Antes que nada quisiera explicar el por qué del título de mi columna. En la teoría filosófica de Gilles Deleuze y Félix Guattari, un rizoma es un modelo descriptivo o epistemológico en el que la organización de los elementos no sigue líneas de subordinación jerárquica, ya que cualquier elemento del componente puede incidir en igual, mayor o menor medida en el todo. Normalmente, en los análisis sociales o históricos tradicionales, se consideran los distintos componentes como jerarquizados.
En un modelo rizomático, el análisis nos permite analizar las diversas formas en que todos los elementos inciden en el devenir de un determinado hecho. Es una relación en donde todo tiene que ver con todo, y en donde consideramos que la historia no la hacen, solitos ellos, los que mandan, las élites pues. De esta manera trataremos de analizar diversos aspectos de nuestra vida cotidiana en el entendido de que todos somos todo, que los individuos no existe como tales.
En el caso que nos ocupa en esta ocasión, el cine mexicano, no podríamos comprenderlo en su totalidad si no tomamos en cuenta todos los elementos que lo componen. Lo normal es calificar una película sólo por su dirección, producción, actuación, edición, fotografía, efectos especiales, etc. Es decir, se considera a la película como un ente individual, olvidando algo muy importante: el público. Los espectadores son quienes contribuyen, en gran medida, a “hacer” una película. Un filme no está acabado hasta que el público lo sufre o lo disfruta, pues ese justamente es su cometido, llegar al mayor número de personas posible. Y todo esto viene al caso por tres sucesos cinematográficos.
Alfonso Cuarón se constituye en el primer director mexicano en obtener un Globo de Oro, y en la misma semana y con la misma película, Gravedad, ha obtenido diez nominaciones al Oscar. Sin menoscabo de sus habilidades como director, es ridículo considerar tal logro como un éxito para el cine mexicano, o para el pueblo de México. Y es que estamos acostumbrados a andarnos colgando medallas ajenas.
Eugenio Derbez, con su No se Aceptan Devoluciones, y Televisa, apostaron a hacer de este churro cinematográfico la más exitosa producción del cine mexicano. Una película sensibilera, mal actuada, mal dirigida, mala por donde se le mire. Lo bueno es que sólo llegó al corazón de unos cuantos que vieron en la historia la oportunidad de derramar alguna lagrimita, pero el público ya no se deja engañar afortunadamente. Lo que se esperaba fuera un éxito que trascendiera en el tiempo, hoy, a unos cuantos meses de su exhibición, ya casi nadie la recuerda. Y eso que Televisa y Derbez, en una falta de respeto al buen cine nacional, quisieron engañarnos a todos diciendo que era la mejor película mexicana conocida y por conocer.
Finalmente Juan Gabriel. ¿Qué le Dijiste a Dios? es una propuesta musical, donde se hace un merecido homenaje a Juan Gabriel y sus canciones. Y qué pena por el Divo de Juárez, pero la película es tan mala que da risa. El público se ríe y canta sus canciones, pues las situaciones propuestas son inverosímiles y absurdas. Está mal de por sí que el cine extranjero estereotipe a los mexicanos, pero que nuestras propias películas hagan lo mismo de las personas del servicio doméstico, de nuestros pueblos, de los gustos de la gente, al grado de burlarse de ellas es verdaderamente inadmisible.
Y los actores principales que medio cantan bien, los ponen en tal papel pues responden a los parámetros de belleza de moda. Por cierto, Juanga aparece una vez que termina la película, enorme decepción para quienes esperaban verlo en plena actuación.
El cine, como espectáculo, es un arte que se complementa con el público. Sin audiencia no se completa el círculo. Nuestra opinión, nuestro respaldo, el de usted, el mío, el de todos, se lo debemos dar a quien se lo merece, a quien nos enaltece como pueblo, a quien respeta lo bueno por bueno, y a quien descarta lo malo… por malo.
SOCIÓLOGO, MELÓMANO Y PADRE.