gobierno estatal –funcionarios duartistas y ex funcionarios de la fidelidad, según la especie denunciada por el semanario Proceso- contra el reportero Jorge Carrasco, representante de ese medio de comunicación en la comisión especial de seguimiento a las investigaciones sobre el homicidio de la corresponsal. Ese es el indicio de que el homicidio -y su permanencia en la impunidad- era de interés para los enquistados en el poder.
Han pasado dos años y muchas cosas cambiaron, al menos para la comunidad periodística. Hubo más crímenes de comunicadores -Gabriel Huge Cordova, Guillermo Luna Varela y Esteba Rodríguez, victimados cinco días después de Regina; Víctor Báez Chino, en junio de ese mismo año, y el más reciente, Gregorio Jiménez de la Cruz, cuyo cuerpo sin vida se encontró el pasado 11 de febrero, cinco días después de que fue secuestrado por un comando armado en el sur del estado. También el miedo sigue como una constantes en todos los dedicados a este oficio, el cual hizo que muchos tuvieran que dispersarse y huir de la entidad para evadir agresiones.
El caos provocado por la muerte de Regina fue aprovechado por el propio gobierno duartista para alejar a comunicadores incómodos, clasificados así por la entonces vocera estatal, María Gina Domínguez, quien junto con otros cómplices del gabinete estatal –entre ellos el cómico Antonio Nemi Dib- asustaron a los compañeros diciéndoles que serían asesinados y así los sacaron del estado, entregándoles un puñado de monedas para pagar el transporte y algunas semanas de hospedaje en otra entidad. Luego se olvidaron de ellos y los dejaron a su suerte.
La mayoría de los que les creyeron y salieron del estado, confiando en una supuesta ayuda, ya están de regreso, comenzando de nuevo, trabajando para sobrevivir casi como meritorios. Esto en el mejor de los casos, porque hubo otros compañeros, principalmente de la fuente policiaca, que fueron despedidos por sus empresas a petición expresa del propio gobernante estatal, Javier Duarte de Ochoa, según han confirmado dueños y directivos de diversos medios informativos.
El cordobés no quería que otro atentado contra un reportero afectará la imagen de su gobierno, y la brillante salida que encontró fue hacer que los compañeros se quedaran fuera de los medios, y así, si los asesinaban, se podría afirmar que nada tenía que ver con el quehacer informativo porque estaban desempleados. A esos que fueron despedidos, también se les “boletinó” para que otras empresas no los contrataran, bajo el amago de ser excluidos de los convenios publicitarios.
EL OPROBIO
En tanto, reporteros y empresas periodísticas tuvieron que recurrir a la autocensura como medida de sobrevivencia: se dejó de manejar la nota roja o al menos se evitaban las noticias relativas a la lucha de los cárteles criminales, y hubo algunos que definitivamente eliminaron dicha sección o se abocaron a datos de pleitos vecinales y accidentes viales. Las secuelas alcanzaron las secciones de política y opinión, en las cuales se excluyeron temas relativos a la inseguridad. En medio de los plácemes de criminales y políticos, Veracruz cayó en lo que los teóricos llaman “apagón informativo”, del cual los más perjudicados son los ciudadanos que dejan de estar al tanto de lo que sucede.
En el tema de procuración de justicia, la entidad cayó en el oprobio. El ex procurador Amadeo Flores construyó un tinglado con “chivos expiatorios” para dar la apariencia de que se habían identificado a los responsables del crimen de Regina, pero era tan insostenible que se le cayó el teatro, luego de que Tribunal Superior de Justicia del Estado (TSJE) ordenó la liberación del único detenido, un analfabeta y enfermo de Sida, Jorge Antonio Hernández Silva, a quien habían dado una condena de 38 años de prisión, pues su confesión de culpabilidad fue obtenida bajo tortura por elementos de la Policía Estatal.
Paralelamente al “cochinero” en la integración de las pesquisas –usando el calificativo con el cual el actual procurador, Luis Ángel Bravo, se refirió a la gestión de Amadeo Flores- desde el Gobierno estatal se lanzó una campaña de lodo contra Regina Martínez para ensuciar su memoria, manchar su honor y hacerla pasar como culpable de su propia desgracia. Se vertió basura sobre su tumba, a la par de las amenazas contra su familia, la cual sigue viviendo en la zozobra por los amagos provenientes desde el gobierno duartista, perverso con la víctima e infame con los deudos.
A dos años, lo que no ha cambiado es el miedo en el gremio y las agresiones, algunas hechas abiertamente por efectivos policiacos, que tienen órdenes para detener, apalear y amenazar a los compañeros. Así, con diez crímenes de periodistas y un sinfín de agravios, entre ellos el atentado contra esta casa editorial, El Buen Tono, ocurrido en noviembre del 2011, y que sigue sin castigo no porque no haya pistas, pues están identificados los autores, sino porque no hay voluntad para cumplir la ley, Veracruz sigue clasificado como uno de los sitios más peligrosos del mundo para ejercer el periodismo.
Eso es lo que ha dejado la administración de Duarte de Ochoa: un tiradero de cadáveres de comunicadores, palizas, zozobra y miedo en los sobrevivientes, y claro, impunidad para los agresores. El gobernante tuvo la oportunidad de hacerles justicia, pero prefirió coludirse con los infractores y enlodar a las víctimas. Así se le recordará, como el protagonista de una de las páginas negras para la prensa en Veracruz. No se podrá lavar la cara ni con falsas comisiones defensoras ni con desayunos semanales. Ya está fichado por la historia.
Ya son dos años sin la querida Regina, aunque ella se encuentra en un lugar mejor, al lado de Dios, orgullosa de que en su vida terrenal, hizo lo que pudo desde la trinchera periodística para que el mundo fuera un lugar mejor. A la amiga se le recuerda con cariño, y por supuesto, su ausencia sigue doliendo.
ELENÍSIMA
En cosas amables y relacionadas indirectamente con el periodismo, mucho se ha escrito sobre el Premio Cervantes de Literatura que le otorgaron a la escritora Elena Poniatowska el pasado miércoles, y que la convirtió en la cuarta mujer en obtenerlo en la historia de ese galardón, y la quinta pluma mexicana en colocar su nombre en el parnaso de los más ilustres de la literatura hispanoamericana. Ella, y el poblano-veracruzano Sergio Pitol, Premio 2005, son los galardonados que quedan vivos, pues Octavio Paz, Carlos Fuentes y José Emilio Pacheco ya pasaron a ser leyendas.
Sin embargo, es importante destacar que al recibir el premio, Poniatowska habló como escritora, pero también como reportera, y eso dio buen sabor de boca a todos los dedicados a este quehacer. Se autodefinió como “una Sancho Panza, una escritora que no puede hablar de molinos, pero si de andariegos comunes y corrientes que confían en una cronista que retiene lo que le cuentan niños, mujeres, ancianos, presos, dolientes y estudiantes que caminan al lado de esta reportera”.
Y claro, se refirió al diarismo, ese ajado y muchas veces minimizado oficio que se encarga de documentar la historia diaria. “Pertenezco a México y a una vida nacional que se escribe todos los días, y todos los días se borra porque las hojas de un periódico duran un día. Se las lleva el viento, terminan en la basura o empolvadas en las hemerotecas”. Esa formación no la tuvieron los otros cuatro mexicanos que han obtenido el Premio Cervantes de Literatura.
Otra cosa destacable en el mismo contexto del galardón, y que atañe indirectamente a Veracruz, es que la escritora dijo en una entrevista concedida la víspera de la premiación que México todavía no está preparado para tener una estatua del conquistador Hernán Cortés debido a los antiguos resabios de la invasión y el sometimiento ibérico. Si la hubiera, citó a Carlos Fuentes, entonces sería “un signo de civilización” de los mexicanos, de que han superado tal marca histórica.
Allí habría que acotar que en la conurbación Veracruz-Boca del Río, hay una calle que porta el nombre del conquistador: la calle Hernán Cortés, que va del parque Zamora hasta el centro deportivo Serdán Arrrechavaleta. También, entre los fraccionamientos Reforma y Virginia, hay calles y avenidas que llevan el nombre de los conquistadores españoles, lo que prueba que al menos en Veracruz, que fue a su vez la puerta de entrada de los ibéricos, el resquemor ya es menos.
Lo anterior habla de que los jarochos, pese a su relajo e irreverencia, también tienen mucho de tolerantes y “civilizados”, como sugería Fuentes. Eso sí, habrá que acotar que por estos lugares, los colonizadores españoles son más aceptados que el propio oaxaqueño Porfirio Díaz, cuya estatua que quería colocar el ex alcalde panista Francisco Ávila Camberos en el año 2002, nunca pudo ser exhibida en público por el riesgo a que fuera derribada por la turbamulta. La herida de la dictadura porfirista es más reciente y sigue doliendo.