Cuando nací, el conflicto entre Palestina a Israel ya era noticia. Ya tenía años siéndolo. Segura y tristemente, cuando yo muera, lo seguirá siendo. Generaciones enteras han conocido, en su totalidad, a medias o sólo de oídas, lo que sucede en aquel territorio, en donde paradójicamente tantas de las historias bíblicas tienen escenario. Vaya contradicción. Pero, sobre todo, generaciones enteras, muchas de ellas, han tenido que vivir el conflicto; han tenido que lidiar con una rutina que fácil y repentinamente es sorprendida con los estruendos de bombardeos.
En nombre de Dios, a pesar de aquel mandamiento, se ha derramado demasiada sangre en vano. Especialmente en ese territorio: más que en las dos Guerras Mundiales juntas. Ni Palestina ni Israel han respetado las treguas. O sí. A medias. Por un rato. Porque, entonces, de pronto estallan las bombas otra vez y las ciudades se vuelven escombros. Las familias se rompen: padres entierran a sus hijos, hijos pierden a sus padres. Familias enteras se desintegran porque algunos huyen, se convierten en refugiados y algunos otros de sus miembros no tuvieron la misma suerte.
En el archivo periodístico hay una infinidad de documentos y material gráfico que guarda miles de historias. Este es un conflicto que se hace presente en tantos lados y de tantas formas. En los concursos fotográficos hay siempre presencia de imágenes profundamente dolorosas: el padre que llora con su hijo en brazos, los soldados que luchan, las ciudades destruidas.
Cada año treguas, cada año también la ruptura de ellas. Ayer, de nuevo: Israel contra Palestina. Palestina contra Israel. Pareciera que su fuerza la miden en el nivel de sorpresa con que ataquen al otro. Y de nuevo muertos e imágenes terribles de un cielo cubierto por el humo que arrojaron las llamas, las que nacieron con los bombardeos sobre localidades llenas de civiles que apenas se reponían de los ataques anteriores. Pero no, ninguno de los dos países ha sido capaz de procurarse un poco de tranquilidad.
Para el cierre de este texto sumaban ya 19 muertos en la ofensiva que Israel puso en marcha sobre la Franja de Gaza. Podemos asegurar, porque así lo dice ya la historia, que no serán lo únicos. Y es triste, porque este es un conflicto que ha rebasado por completo el poder y alcance, no sólo de ambos territorios, sino incluso de organismos como la Organización de las Naciones Unidas. Ninguno de los llamados o acercamientos que han tenido para mediar en el conflicto ha sido suficiente para que, finalmente, ambas partes respeten sus fronteras.
La condición que Hamas pide para detener sus ataques es que Israel ponga fin al bloqueo en Gaza y abra su paso fronterizo a Egipto. Los bombardeos que ayer Israel lanzó sobre, justamente, Gaza, son una respuesta demasiado clara sobre lo que están dispuestos a ceder: nada.
Y así, así será hasta quién sabe cuándo. Generaciones vendrán y tendrán, como lo hemos hecho ahora, que acostumbrarse a que existe este conflicto. Porque, tristemente, no hay ningún indicio que de su fin esté próximo.