Entra con la fuerza del huracán, derriba los mitos y dobla las palmeras de una playa sucia y seca; moja, salpica, se parece al tsunami, al ciclón, actúa con prisa pero sin apresuramiento. Los tropiezos legislativos se omiten, se salvan, se corrigen desde ya, se firman actos y no se dejan espacios vacíos.Y en ese empuje de ir más arriba y más adelante, para repetir una idea de Enrique Herrera en la campaña presidencial de Luis Echeverría, Enrique Peña Nieto asume la Presidencia e irrumpe con actividad frenética, infatigable; vitaminado y ubicuo.
Ya habla en Monterrey, ya entrega premios, ya se coloca la bandera de los derechos humanos y se pone del lado de las víctimas y va en pos de la ley detenida por la mezquindad panista, mientras recupera para el Ejecutivo el simbólico Palacio Nacional. Yen todo esto no esta sólo, lleva consigo el acompañamiento de un partido probado y con experiencia . César Camacho sustituye a Cristina Díaz, la única en la historia en ocupar dos veces la presidencia en tan corto lapso.
Todo planchado, todo limpio. Balsa sobre el aceite. Ley de Ingresos como café instantáneo. Dice Ernesto Cordero quien ve pasar la iniciativa por el Senado sin una sola enmienda: Si le quitamos, malo; si no le quitamos, malo. Los panistas ante quienes se presenta un tanto desencajado y sin corbata el ex presidente Felipe Calderón dizque para confirmar su militancia (después del desastre, la humildad), parecen sentirse cómodos con Enrique Peña. Al menos el presidente de la República no los regaña. De eso se encargan Alfonso Navarrete Prida y César Camacho, quien le pone un rapapolvos de aúpa al gobierno anterior. Navarrete nada más les dice: jamás hicieron una política laboral. -¿Quejas, manifestaciones? -Sí, eso es la democracia .
Y todo tiene consecuencias. Revisemos los días recientes y anticipemos un juicio: la reunión en el Palacio entre Miguel Ángel Mancera y el presidente Peña. Anula en los hechos la cautela de la inasistencia presidencial a la toma de posesión del jefe de gobierno. Tras los hechos vandálicos e impunes del uno de diciembre, no era prudente arriesgar en medio de la ebullición. Pero el mensaje es claro ahora: ambos gobiernos tienen responsabilidades más allá de jugar (como hacía el Gran Marcelo) a las escondidillas. Le pese a quien le pese los poderes formales, reales, legales de este país guardan compostura y armonía entre sí. Y eso también es la democracia. Por cierto, la liberación de los detenidos por los desmanes del uno de diciembre puede ser un acto de justicia, pero también una muestra de ineptitud. Si las personas indebidamente aprehendidas por la ineficiente autoridad no fueron los responsables, ni tenían como cualquiera dice, “vela en el entierro”, ¿quién entonces causó los hechos escandalosos, graves y punibles de la dicha ocasión? Nadie. Fue una alucinación colectiva, excepto si se llegara a comprobar la culpabilidad de los trece consignados por la juez Patricia Mora Brito.
Evidentemente la impartición de justicia se vio presionada fuertemente por las protestas sociales, lo cual la convierte en un asunto político. Darle gusto a todos en cuanto a la inocencia colectiva, no la demuestra, más bien la concede, pero eso ya es cosa juzgada y por tanto no tiene caso ni seguir con eso. Sin embargo, el asunto de fondo subsiste. La protesta legítima debería reconocer límites legítimos. Su impedimento da origen a la repulsa violenta por parte de los manifestantes “pacíficos” y el círculo o la espiral de la violencia se agrava paso a paso.
En esas condiciones no hay solución posible. Invocar el derecho de manifestación, cuya pésima redacción constitucional no le impone límites más allá de las vaguedades de la moral y la tranquilidad, convierte cualquier acto en algo legal, intocable, sagrado.
Y la autoridad, tímida, timorata, cede ante cualquier presión por grande o pequeña como sea. ¿Hay sesenta detenidos? De alguna manera habrá 70 liberados con el consabido y a veces inmerecido, usted disculpe y ahora hasta con indemnizaciones (es una ironía, pero tiene algo de verdad). La forma como la policía metropolitana se exhibió en plena ineptitud, se debió a dos factores: la bisagra del día de la toma de posesión con Manuel Mondragón ubicado en el gobierno federal y el intento de mando por parte de Marcelo Ebrard, quien en recuerdo de sus tiempos de jefe policiaco se puso a dirigir él mismo el operativo con resultados similares a los de antaño. Los nuevos jefes apenas se estaban familiarizando con el cargo. Pero en fin. Peña y Mancera -para volver al tema-, no hacen sino prolongar un hecho notable.
Cuando el actual presidente era gobernador del Estado de México, promovió, con Alejandro Encinas y Vicente Fox, una reunión efectuada en el Parque Naucalli, para resucitar el Fondo Metropolitano (al cual se adheriría años después el estado de Hidalgo, cuando era gobernador Miguel Ángel Osorio). De aquella reunión salieron entre otras cosas el Puente de la Concordia en el distribuidor vial del oriente urbano, cerca de la salida a Puebla. Peña tuvo también relación con Marcelo Ebrard, quien (a regañadientes) trabajó en conjunto cuando las inundaciones de Chalco, el Valle de Chalco, Ixtapaluca y el oriente del Distrito Federal y además en los asuntos del suministro de agua con un criterio regional.
Ningún día en el calendario mexicano como el 12 pasado para pedir un milagro. Ya Juan Manuel Márquez supo las consecuencias de su devoción y con un pavoroso guantazo de derecha terminó para siempre con la leyenda de Manny Pac Man Pacquiao. Ahora va a necesitar otro milagro para lograr el perdón de los chillones por dedicarle el pleito a Enrique Peña Nieto y haberse reunido con él para ofrecerle sus guantes maravillosos.
Pero el verdadero milagro mexicano sería una respuesta positiva a las ofertas dialogantes del Presidente y sus expresiones en torno de la rebeldía juvenil y la tolerancia.
-¿Cuáles expresiones? Pues las ofrecidas ad libitum, fuera del texto escrito en su discurso durante la entrega del Premio Nacional de los Derechos Humanos, al sacerdote Alejandro Solalinde, quien dijo simplemente ante el Presidente: “México está mal”. Punto. Pero ante los reclamos y análisis del sacerdote auxiliador de los migrantes en su penoso recorrido por Oaxaca; provenientes de Guatemala y El Salvador; Nicaragua y Honduras, principalmente, Peña hizo algunas ofertas sobre las cuales se debe insistir y sobre todo se debe exigir cumplimiento especialmente las relacionadas con el diálogo, la tolerancia y la vigencia y respeto de los derechos humanos.
Peña amplió las dimensiones de su oferta inicial sobre atender y escuchar y ya no es asunto de creerle a él sino a aquellos que no quieren ser sus interlocutores.
-¿Atenderán su llamado y su oferta los #132 y sus otras organizaciones solidarias? Resultaría difícil creerlo. La dimensión del absurdo en este caso es abrumadora: los promotores y financiadores del descontento no quieren hablar con Peña Nieto porque desconocen su condición presidencial. Lo acusan de haber comprado el cargo. Le pedirían entonces su dimisión antes de su conversación: pues no, porque para entonces ya no estarían hablando con quien tiene capacidad de reorientar la vida mexicana. Sólo un milagro guadalupano los podría meter en razón, sobre todo porque no quieren entrar en ella.
Se cumple el primer aniversario de “Los mártires de Ayotzinapa”. Y también el del trabajador muerto por ellos en la gasolinería, de cuyo asesinato nadie se acuerda. Claro, a él no lo protegían las buenas conciencias de la izquierda.
-¿Y el gobernador y Genaro? Tan tranquilos mientras Penélope teje y desteje un millón de fojas y fojas en un expediente que nadie termina.
Finalmente, con las reservas de todos conocidas en cuanto a la fiscalización senatorial de los mandos policiacos asimilados por la nueva Secretaría de Gobernación, el Senado mandó la reforma de la Ley de la Administración Pública Federal para darle certidumbre institucional a los cambios propuestos por Enrique Peña. El camino de la controversia parece estarse “perfilando a pesar de esta noble declaración inicial: “Nosotros de ninguna manera pensamos que los asuntos que se dictaminen en el Senado de la República tengan como un objetivo judicializarlos, creo que le haríamos un daño al país si nosotros de manera intencional votamos de una manera con un objetivo que no es el que los mexicanos esperan de nosotros; nosotros jugamos cartas limpias y abiertas”, dijo Arturo Zamora. El ríspido debate, en el cual se produjeron encontronazos, gritos, leperadas –como la del senador Domínguez-, tomas de tribuna cuando la sesión había terminado, expresiones corales con un descontento Himno Nacional por parte de los priistas, hasta una pacífica caminata por la Alameda a la cual concurrieron los líderes de las bancadas como si nada hubiera ocurrido, dejó satisfechos a algunos, insatisfechos a otros y desencantado al país.