Carmela y Goyo pasaron 22 años casados, de esos, varias veces se cambió de domicilio en Cancún y Coatzacoalcos. Unas veces solo, otras con la familia. “A mí me gustaba más Cancún, allá está más tranquilo para trabajar y hacer vida. Acá Veracruz no es seguro”, de hecho, afirma que “nuestra idea era regresarnos a Cancún a hacer vida bien allá”.
En esas andaban, dice Carmela, preparando la salida para el Caribe Mexicano por el deterioro de la seguridad en Allende y los numerosos hechos de violencia en los alrededores.
Era el clamor de cada noche, la pareja en la intimidad del hogar, en medio de los murmullos de la oscuridad: “Goyo, vámonos a Cancún, vámonos para allá otra vez, por favor, iniciaremos de nuevo”.
Al final, el hombre entendió. Estaba decidido a dejar su carrera como reportero en el Notisur y en el Liberal así como en la Red, y tal vez iniciar de nuevo en la foto y el video en Cancún, igual y con un trabajo en algún medio de comunicación local, afirmó Carmela Hernández,
“Por eso le estaba echando ganas a la casa y nos privamos de muchas cosas, queríamos dejar las puertas hechas, las ventanas y protecciones para dejar encerradas las pocas cosas que tenemos”, dijo y agregó que estaban a la espera del final del curso escolar de los hijos para partir.
La colonia en donde habitaba Gregorio en Cancún –dice la familia- se llamaba El Milagro, hasta hace seis años, un lugar apacible. Eran felices.
“En Cancún estábamos bien, trabajando en lo que es la foto y el video pero nos tuvimos que regresar por mis padres, pues se enfermaron. Me vine para cuidarlos, pero papá murió en 2013 y mi madre este año.
Yo le decía a Goyo: “Vámonos a Cancún, acá ya nada nos ata”.
Carmela también sabe de fotografía y video. Era ayudante de su esposo. “Le ayudaba cargando cables, cámaras y aditamentos para el trabajo”, cuenta una hija.
“Tuve que aprender porque siempre me encontraba a su lado apoyándole, era natural. También sé de tomar fotos y todo eso, y allá en Cancún lo ayudaba, nos dedicábamos a lo mismo. Él buscó trabajo en un diario local, pero no me acuerdo cuál, y allá les mandaba fotos”.
El amor entre Carmela y Gregorio nació en una tiendita. Ella despachando verduras. Jamás imaginó que ese tipo moreno, retacón, de carrillos inflados, le iba a enamorar.
“En ese entonces él trabajaba componiendo aparatos eléctricos, iba mucho a la tienda”, dice Carmela.
A un lado de la alberca del hotel en donde estuvo refugiada con sus hijos, en Coatzacoalcos, la mujer, menudita, de mirada como de las enamoradas descritas en las obras de Laura Esquivel, suspira al recordar los primeros momentos con Gregorio. La gran persona y ser humano a punto de descubrir.
Se las había ideado para ir a la tienda, un día, a preguntar por el precio de los tomates, otro, por el de los aguacates, luego, por los melones, y así, hasta que se decidió a invitarla al parque.
Hombre responsable
Gregorio era padre de siete hijos. Cuatro tuvo con Carmela y otros tres los concibió con su primer mujer, quien abandonó a Goyo con todo e hijos. A la fecha, de ella no se sabe nada.
“No vale la pena hablar de mi madre, ella nos dejó, se fue, y mi padre nos sacó adelante. Así nos tuvo como año y medio o dos años. Él se encargaba de nosotros, me cuentan mis hermanos mayores que papá se las veía negras para trabajar, andar con nosotros, y aparte cuidarnos, darnos de comer y bañarnos”, relata una de las hijas mayores.
“A mí me dicen mamá los otro tres hijos mayores de Goyo pues cuando nos casamos, él ya traía a esos tres niños y me tocó hacerlos grandes”.
“Ella es nuestra verdadera mamá, no nos tuvo, pero nos crío. Carmela es mi única madre”, dice la hija cuyos rasgos físicos contrastan diametralmente con la mamá adoptiva”.
Los muchachos de Goyo con Carmela tienen 19, 17, 14 y 12 años. Los mayores rondan de los 27 años a los 30.
Sin embargo, Carmela lanza luz sobre un detalle particular en la personalidad de Goyo:
“No sé porque, nunca lo he entendido, el contacto con su familia era muy poco”.
-¿De dónde es? –se le pregunta.
“De Minatitlán, siempre me dijo eso, que de mero Mina. Su mamá ya murió, pero siempre ha sido así, muy poco va para allá y está muy despegado de la familia”.
Sobre el padre de Gregorio, poco se sabe, pero a juzgar de los hechos en su vida pareciera definitivo en la conformación de su personalidad protectora: “poco me cuenta de él, parece que se apartó de ellos (de su familia) y los abandonó de muy chicos”, indica la viuda.
Los miedos de Carmela
Yo ya no lo quería en la prensa –dice- siempre se lo dije muchas-muchas veces pues ya –lágrimas- estábamos convencidos en que iba a dejar eso y a dedicarnos solamente a la fotografía, lejos, en Cancún.
Desde antes de los asesinatos en Veracruz de reporteros y fotógrafos, ella estaba buscando alejar a su esposo de los diarios. Esos hechos únicamente le confirmaron la convicción por seguirle insistiendo. Pero parecía difícil, Gregorio sintió el orgullo, el gusto y el amor por ver sus notas en primera plana, por mirar sus fotos con su crédito.
De hecho, se volvió importante en el barrio. “Como era periodista, tenía muchas personas que le hacían favores, buscaban quedar bien y él nos ayudaba”, cuenta una vecina de Goyo y señala su casita, un cuadrito de tablas, maderas, techo de lámina de metal, remendada por doquier y, como la parábola bíblica, edificada sobre un montículo de piedra.
“Don Goyo vio que nos inundábamos mucho y nos echó la mano para conseguir camionadas de piedra y arena, unas nos las regalaron y otras nos la dieron bien baratas por su apoyo”.
Si algo se reitera al ver los alrededores donde Goyo habitaba, y de donde se lo llevó el comando armado, es su humildad.
Un inventario de su vivienda: piso de tierra. Un cuadro de paredes de ladrillo y concreto. Sin ventanas ni puertas exteriores. Tapada con láminas metálicas. Puertas remendadas en las dos habitaciones. Cocina de piso de piedra. La sala en las mismas. Las habitaciones chiquitas: ropa tirada. Útiles escolares apilados. Un tocador retacado de libros de texto. Afuera: un lavadero.
Más piso de tierra y un perro. En los alrededores: una laguna a medio relleno. Vegetación de pantano. Casitas de lámina y desechos.
Villa Allende ronda los 21 mil habitantes. Se encuentra al otro lado del río Coatzacoalcos. Para llegar a ella uno debe pagar 4 pesos por el derecho de transporte en lacha. Es un medio popular y económico empleado por trabajadores de Pemex, empleados de comercio, obreros, estudiantes y amas de casa que a diario cruzan a la zona de complejos de Allende o a Coatzacoalcos. De seis a nueve de la mañana esas lanchas surcan el caudal atiborradas de personas.
Allende alberga al complejo Morelos y Cangrejera de Pemex y a docenas de fábricas y empresas enfocadas al ramo petroquímico, esto le confieren a Coatza el título del desarrollo petroquímico más importante del país. En el municipio vecino de Nanchital se desarrolla la inversión petroquímica más importante de todo el país actualmente, el proyecto Etileno XXI, al cual le inyectarán más de 3 mil millones de dólares; sin embargo, la proximidad de estos emporios petroleros no se reflejan en justicia social para este pueblo.
La misma Villa Allende cuenta con numerosas calles sin pavimentar, las pavimentadas no poseen drenaje, hay un hospital inaugurado el sexenio pasado por Fidel Herrera Beltrán; sin embargo, el personal médico es poco y es inútil ante una emergencia pues no cuenta con ambulancia. La avenida principal es un recorrido por taquerías, changarritos y numerosas cantinas.
Periodista
Poco se sabe cómo inició Gregorio en los medios de comunicación. Dicen que le invitó un contador, otros que una reportera; que llegó solito, lo cierto es que de cubrir cumpleaños y fiestas para la foto del recuerdo, evolucionó a reportero, dice José Luis Ortega Vidal, uno de sus jefes en Notisur. Su familia afirma que en una de sus idas a Cancún, allá colaboró con un diario de nota roja, “amarillista, no recuerdo bien el nombre”, dice la viuda.
Pero firme está que obtuvo esas chambas por oportuno: “recuerdo que hubo un muchacho ahogado en una laguna en Allende, como en 2008. Llegué cuando el cuerpo ya estaba en la unidad del Forense. Allí estaba Gregorio. Entonces me vio con mi cara de ‘•$%% se me fue la foto’. Se me acercó y me ofreció las fotos: ‘llegué antes que nadie y se las regalo’, me dijo.
Entonces ya se empleaban archivos digitales y me las proporcionó. Me contó que era “pastelero” -como se le despectivamente se llama a fotógrafos de eventos sociales- pero siempre se enteraba de todo de este lado del río”, cuenta otra compañera.
En las fotos del Goyo proporcionadas a la periodista estaba la secuencia completa: la sacada del cuerpo, los padres llorando…el drama entero. “Ese cuate estaba hecho para reportero de sucesos, lo traía en el alma. Siempre quería estar antes que nadie y ganar la mejor foto y los primeros datos”, complementa la entrevistada.
En Allende no acontecía nada ajeno a él. Quienes protestaban, el choque, el pleito de vecinos, los secuestrados, el levantón, el ejecutado en los ejidos… siempre tenía en la mano el pulso de su zona.
“Lo mirabas llegar en una moto viejita en la que luego montaba a otros reporteros para darle el aventó, siempre estaba dispuesto para compartirte algo, una vez, cuando aparecieron unos muertos en la playa, en medio de un calorón, hasta me convidó un poco de su refresco.
“A mí me invitó unos camarones una vez en su casa, muy humilde, en Allende”, reseña Mario Morales Patraca, un reportero de la fuente roja con varios años en el frente.
“El día 25 mató un cochino e invitó a todos los vecinos, sin alcohol ni nada de vicio, puro vecino conviviendo por la Navidad”, relata una amiga de la familia.
Autodidacta
Nacido el 12 de marzo, con 43 años de edad, solo llegó hasta la preparatoria. “Cuando lo contrataron como reportero, ni si quiera sabía cómo era la entrada de una nota”, cuenta un compañero.
Los jefes le mandaron a una persona con más experiencia en la fuente y en redacción para que lo iniciara en los vericuetos de la pirámide invertida –método usado por periodistas para estructurar información-, el manejo de las fuentes y la reporteada de manera formal.
Al principio, las notas y fotos logradas por El Pantera eran publicadas con el crédito de quien fue el iniciador en el oficio, lo cual no tardó en incomodar a Goyo.
“Se fue a ver a sus patrones para decirles como estaba la situación, pues no quería ser visto como un flojo. Para esto, él ya había conseguido un libro: “Manual de Periodismo” (Marín y Leñero), y allí comenzó a medio enderezar sus notas y entradas, lo más complicado para él”, relata el compañero que le conoció muy de cerca.
Así fue como él se abrió camino, y claro, el maestro enviado jamás nunca le volvió a darle otra enseñanza. Las notas comenzaron a salir con el nombre del hoy finado. Con esas clasecitas tuvo, de hecho, “allí es cuando se autonombra el ‘El Pantera’ en las redes sociales para manejar sus notas. Claro, todos sabían quién era”, retoma la compañera.
Un reportero de policiaca de Coatzacoalcos ampliamente experimentado, en el anonimato, dice: “él era un reportero nato, pero llegó en mal momento. Recuerdo que antes, hace unos años, el reportero era respetado por las autoridades, ahora no, ahora les vales, y a la mafia le importas menos, mucho menos. Luego llaman para pedir que “no te pases de lanza, que te alinees o te alinees, sino, ya sabes”.
Incluso, cuando la violencia comenzó a incrementar en Veracruz, a raíz de la guerra contra la delincuencia, se dieron casos de unos tres reporteros de la roja que, de plano, abandonaron el oficio. “Uno se metió de socorrista, mejor. Allí anda, salvando vidas. Y hay otra que de plano hasta anunció que se iba y cumplió su palabra. Nunca regresó al gremio y menos a cubrir la roja”, cuenta el periodista.
Es tal la indefensión de los periodistas en provincia, caso indignante en Veracruz, opina Daniela Pastrana –integrante de la Red de Periodistas de A Pie- que pareciera que “el gobierno del Estado tiene un patrón sistemático de deslindarse de su responsabilidad en la investigación. Y ese comportamiento, que vemos repetido en todos los casos, es una omisión criminal, en el menor de los casos”.
“No quisiera decir sin pruebas que hay dolo o intención de ocultar los motivos de los asesinatos, pero eso es lo que parece”, dice. Los datos la respaldan, durante el duartismo suman 10 los comunicadores asesinados en Veracruz, Xalapa, Jáltipan y ahora Coatzacoalcos. Además, son dos los desaparecidos. Por tales hechos nadie está purgando condenas.
En un mensaje al gremio, Marcela Turati, de la misma red, y activista para mejorar la seguridad de reporteros en zonas de conflicto, dijo que Veracruz es “ese estado tóxico para los periodistas”. Y cuestionó: “¿Para qué tanta fiscalía especializada en delitos contra periodistas si no funcionaron? ¿Para qué tanto mecanismo de dizque protección que no protegen? ¿Para qué tanta mentira?”
Temeroso
Sus vecinos le conocen bien: “nunca le vimos borracho”, “ni fumando”, “jamás se le escuchó pelear con su esposa”, “menos, mucho menos, pegarle a uno de sus hijos”.
Eso sí: “era muy reservado en su casa no gritaba, todo el día en la calle, trabajando”. Era un amigo y un hombre de valores, y de amplio criterio, pues pese a ser pentecostés, a sus hijos les dio libertad de escoger su propia religión y optaron por el cristianismo. A menudo acuden a una iglesia bautista de esos rumbos.
Incluso, de vez en cuando les prestaba la casa para el culto. “Era muy bonito tener un vecino así, pues acá casi todos somos cristianos. Contaditos los católicos. A esos los conoces por la música de mundo que ponen”, cuenta una de las vecinas.
En medio de esa espiritualidad, era temeroso. Sus demonios los conocía bien y con un poco de humor negro buscaba evadirlos ante sus compañeros de la fuente: “Cabrones, si me levantan, me buscan, eh, no sean malos. Si les pasa lo mismo también iré a buscarlos”, soltaba la frase y después se reía, dice la periodista tras el anonimato, y remacha: “A veces te le perdías uno o dos días y si no le contestabas el celular o los mensajes… ¡para qué quieres! Cuando te contactaba te decía: ‘cabrón, me tenías con el pendiente; pensé que te habían levantado, eeeeh, acuérdate, eh, quedamos en que nos buscaríamos si nos pasaba algo”. Lamentablemente, su temor se convirtió en realidad.