- Por Andrés Timoteo / columnista
En el México kafkiano, la muerte -el miércoles- de José Manuel Mireles, fundador de las autodefensas de Michoacán, es una colección de ironías. En primer lugar porque era cirujano y con eso se rompió el adagio de “médico cuídate a ti mismo”. Irónico es que siendo subdelegado del ISSSTE en esa entidad no estuvo al frente del combate a la pandemia de Coronavirus y aún así no se cuidó.
Por otro lado, y al contrario de lo que siempre se pronosticó Mireles no murió bajo las balas, víctima de un ataque de sicarios ni torturado por las bandas delictivas que combatió. Él fue cabeza visible de las milicias rurales que se integraron para hacerle frente a los cárteles La Familia Michoacana y Caballeros Templarios en la región de Tierra Caliente, por lo que era un blanco permanente.
En el 2014 sufrió un atentado y sobrevivió. Tampoco fue abatido por las fuerzas policíacas del gobierno que en su momento denunció y que lo mantuvo preso durante tres años, luego de que fue desconocido por los grupos de autodefensas y se le encontraron armas de fuego prohibidas. No, Mireles rompió el presagio de una partida violenta y murió en la cama de un hospital.
Una cuarta paradoja que el hasta el miércoles funcionario federal dejó de existir el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer siendo un misógino redomado que llamaba “pirujas” a las mujeres que eran parejas de derechohabientes del ISSSTE y exigían acceder al servicio médico.
También se refería a las empleadas de la misma institución como “nalguitas” y a pesar de que fue denunciado ante la Comisión Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) y que organizaciones civiles y partidos políticos pidieron su destitución, el presidente Andrés Manuel López Obrador no lo removió y lo sostuvo en el cargo. Así, en un día simbólico para las mujeres agredidas, Mireles se fue de este mundo.
Por si fuera poco, falleció de una enfermedad que ha sido negada por su jefe, López Obrador, sumándose al listado de más de cien mil personas que han perecido mientras el caudillo las minimiza y acusa a periodistas y medios de comunicación de emprender ataques contra su gobierno si destaca las cifras mortales. A su decir, las víctimas de la Covid-19 se mueren a propósito para desprestigiar a la “cuarta
transformación”.
Finalmente, siguiendo la lógica del tabasqueño, se supo que Mireles era un corrupto porque mentía, robaba y traicionaba al pueblo. No olviden que López Obrador decretó, en junio pasado, esas conductas como causantes de la infección gripal. El que no tiene tranquila -aseguró- se contagia. Y ya son varios de sus cercanos que sucumben a la Covid-19 -una hermana, los padres de su ex secretario de Seguridad Pública, Alfonso Durazo, un senador, diputados, alcaldes y ahora Mireles- y todos ellos pasaron a formar parte de la caterva de deshonestos, mentirosos, ladrones y traidores. Vaya, el caudillo trasquila hasta sus propios difuntos.
EL AFFAIR CHARO
Encarcelada desde hace un año y tres meses, y sometida a una intensa campaña mediática para cargarle toda la responsabilidad en la llamada “Estafa Maestra”, un plan para expoliar miles de millones de pesos del erario desde las secretarías de Desarrollo Social (Sedesol) y Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu) que presidió durante el gobierno del priista Enrique Peña Nieto, Rosario Robles Berlanga ahora acaricia la posibilidad de ser liberada a cambio de declarar contra sus ex colegas.
La ex funcionaria se apresta a convertirse en testigo protegido de la Fiscalía General de la República (FGR) y delatar a sus cómplices en ese desfalco igual que en su momento lo hizo el ex director de Petróleos Mexicanos (Pemex), Emilio Lozoya. De este modo, el espectáculo de ‘los sapos’ -así se les llama a los delatores en la mafia- continuará y el lopezobradorismo está gustoso por tener un nuevo arsenal de distractores mediáticos que sirvan también para arremeter contra sus enemigos políticos.
No obstante, más allá de eso no son pocos los que se preguntan desde hace tiempo porqué ese nivel de saña contra Robles quien si bien es una tipa corrupta y altiva la tratan desde el aparato de Estado respecto a otros ex funcionarios. Pues bien, el periodista y escritor Rafael Loret de Mola despeja esa incógnita y revela que su encarcelamiento no es un castigo desprendido de su desempeño como servidora pública sino una venganza pasional.
Sí, el presidente López Obrador se está vengando de Robles por no haber cedido a sus avances amorosos por allá de finales de 2003, meses después de que enviudó -en enero de ese año- y buscaba una nueva compañera de vida. El periodista afirma que Robles Berlanga, entonces dirigente nacional del Partido de la Revolución Democrática (PRD), despreció al tabasqueño y prefirió al empresario argentino Carlos Ahumada lo que hizo que López Obrador acumulara un odio enconado -del cual es especialista- y este se acrecentó tras los videoescándalos de 2006 costeado por su ‘rival de amores’.
“Esto de Rosario Robles tiene que ver con una venganza personal de López Obrador porque sencillamente lo desairó cuando ya viudo pretendió ir más adelante con la que era la presidenta del PRD y este affaire frustrado es lo que en estos momentos delimita la acción de la justicia a favor y en contra de unos y otros, si así se gobierna en este país”, reveló en una videocolumna difundida el lunes pasado. (https://n9.cl/suron, minuto 06:22)
Ya se dijo antes, cuando Loret de Mola señala alguna cosa de los que están en la burbuja del poder es porque la tiene documentada. Lo avalan todos sus libros sobre los ocupantes de la silla presidencial que ha publicado en cuarenta años. En lo que respecta al tabasqueño ya son tres las revelaciones que ha hecho sin ser refutadas: una, que sus hijos de la noche a la mañana se hicieron dueños de una próspera fábrica de cervezas, Dos, que la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, es su nuera, madre de su primer nieto, y ahora el Affaire Charo -ojo, que no ‘Chairo’-. Recórcholis, de lo que uno se entera al asomarse en las alcobas del poder.
LOS DOS MONSTRUOS
En lo que va del año se han contabilizado en México 2 mil 900 feminicidios, a razón de 11 diarios. Esta incidencia demuestra que la pandemia de la Covid-19 empeoró la situación para las mujeres pues el confinamiento, parcial o total que se haya hecho, contribuyó a que aumentaran las agresiones. El padre, el esposo, el novio, el hermano, el tío y hasta el hijo siendo agresores tuvieron a su víctima en casa, a su disposición.
Las mujeres jóvenes, ancianas y niñas quedaron atrapadas en su propio domicilio si allí habita un agresor. Y la tragedia es interna y externa porque muchas de ellas corren el mismo peligro adentro de los muros que afuera. En ambos sitios las acecha la violencia, la discriminación, el acoso y hasta la muerte. No se equivoca el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) António Guterres cuando afirma que la violencia contra las mujeres es una emergencia mundial agravada por el
Coronavirus.
Entonces, México llegó -el miércoles- con cifras macabras al Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer y por todos lados hubo marchas por el 25N, un abreviado de la fecha copiado de la usanza en España. Por supuesto que las mujeres tienen motivos suficientes para exigir atención al asunto pues actualmente dos monstruos conviven al mismo tiempo y en un mismo espacio. Uno, el más crónico que es la violencia contra ellas, y el segundo, aparecido en este 2020, que es la peste gripal.
El secretariado del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP) ubica a Veracruz dentro de las diez entidades que acaparan el 70 por ciento de crímenes contra mujeres y esa frecuencia mortal no ha descendido por más discursos que pronuncien los funcionarios. Tampoco ha resultado positivo que una mujer, Verónica Hernández, ocupe – “haiga sido como haiga sido”, citando al clásico- la titularidad de la Fiscalía General porque son nulos los avances en el esclarecimiento de los feminicidios.
Igualmente están los nombramientos -también teratológicos- de las dos presidentas del Tribunal Superior de Justicia en unos cuantos meses, una sustituyendo a la otra en medio de un pleito por el poder y los dineros públicos que dejó a un lado la impartición de justicia en general y en lo particular para las mujeres agraviadas. La paradoja es que a la población femenina poco le sirvió que mujeres ocupen cargos donde se toman decisiones pues no hay resultados benéficos ni para la justicia, en el caso de agravio, ni para la reivindicación en el caso de la relegación histórica.
En cuanto a feminicidios que han acaparado el foco mediático están los de las dos alcaldesas, Maricela Vallejo y Florisel Ríos de Mixtla de Altamirano y Jamapa respectivamente, el de la periodista María Elena Ferral, y los cientos de mujeres, sobre todo jovencitas, que han desaparecidos o fueron asesinadas a mansalva. A esto se suman las decenas de doctoras y enfermeras que cayeron en la lucha contra la Covid-19. La desprotección para estas trabajadoras sanitarias de parte de las autoridades bien puede sustentar un crimen por negligencia.
Las mujeres veracruzanas no la tienen fácil por esos dos monstruos que las asedian también se alimentan de la indiferencia, indolencia e irresponsabilidad del gobierno estatal. Sencillamente en el estado no funcionan los mecanismos institucionales ni para prevenir ni para castigar ni para erradicar la violencia contra ellas. No es que no sirvan, sino que a sus encargados no les interesa operarlos.