Andrés Timoteo
Columnista
DÍA 66: EL ÚLTIMO APLAUSO
Se convirtió en un rito diario, un sonido puntual que no necesita más instrumentos que las propias manos para emitir golpes que dan a entender gratitud. Cada noche, a las 20:00 horas, franceses y españoles se asoman a la ventana, el balcón o la terraza para aplaudir a los médicos, enfermeras y enfermeros, camilleros, paramédicos, auxiliares, conductores de ambulancias y demás personal que conforma la primera línea de batalla en esa guerra contra la pandemia del Coronavirus.
Los aplausos son como lo gritos, sonidos inherentes al cuerpo que se producen a voluntad para expresar júbilo y reconocimiento. Así ha sido desde los albores de la humanidad, pero en estos dos últimos meses sirvieron para hacer un enaltecimiento colectivo de los “sanitarios”, como se les conoce en España o “soignants” como se les dice en Francia, los que han velado por la salud de la población atacada por el Covid-19.
En España se dio el último aplauso para ellos. Sucedió de la misma forma como se originó: a convocatoria en las redes sociales. La noche del 14 de marzo, los españoles dieron el primer aplauso comunitario y así lo hicieron otras 64 noches religiosamente a las 20:00 horas. Ayer domingo fue el último, un “Aplauso final, el mejor y el más largo, lo dure porque el mensaje es el de siempre: ¡Gracias!”, decía la convocatoria que circuló en el ciberespacio. Así fue, a la misma hora los españoles aplaudieron a esos héroes.
En Francia, donde va más lento el proceso de desconfinamiento, todavía seguirán aplaudiendo cada noche a los ‘soignants’ (“cuidadores”) o ‘blouses blanches’ (“batas blancas”) porque no hay fecha aún para ese último golpeteo de palmas. En el país ibérico los aplausos también honraron a los que se convirtieron en ‘bajas’ en esta guerra médica, esos que perecieron tras infectarse en el ‘campo de batalla’.
En todo el mundo, según el Consejo Internacional de Enfermeras (CIE) hay un registro de 90 mil sanitarios enfermos de Covid-19 y de ellos han muerto 300. Sin embargo, la cifra es una estimación pues los modelos contemplan el subregistro. El cálculo es que el seis por ciento de los 4.7 millones de personas que han enfermado de la gripe sean médicos, enfermeras y demás empleados del área sanitaria o sea unos 282 mil.
Una cosa peculiar y a la que hay que poner atención es que entre en la clase gobernante de Europa han sido cuidadosos en proponer monumentos a los sanitarios. Los han reconocido en discursos simplemente a los que han acompañado con acciones para asegurar su protección en los hospitales -mascarillas, trajes aislantes, guantes y lentes- así como la dotación de seguros de vida y bonos salariales extraordinarios pues se les trata como una suerte de ‘soldados en activo’.
Pese a lo anterior tampoco han faltado los reclamos desde la misma comunidad sanitaria por la insuficiencia de tales acciones. La semana anterior un grupo de enfermeras encaró al presidente galo Emmanuel Macron cuando acudió al hospital La Pitié-Salpêtrière en el barrio 13 de París y le gritaron: “¡Estamos desesperadas y no creemos en usted!” El reclamo fue puntualmente por la pauperización del sistema hospitalario francés de parte del Estado.
“Es necesario un golpe salarial para adelante, no puede haber pasos atrás, queremos (dinero en) efectivo para los hospitales y el personal, un reconocimiento salarial en todo el tabulador del sistema de Salud”, le expresaron. Ya días antes, los sindicatos de trabajadores médicos habían exigido un aumento de 300 euros -siete mil 700 pesos- al salario. A Macron se lo recalcaron: una medalla será una burla, una afrenta. No queremos ni galardones ni efigies sino respeto y dignidad salarial, machacaron.
De esta forma, atajaron una idea que acariciaba ya el presidente Macron de entregar miles de medallas a todos los sanitarios franceses. Acorralado, el mandatario simplemente balbuceó: “Si ustedes no quieren medallas, no lo haré”. Por más que el Elíseo intentó mantener en sigilo el reclamo al presidente -no se permitió el ingreso de prensa en dicho nosocomio-, las mismas enfermeras se encargaron de transmitir a la prensa lo que sucedió en La Pitié-Salpêtrière. No hubo desmentido oficial.
LOS NEANDERTALES
En México no hay aplausos colectivos para los doctores y enfermeras sino agresiones de todo tipo. Los ‘neandertales’ los acosan, persiguen y agreden verbal y físicamente. A unos les arrojan desde cloro, café hirviendo o escupitajos. A otros les impiden el acceso a tiendas o autobuses y otros más los han golpeado y fracturado los dedos. En México se ataca al soldado que combate por todos.
Y esos cavernícolas se coordinan con los funcionarios públicos que les niegan equipo de protección y han desmantelado el sistema sanitario. Desde el gobierno se cometen las agresiones más peligrosas porque al negarles recursos -y robárselos- para su protección ponen a los médicos y enfermeras en riesgo de muerte. No es una casualidad que en México uno de los núcleos poblacionales más castigado por la pandemia sean los sanitarios a la par de los ancianos o los inmunodeprimidos.
Vaya, la agresión institucional hacia el personal sanitario ha sido tanta que muchos tuvieron que recurrir a la justicia para protegerse. Veracruz es ejemplo de eso porque ahí laboran en instalaciones desmanteladas, sin aditamentos para el resguardo de su salud y obligados a atender a personas infectadas por el virus por lo que han tenido que buscar amparos judiciales para no acudir a sus centros de trabajo. La medida es controversial, sí, pero a la vez entendible porque de por medio está su vida.
Por si fuera poco, los sanitarios estatales tampoco tienen seguros de vida y muchos llevan años esperando la ‘basificación”, es decir la entrega de contratos de trabajo permanentes. Ya no se diga de los sueldos miserables que perciben sin prestaciones complementarias. ¿Cómo enfrentar una guerra pandémica si a los combatientes se les tiene a pan y agua?
¡Sorpresa!, ya hay quienes proponen erigirles estatuas -como la diputada capitalina del PAN, Gabriela Salido- y entregarles medallas al mérito una vez que acabe la emergencia sanitaria. No tarda el gobierno en adoptar tal propuesta que es el escape ideal ante lo verdaderamente justo y necesario: bases laborales, sueldos honorables y prestaciones suficientes. Es el oprobio al estilo mexicano: la piedra es el premio a los héroes de guerra, ya sea en monumentos, lápidas o guijarros aventados con furia.
EL CRIMEN TIENE PERMISO
Ni en política ni en la sociedad misma hay espacios vacíos. Todo hueco tiende a llenarse por algo o por alguien. Así, ante el inminente vacío de poder en Veracruz para atender a la población castigada por los efectos económicos de la pandemia de Coronavirus, el crimen organizado entró al quite repartiendo despensas en varios puntos de la entidad. Ya lo había hecho semanas antes, pero ahora lo realizó sin tapujos ni mesura.
Ya no fue en comunidades rurales alejadas de los grandes centros urbanos y los focos mediáticos, sino que lo hicieron a plena luz del día en ciudades como Veracruz, Cardel, Alvarado, Tierra Blanca, Coatzacoalcos, Córdoba, Orizaba, Huatusco y Cosamaloapan. En total fueron 15 los municipios donde un cártel del narcotráfico hizo entrega de víveres a la vista de todos -de acuerdo con el comunicado difundido por los mismos maleantes-. Es más, no sólo las cajas con comestibles llevaban el logotipo del grupo criminal sino que la entrega fue amenizada con narcocorridos en altavoces. Nada fue discreto, esta vez no hubo tapujos.
¿Y la Policía Estatal?, ¿Y la Guardia Nacional?, ¿Y el Ejército ahora ya autorizado para hacer labores de seguridad pública? No se les vio por ningún lado. Sólo en un municipio minúsculo como La Perla hubo una escaramuza y se difundió, como si fuera un logro magnífico, la detención de apenas cuatro de las personas que repartían despensas. En general, el caso no es menor: las organizaciones criminales asumen tareas asistencialistas como si fueran la Secretaría de Desarrollo Social o el Sistema DIF. La lectura es tan puntual como preocupante ya que pareciera que el crimen tiene permiso.