Resulta mezquino no reconocer que el liderazgo actual del PRD acertó al poner en manos del INE la elección de consejeros y congresistas para designar al presidente del partido. Los dividendos de este ejercicio están a la vista.
El mecanismo fue aceptable y aceptado por todas las corrientes; el proceso se llevó a cabo con éxito y sin mayores impugnaciones; por primera vez en muchos años el PRD libró los conflictos que se presentaban en cada sucesión interna.
Es dudoso que, como dijo Lorenzo Córdova, la participación del INE haya servido para fortalecer la convivencia democrática al interior del partido pero, por lo pronto, dejó en claro que la militancia favoreció de manera abrumadora a la corriente Nueva Izquierda y sus aliados (Alternativa Democrática Nacional, Foro Nuevo Sol y Vanguardia Progresista) que juntos obtuvieron 70% de la votación.
Para cualquiera que profese la fe democrática, la próxima dirección del PRD debiera gozar de una gran legitimación entendida como la capacidad y el derecho que tiene para el ejercicio de una función. Con ella viene también la legitimación de la línea política que ha seguido la actual presidencia y que seguramente seguirá Carlos Navarrete con los ajustes propios de la persona y la circunstancia.
Simplificando un poco, existen dos concepciones de oposición propuestas por la ciencia política: la oposición a un gobierno y sus políticas públicas y la oposición al sistema. Hace tiempo que las corrientes mayoritarias del PRD han impulsado y han optado por la primera: por reconocer la legitimidad de las instituciones y oponerse a las políticas públicas con las que no concuerdan. El PRD “de Los Chuchos” optó por esta línea con base en un diagnóstico: su fuerza electoral; la conciencia de que desde hace años las encuestas identifican al partido como una organización política “rijosa que se consume en sus querellas internas” y las experiencias internacionales de los partidos de izquierda o socialdemócratas que llegaron al poder tanto en Europa como en América Latina.
Con la votación mayoritaria del pasado 7 de septiembre el perredismo refrendó que está por la institucionalidad, por el reconocimiento del alcance de su fuerza política para negociar algunas políticas de su programa y por reconocer que no podrán ganar el gobierno nacional si, como escribió Hernán Gómez respecto a Brasil, no “acomodan” en su programa a actores dominantes que han jugado como vetos para impedir la llegada al poder de la izquierda.
Con este proceso se avanza, pero de ninguna manera está resuelta la unidad del partido. Aunque el voto en favor de Nueva Izquierda y sus aliados superó la mayoría calificada, un sector importante del PRD insiste en socavar su legitimidad y descalificar a su dirigencia. El grupo de las corrientes perdedoras no sólo afirma que los ganadores no representan el proyecto del PRD. Se han dado el lujo, incluso, de acusar a los funcionarios del INE de una “actuación parcial” y a los dirigentes de Nueva Izquierda de haber gastado mil millones de pesos en prácticas de compra de votos. En ambos casos sin prueba alguna.
Hace tiempo que Los Chuchos reciben duras críticas por su forma de actuar frente al gobierno de Peña Nieto. Los adjetivos que han recibido han ido desde vendidos hasta claudicantes. La última crítica la espetó Marcelo Ebrard con la ocurrencia de que el PRD se ha convertido en partido satélite. Sorprende que un hombre que conoce la historia de México y del PRI utilice este adjetivo. El concepto de partido satélite o partido paraestatal se acuñó cuando el PRI era hegemónico y hacía referencia al conjunto de partidos que giraban alrededor de su órbita sin representar ni un remedo de oposición. Así se les llamaba al PARM y al PPS, que durante la mayor parte de su historia no hicieron más que postular como su candidato a la presidencia al candidato del PRI, que nunca obtuvieron más del 4% de la votación para la Cámara de Diputados y que jamás impulsaron alguna agenda digna de recordarse.
El PRD es hoy en día una oposición que el partido en el gobierno no puede desatender porque sabe que la política no está solamente en función de la aritmética electoral traducida en aritmética parlamentaria. Es una oposición consciente de que no tienen la fuerza para imponer todas sus preferencias de política pública pero que contar con la interlocución del partido en el gobierno y estar en el juego político es indispensable para hacer avanzar su agenda. Es una oposición que sabe jugar a la democracia y que negociar no significa hacerle el juego al gobierno en turno.
El próximo 5 de octubre el PRD nombrará a su presidente nacional. Con ello no se terminan los retos de este partido. En realidad apenas comienzan pero, guste o no, comienzan con una línea definida y con una presidencia legitimada por 70% de los militantes en una contienda en la que todas las corrientes aceptaron las reglas del juego y en las que, por mínima congruencia, todas deben aceptar sus resultados.
*Investigador del CIDE
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