Por Andrés Timoteo / columnista
EL GRAN DRENAJE
A inicios de la semana, el Gobierno Estatal reactivó el Programa Integral de Saneamiento de la Cuenca del Río Blanco, a fin de rescatar la afluente considerada actualmente como la segunda más contaminada del Estado -después del río Coatzacoalcos- y que figura entre las cinco más sucias del País. Fue el gobernante estatal, Cuitláhuac García Jiménez, quien presidió la reunión en el municipio del mismo nombre, con funcionarios estatales, federales y municipales.
En la presentación del nuevo programa se habló que las comisiones Nacional del Agua (Conagua) y Estatal de Aguas del Estado de Veracruz (CAEV) llevarán la batuta e involucrarán a las autoridades de los 34 municipios por donde corren las aguas del río Blanco. No es nuevo el programa, ya que desde 2009 se anunció un primer plan para combatir la polución del río, pero a diez años no hay resultados benéficos.
Todo se fue en burocracia y dilaciones que facilitaron que la afluente siguiera como un gran drenaje a cielo abierto. En los hechos, será una labor titánica revertir lo que el hombre le ha provocado a esa afluente, algo que los científicos han denominado como ‘una contaminación suicida’ porque envenenando sus aguas no solamente se mata la fauna y la flora ribereña, sino los pobladores son los principales afectados porque habitan al lado de un foco de toxicidad.
No hay que explicar mucho sobre la polución que lleva el río: desde los desechos químicos de la zona fabril hasta los vertederos de ingenios azucareros, de las granjas porcinas y avícolas, de las jugueras y de otras actividades agroindustriales. Esto sin contar con las descargas de aguas residuales provenientes de la deficiente red de drenaje doméstico en los 34 municipios.
Basta hacer una revisión de cada uno de esos municipios para constatar que ninguno de ellos tiene una planta tratadora de aguas negras que funcione correctamente. Es más, algunos ni siquiera cuentan con pozas de reposo y filtración, lo mínimo requerido para no arrojar directamente esos residuos, llamados por los científicos “aguas crudas”, es decir, sin tratar, al río o a los arroyos que le sirven como afluentes.
Lo peor es que el mismo río alimenta pozos y plantas de agua para el consumo humano en muchos poblados. No hay que olvidar que la contaminación del río Blanco es una de las hipótesis por la epidemia de enfermedades renales en Tierra Blanca y los municipios
circunvecinos.
Por eso, el programa que se reactivó para su rescate además de ser un reto enorme suena a una serie de buenas intenciones. Claro, no se critica el proyecto ni la intención, al contrario, se saluda, pero ningún plan funcionará mientras no haya la voluntad política para hacer valer el Estado de Derecho, es decir, para aplicar la Ley a los contaminadores sean empresas, personas o entes de Gobierno.
TIRADERO DE MUERTOS
En estos tiempos de precariedad ambiental, tener un río contaminado es un acto suicida -se repite- y castigar a los contaminadores debería ser una prioridad. Los expertos en hidrología exponen que a diferencia de otros sitios contaminados -como lagunas, pantanos o tierras de cultivo- los ríos tienen una recuperación relativamente rápida por el fluir permanente del agua.
Salvo que se arrojen desechos radiactivos, el agua que nace limpia de los manantiales en la montaña o se desprende de los glaciares, y que viene pura, ‘lava’ al mismo río, lo limpia de su contaminación en períodos de cinco a veinte años -cortos relativamente, se insiste, si se repara en las décadas que ha durado la
polución-.
Considerando lo anterior, sanear al río Blanco sería teóricamente fácil, siempre y cuando se dejen de arrojar basuras, desechos agroquímicos y orgánicos. La clave está en aplicarles la Ley a los que contaminan, obligar a los Ayuntamientos a construir plantas tratadoras de aguas residuales y llevar a la cárcel a los grandes ecocidas. Todos ellos son los que deben ser purgados en primer lugar porque, de lo contrario, todo lo que se anuncie para rescatar a la afluente no pasará de un catálogo de buenas intenciones.
Pero el río Blanco no solamente es un vertedero de basura sino también de cadáveres. Desde 2004, cuando el innombrable entregó el Estado al crimen organizado, la afluente se volvió un gran canal para deshacerse de las personas que son asesinadas por los cárteles del narcotráfico. Es más, ya ni los pobladores ribereños ni la prensa misma se asombran de los cuerpos flotando en sus aguas, pues el fenómeno se volvió algo frecuente.
Esta casa editorial, EL BUEN TONO, ha dado cobertura informativa en cada ocasión que se localizan cadáveres en ese río y sus afluentes. ¿Cuántos han sido sacados del río Blanco? Nadie lo sabe porque nadie ha llevado una cuenta escrupulosa. En 2017 se hablaba de 200 cuerpos durante la década inmediata, pero era una cifra estimada por algunos activistas. Hay quienes aseguran que por esas aguas han flotado muchos más.
Es, en resumen, una tumba flotante, un vertedero de restos humanos que retrata la hecatombe humanitaria que registra Veracruz y especialmente la zona Centro de la Entidad. Es verdad, el río Blanco no es el único tiradero fluvial de cadáveres porque todas las cuencas hidrológicas de Veracruz se han convertido en eso, pero sí es uno de los que llevan más caudal de muerte y dolor. Por eso, es el necesita un saneamiento ambiental, pero también humano e incluso hasta religioso, para exorcizar al mal que se apoderó de él.