La política está llena de símbolos, de rituales. La forma es fondo, efectivamente. La mejor muestra de la vigencia de la máxima de Reyes Heroles la encontramos en los eventos del día de ayer.
Por un lado, el acto llevado a trompicones por Andrés Manuel López Obrador en protesta. La reforma energética no es sino un pretexto más, una excusa, para continuar, por tercera vez consecutiva, con sus aspiraciones al poder: lo mismo hubiera sido que se tratara de la reforma hacendaria, la educativa o cualquier otra. El objetivo es protestar, lisa y llanamente. El objetivo es acaparar de nuevo los reflectores, adoptar una causa que le permita aferrarse a un protagonismo político que se diluye poco a poco entre estridencias que pierden sentido.
López Obrador no presenta más sorpresa que la de su propia decadencia. Actos desordenados, que cada vez atraen a menos personas. Lugares comunes, baladronadas, mentiras que se mimetizan entre alusiones a pasajes históricos sin más profundidad que la que pueden ofrecerse en el reverso de las monografías escolares. Votaciones a mano alzada, exaltaciones patrioteras. El gran seductor del México tradicionalmente desfavorecido, pero que cuando tuvo la oportunidad de ejercer el poder se dedicó a proteger, a través de contratos multimillonarios de obra pública, a los mismos contra los que despotrica ahora.
El que vimos ayer, en el acto de Andrés Manuel, es el México que vislumbra y desea nuestro Mesías Tropical. Un país que se rinda a sus pies, que lo aclame, que obedezca los designios del Olimpo Macuspano. Un país que esté dispuesto, y deseoso, de regresar a ese 1983 en el que, según su concepto, todo comenzó a perderse. Un país cerrado al mundo y a los nuevos paradigmas, tal y como él mismo se cierra a otras visiones sobre lo que es mejor para la nación, a las nuevas circunstancias en el entorno geopolítico.
El problema de Andrés Manuel es que las ideas políticas, sean malas o buenas, no tienen derecho de autor. Así, él es capaz de recoger lo peor de los años ochenta del PRI, no sólo conceptualmente sino también en cuanto a las personas que lo conformaban en aquella época: entre sus principales colaboradores se encuentran verdaderos expositores del mayor autoritarismo, y desapego a los valores democráticos, que en buena medida han ocasionado que la nación siga sufriendo los rezagos que ahora tenemos que solucionar a través de reformas estructurales. Andrés Manuel los recoge a unos y se opone a las otras, como muestra de su verdadero talante y formación democrática.
Por otro lado, la presentación de la reforma hacendaria se desarrolló con el orden e institucionalidad que han sido, hasta el momento, característicos de la gestión de Enrique Peña Nieto y el Pacto por México. El énfasis hecho repetidamente en las características sociales de la reforma, resta argumentos a los corifeos de la catástrofe que desde las calles pretenden el regreso de un autoritarismo que claman para sí mismos. Es comprensible, hasta cierto punto: dentro del priismo rancio en el que fueron educados, el poder debería haberles tocado hace mucho tiempo. El problema es que no se han dado cuenta de que México es un pueblo que ahora vive en democracia, y el poder se obtiene en las urnas y no a través de pancartas y consignas.
El alcance y beneficio de la reforma hacendaria, presentada el día de ayer por el secretario Videgaray, estará seguramente a debate en estas páginas en los próximos días. Hay temas que se antojan importantísimos, como los referentes al Impuesto sobre la Renta o al IETU. Las consideraciones de orden social, que ameritan importantes reformas constitucionales, o lo referente a la consolidación de las empresas. El gravamen a las bebidas azucaradas, o la continuación a la exención para alimentos y medicinas o, de vital importancia también, el hecho de que no se incrementará el gasto en burocracia.
No cabe duda de que los profesionales de la estridencia encontrarán motivos para volver a salir a las calles a protestar. Algunas de sus protestas, por supuesto, estarán sustentadas y otras no. Lo que no terminan de entender es que la democracia no se hace a gritos, sino a través de la participación en las instituciones del Estado. La falta de inclusión de las inquietudes de estos sectores de la población son una muestra fehaciente del fracaso de los principales partidos políticos para representar los intereses de la sociedad, y a esta debilidad puede achacarse, en parte, el clima de crispación existente en estos momentos. Sin embargo, la influencia de quienes persiguen sus propios intereses y no dudan en arrojar fuego a la pradera en llamas, como López Obrador, es grosera y evidente.
Hoy, mañana, o cualquier día, Andrés Manuel seguirá opinando sobre los oligarcas, la mafia que nos robó el poder, o los émulos de Santa Anna. Despotricará sobre las reformas anunciadas ayer, y denunciará, con sus argumentos retorcidos y pueriles, el gran robo que unos cuantos están tratando de hacerle taimadamente al pueblo bueno. Sin embargo, y antes de rasgarse las vestiduras, sería bueno que López Obrador entrara de lleno a hablar de materia tributaria y aclarase, de una vez por todas, el origen y destino de los recursos que le han permitido vivir sin trabajar durante años, de manera clara y transparente, mostrando las declaraciones de impuestos correspondientes. Así, obtendría la legitimidad necesaria para seguir señalando corruptos que obtienen privilegios a despecho de la población entera. Eso: transparencia y rendición de cuentas, o seguir soltando diatribas sin consecuencias en la plaza pública. ¿Alguien duda de que lo seguiremos viendo en las calles?