Sólo alguna vez me había caído esa especie de parálisis, el peor daño sobre un escritor. Los motivos son varios y por supuesto el miedo. ¿A qué?.. principalmente a no tener las ráfagas de felicidad que da el escribir adentro del tema; vivirlo como una enfermedad de niña, un accidente, o el amor en sus muchas fórmulas, por la patria, por los padres, por los espantables juegos del amor. Hoy me he empeñado en loar a Ciudad del Carmen porque estoy muy lejos de ella y las evocaciones de mi estancia ayer fueron de una íntima hermosura, la isla entera me abrazó como lo hacen los carmelitas, con el corazón en la mano, regalome días enteritos de mar con una dicha infantil. Allí vi a Fernando Rafful metido en el agua junto con los pescadores de camarones jalando la enorme red circular… él reía, nosotros aplaudíamos desde la orilla haciéndonos olitas, las olas en los pies y sintiendo la llamada felicidad que ya no se usa. Sabíamos que los hermanos de Nando enviarían a la playa canastos repletos de tales delicias para comer nada más imaginadas… Ya no están las muchachas ni los muchachos Rafful (ni mis padres ni mis hermanos ni mis breves amores pequeñitos y blancos, hagan de cuenta las conchitas que pescábamos -es un decir- en la arena de la casa porteña) Las niñas Mackisack eran las más bendecidas con colecciones verdaderas de bellezas frágiles, inmaculadas, algunas con lágrimas azules o rosadas, estrellas de mar, pedacitos de vidrio esculpidos por el frotar del agua y de la arena como así también troncos majestuosos; verdaderas figuras de hombres y mujeres desnudos como para un concurso de esculturas de París. Yo me desesperé entonces de mis hallazgos miserables y casi deserté de la búsqueda del tiempo perdido marítimo. Luego nos íbamos a recargar en una lancha al revés para ver mejor el cielo estrellado, el cielo negrísimo y plateadísimo de Ciudad del Carmen, sin rival en el mundo entero. El universo de Dios allá arriba nos miraba a su vez, insectos nosotros, las niñas el perro y yo, y el estrellerío infinito con nombres y direcciones y que, si el cielo existe de otra manera de la que nos enseñaron, esa aburrancia de camisones, harpas y el espanto de ir a perder el halo que de seguro yo dejaría en cualquier parte si el Señor no me quitara siquiera allá el atolondramiento; el cielo debe de ser así…
Amainada de mis defectos, me iba a meter a la cama del mar de los carmelos y dormía como una santa Gertrudis que ha de haber sido una bendecida roncadora. Ahora he de volver a ver el mar azulísimo, a oler el perfume de la mañana, a abrirme el pecho y aliviar todas mis tenebras y darle las gracias al Creador de que exista, para empezar, Campeche, para seguir, Ciudad del Carmen, con sus pantanos, sus selvas, sus manglares y la mismita Virgen del Carmen paseando en el mar, y porque hay un concurso literario muy importante que habremos de premiar.
Que no se me olvide en este saludo con un pañuelo desde mi panga de la primera vez, echar al aire un ¡hurraaa! por la Laguna de Términos, el vaso de agua tan agua al que aludimos siempre que se nos olvida un Término X… ¿qué digo? …cantimplora… batahola… oriflama… epifanía, Cunegunda…