El diálogo entre las fuerzas políticas representadas en el Congreso y el Presidente de la República ha marcado la diferencia en los últimos años, no sólo al hablar de los nuevos recursos de negociación política, sino también al hablar tan sólo del formato del famoso Informe de Gobierno. Se terminó aquella postal de besamanos y pasó después a ser un circo. Máscaras, pancartas, abucheos y hasta el portazo que recibió Vicente Fox con aquel infame revire del “entregas y te vas”, como el inicio de la era en la que el Informe es simplemente entregado por el secretario de Gobernación, y al que le sigue un mensaje destacando las linduras que ha hecho la administración en turno durante un periodo de 12 meses. Faltará redefinir un formato más democrático e interactivo, pero responsable y propositivo, entre el jefe del Ejecutivo y las fuerzas políticas en el Congreso.
Pero por lo pronto, ayer quedó claro que el Informe, al menos el discursivo que apenas escuchamos, estuvo estratégicamente planeado para que todos estuvieran incluidos. Para que nadie, ningún sector se sintiera desatendido en el mensaje del “Estado que guarda la nación”. No podría ser distinto si lo que Enrique Peña enfatizó, desde un inicio, fue el trabajo de todas las fuerzas políticas del país para concretar la aprobación de las reformas. Eso quedó claro cuando saludó al inicio de su mensaje a Silvano Aureoles y Miguel Barbosa, ambos perredistas y presidentes de las mesas directivas de sus respectivas cámaras, Diputados y Senadores. Pero eso es algo que nunca nadie le ha escatimado a los priistas: la sensibilidad y labia política para aglutinar en torno suyo a todos los que quepan, a todos cuantos sea posible.
Y bien, es cierto que ayer escuchamos una línea discursiva tal como pensábamos (y escribíamos ayer en este mismo espacio) tendría que ser: hablar de las 11 reformas constitucionales; fueron también oportunas las pausas que hizo para hablar de puntos logrados con la llegada de las reformas, así como dibujar un horizonte inmediato para su implementación. No todo fue celebraciones en su discurso (ayer mismo lo decíamos, también): Peña Nieto reconoció que los temas de inseguridad y de crecimiento económico todavía no están donde tendrían que estar, para garantizar una aceptable calidad de vida para todos los mexicanos.
Ayer nos dimos cuenta, además, de cómo el Pacto por México no es la única vía para negociar o para incidir en el diseño las iniciativas: ejemplo clarísimo de democracia participativa es el enorme logro de mis colegas Katia D’Artigues y Bárbara Anderson al poner sobre la mesa, cuando se realizaba la discusión de las secundarias en Telecom, el tema de la discapacidad. Un logro y una victoria en pro de los derechos de las personas con capacidades diferentes. Y que también probó que la movilización efectiva de un grupo tras un objetivo, puede rendir frutos cuando se utilizan las vías institucionales de forma correcta.
Por lo demás, también es cierto que todo se queda en pronósticos, en deseables hojas de ruta, tal y como lo adelantábamos ayer. Los alcances de que se tengan con las reformas no quedan más que al tiempo y a la correcta (y transparente, por supuesto) implementación de las mismas. Pero las dos notas que dio ayer, de facto una ya la sabíamos. La presentación en Los Pinos de la que será la obra de infraestructura más importante para el país en años: el nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Tendrá cuatro veces más la capacidad del actual. Obra que tendrá repercusiones en múltiples sectores, empezando, claro, por el turístico. Para reposicionar a México como una potencia en este ámbito, somos ahora el segundo destino en América Latina. Y será apenas una parte del programa de infraestructura que presentarán mañana, donde también hablarán del incremento a la red del Metro que llega a territorio mexiquense, y del prometido relanzamiento de las redes ferroviarias en nuestro país.
Además de lo esperado, también se anunció que no habrá más reformas de gran calado; excepto dos: aquella presentada hace un par de días, con respecto al terrible problema de bullying. Y la otra, la llegada del programa Prospera, que a cargo de la Sedesol, será la nueva apuesta del sexenio en materia de desarrollo social.
Este que vimos ayer no fue un mensaje de autoelogios. Se habló de los logros pero, como hemos dicho repetidas veces, también se observó con sensatez los todavía profundos pendientes con la ciudadanía. Sobre todo los que tienen que ver con su seguridad y con su bolsillo. Y es que de no hacerlo, los innegables logros (hasta hoy) del gobierno de Enrique Peña Nieto corrían el riesgo de aparecer como palabras tiradas al viento… Ayer decíamos: el Presidente debía saberlo. Y, en su discurso, comprobamos que sí lo sabe.