“Anteayer fui al cine, a ver Invictus: película que narra un muy específico capítulo del paso de Nelson Mandela por el gobierno sudafricano: la apuesta estratégica que hizo, incluso contra las exigencias de la mayoría negra que lo eligió, por una selección de rugby de raza blanca, con colores del Apartheid, para representar a su país en el Mundial del que fueron anfitriones en 1995. ¿El resultado? Que no sólo se convirtió en campeona, sino que él logró unificar a dos razas bajo una sola bandera, con igual himno y el mismo orgullo nacional. Mandela hizo lo que hace un hombre de Estado: unir, cohesionar a sus gobernados, hacerlos sentir hermanados y no distanciados por los prejuicios que, en lugar de adherir, polarizan a las sociedades…”
Lo anterior corresponde a un texto que escribí en este espacio hace ya casi cuatro años, a raíz del acto de inconstitucionalidad que en ese entonces, el gobierno deFelipe Calderón interpuso en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, ante la aprobación de la ley que permite el matrimonio entre personas del mismo sexo en el Distrito Federal. La que querían echar abajo y que no lograron derribar.
La referencia a Mandela en aquel tiempo, fue justo porque si algo tendrá escrita la biografía de este gran hombre que hoy vive los que podrían ser sus últimos momentos, es esa cualidad de no división, de acuerdo por sobre cualquier cosa.
La historia de cómo logró unir a su país, a pesar de las enormes diferencias. Nelson Mandela es uno de los verdaderos hombres de Estado que hemos visto en el mundo. Porque no hay un Mandela en ninguna otra parte del mundo, porque él ha sido el único que ha utilizado la cohesión como un símbolo estricto de su forma de hacer política. Fue un presidente para todos, no sólo para los que votaron por él. Estuvo ahí también para defender las causas de sus opositores. Blancos y negros por igual.
Por eso es que blancos y negros se aproximan a las afueras del hospital donde se encuentra internado, en medio de un drama familiar que poco honor hace a la figura de este hombre que es y será símbolo de un siglo XX al que le quedan pocos líderes vivos, aunque en el entendido de que su legado queda escrito en la historia del mundo, porque los alcances de Mandela, son referencias inevitables para cualquier Estado que se precie de serlo, para cualquiera que desee identificarse como una democracia.
Triste que, irónicamente, la familia de Mandela esté dando la nota por los desacuerdos que hay entre ellos, peleándose la herencia y el destino de su padre, incluso antes de que llegue lo inevitable. Lamentable, pues la figura de Mandelaes, no sólo en Sudáfrica, una de las más emblemáticas de la historia contemporánea.
Mandela, uno de los pocos hombres de Estado que ha dejado al mundo un legado que deberá servir de pauta para aquellos que se dicen demócratas.
Por ahí comentan que una tradición sudafricana dice que nadie debe irse de este mundo teniendo su “alma atormentada”, de ahí que piensen aquellos seguidores de tal tradición, que ésa es la razón por la que Mandela sigue aquí, escuchando a los sudafricanos a las afueras del hospital. Y es que es Mandela, su hombre de Estado.