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Educación y Estado

Superiberia

Tal vez no sea el remedio milagroso que todo lo resuelve, pero entre varias alternativas, la vía educativa ofrece las mejores posibilidades “al servicio de un desarrollo humano más armonioso, más genuino, para hacer retroceder la pobreza, la exclusión, las 

incomprensiones, las opresiones, las guerras, etcétera.” (Delors: 1997, 9). En medio de este mundo complejo y en rápida evolución, “frente a los numerosos desafíos del porvenir, la educación constituye un instrumento indispensable para que la humanidad pueda progresar hacia los ideales de paz, libertad y justicia social.” (Ídem). 

 

Para que la educación produzca efectos sociales deseados, necesita ser impulsada por circunstancias que empujen en el mismo sentido; es decir, el gobierno tiene que actuar de acuerdo con lo que pretende lograr en materia educativa, promoviendo en las instancias a su cargo cambios de actitud congruentes con lo que se espera lograr del ciudadano del mañana, involucrando a la sociedad y a los medios de comunicación en este proceso de superar nuestras deficiencias y transformar para mejorar viejas formas de actuar y de pensar. Las condiciones actuales hacen pensar que esto no es posible ni a corto, ni a mediano plazo.   

 

La educación escolar no puede transformar por sí misma a una nación que no encuentra los caminos adecuados para el cambio, a una sociedad que sostiene gobiernos que no planean en las áreas estratégicas ni conciben un proyecto de nación ajustándose a las necesidades de la población. México es un país cuya sociedad ha permitido en todas las esferas y niveles de gobierno la negligencia, la simulación, la corrupción, la ilegalidad, la impunidad, el ocultamiento, los engaños y toda clase de abominaciones que se aceptan e incluso se practican como cosas comunes. 

 

La educación escolarizada tampoco puede por sí sola romper el círculo de la pobreza y la desigualdad, del engaño y la apatía. Claramente lo dijo Edgar Morin, doctor Honoris Causa por la Universidad Veracruzana, antes de la aplicación de la reforma de secundaria en 2006: no puede haber cambios importantes en materia educativa dentro de un país, si antes no hay una transformación en el pensamiento de la sociedad que los demanda.  

 

La historia de México se expresa de manera inequívoca en la historia de la educación, en tanto que refleja los anhelos nacionales. Si por unidad histórica entendemos al “conjunto de sucesos orgánicamente enlazados entre sí”, de acuerdo con Mario Melgar Adalid podemos destacar en el México Independiente cinco etapas en materia educativa: un período de la enseñanza libre, de 1821 a 1856; la pedagogía del movimiento de Reforma, de 1857 a 1917; la corriente revolucionaria y la educación socialista, de 1917 a 1940; la educación al servicio de la unidad nacional, de 1940 a 1982; el período de la crisis y la necesidad de la modernización educativa, de 1982 a 1993 (Adalid M.M.: 1998, 457). 

 

De 1993 a la fecha, a pesar de los esfuerzos por modernizar la cuestión curricular de educación básica y media superior, la crisis en la educación ha acompañado, con una inercia lógica, al caos general de la nación. Aunque se busque en la educación un oasis en el árido desierto de la gobernanza y de todas las actividades de los mexicanos, no alcanza a limpiar con su agua fresca y clara un ambiente lleno de apatía, actitudes sesgadas y desaciertos a la hora de tomar las decisiones más importantes para el desarrollo
del país. 

 

El pueblo ha perdido confianza en su gobierno, al cual percibe como un enemigo al acecho para escatimarle oportunidades de progreso y bienestar, las cuales cede conforme a los principios neoliberales a la iniciativa privada y a las transnacionales, junto con la plataforma de desarrollo del país. Muy lejano del Estado protector revolucionario o socialista, ya gastado, que jamás pudo encontrar el punto medio para emancipar la conciencia social e impulsar al grueso de la población. El binomio Educación-Estado no puede continuar igual. 

 

gilnieto2012@gmail.com

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