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El capital del Banco de México

Superiberia

La gestión eficiente de los asuntos públicos supone la conjugación de diversos factores. Los mejores gobiernos son aquellos que, ante una circunstancia histórica específica, reúnen las cualidades para comprender, prever y resolver las necesidades presentes y futuras. Sería imposible, precisamente por la especificidad de cada caso, establecer un modelo de buen gobierno universalmente válido. Pero hay una condición que, en cualquier caso, es imprescindible: contar con funcionarios altamente calificados y enteramente comprometidos con los valores del servicio público.

Los buenos funcionarios no han sido una excepción en nuestro país. Por el contrario, en distintos ámbitos los hemos tenido y los tenemos, con trayectorias y méritos incuestionables. Sin embargo, no han sido suficientes para enfrentar y romper los círculos viciosos de los intereses, la mediocridad y la corrupción que, lamentablemente, contaminan gran parte de la esfera de nuestra vida pública. En efecto, las experiencias más destacadas -tantas veces no reconocidas, ni siquiera visibles- suelen perderse en medio de una muchedumbre de malos funcionarios, cuyas malas prácticas e incompetencia dañan e impiden el buen desempeño del servicio público.

Esto conduce a una exigencia elemental: observar y reconocer los casos ejemplares donde la calidad del capital humano ha sido una prioridad, con el fin de aprender de ellos y multiplicarlos. Quizá, como pocos, el Banco de México se distingue por esta condición, producto de una decisión fundacional: la apuesta a favor de la formación de capital humano desde su creación, en 1925, lo cual se ha reflejado a lo largo de casi nueve décadas, en que nuestro Banco Central haya sido un semillero de extraordinarios economistas y servidores públicos.

En los años recientes, en el marco de su autonomía constitucional, el Banco de México emprendió un proceso de transformación y modernización de su gestión, basándose en su solidez institucional y la adaptación de las mejores prácticas administrativas internacionales, lo cual incluyó el rediseño de sus procesos, la renovación de sus sistemas de información, transparencia y rendición de cuentas, y la adopción de un modelo de gestión y evaluación del desempeño en razón de perfiles de puestos y competencias. 

Quien tuvo a su cargo la conducción e implementación de estos procesos desde 2002 fue un funcionario público formado en el Banco, Joaquín Araico Río, quien el próximo jueves concluye una trayectoria ejemplar de tres décadas de servicios. Con su caso, como el de muchos compañeros suyos, nos debe quedar claro que no hay capital más valioso que el capital humano. 

El Banco de México y sus servidores públicos constituyen una referencia obligada para los cambios institucionales que tanto requiere nuestro país.

                *Socio consultor de Consultiva

                abegne.guerra@gmail.com

 

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