Por Catón / columnista
“¡Furcia! ¡Vulpeja! ¡Maturranga! ¡Hetera! ¡Mesalina! ¡Pecatriz!”. Todos esos calificativos denostosos le espetó doña Macalota a la joven y linda criadita de la casa cuando la sorprendió en ilícito arregosto con don Chinguetas, su marido. “Quién la entiende, señora –contestó la mucama en tono de reclamo–. Antes me regañaba usted porque no atendía a su esposo, y ahora que lo atiendo me regaña también”…
El guardián del cementerio se sorprendió al ver entrar en el panteón a un individuo que llevaba un féretro en una de esas carretillas verticales, sin cajón, que reciben el nombre de “diablitos”. Se apersonó ante él y le preguntó: “¿Qué lleva usted ahí?”. “Es mi suegra –respondió el sujeto–. Vengo a darle cristiana sepultura”. Inquirió de nuevo el guardia: “¿Y por qué la trae en un diablito?”. Explicó el tipo: “Para que se vaya acostumbrando”…
Vagancio, hombre sin oficio ni beneficio, le anunció muy contento a su mujer: “Vi en el periódico una oferta sensacional para viajar a Dubai. Voy a ahorrar para llevarte ahí”. Retobó la señora: “Cabrón, primero llévame al súper”…
El autoritarismo y determinación que frente a nosotros muestra López Obrador se vuelven sumisión y mansedumbre en su trato con Donald Trump. Eso lleva a que el estólido magnate use con arrogante displicencia expresiones como ésa de “Estoy usando a México”, que debe dar lugar a una enérgica nota de protesta por parte de nuestra Cancillería, pues tales palabras hacen que nuestro País aparezca ante el mundo como un satélite de Estados Unidos presto a servir a su poderoso vecino igual que un lacayo sirve a su amo. A decir verdad, siempre hemos estado en situación de dependencia en relación con Norteamérica, pero al menos antes los presidentes de las dos naciones sabían guardar las formas.
Ahora ni Trump disfraza el dominio que tiene sobre el presidente de México ni éste oculta su obsecuencia y entreguismo. Ciertamente nuestro instinto de conservación nos obliga a guardar prudencia ante el gobierno norteamericano, pero todo tiene un límite. En este caso el límite se llama dignidad.
Ahora veo que mi decisión de no pisar suelo de Estados Unidos mientras Trump siga en la Casa Blanca está puesta en razón, aunque a algunos de mis amigos les parezca quijotada. Ya veremos cuál será la respuesta de México a ese nuevo agravio del lenguaraz y torpe mandatario yanqui, o si no habrá frente a esta ofensa ni siquiera un “fuchi, guácala”…
Nos encontramos en un cantón de Suiza. Son los tiempos de Guillermo Tell. Una linda zagala campesina se presentó en el cuartel de arqueros y preguntó por Llet Omrelliug. La interrogó el jefe de la guardia: “¿Eres su esposa?”. “¡Oh no! –negó vivamente la muchacha–. Soy señorita”. Repuso el otro: “No me extrañaría que fueras señorita aun siendo su esposa. Llet Omrelliug es el arquero con peor puntería que tenemos”…
La curvilínea acompañante de don Algón le dijo con acento ensoñador a su maduro galán: “Me encantan los sonidos susurrantes. El de la brisa vespertina al pasar entre las hojas de los álamos; el del arroyuelo al deslizar sus linfas por el valle; el que hacen los billetes al ser contados después de una noche de amor…”…
Don Cornulio llegó a su casa inesperadamente. Cuál no sería su sorpresa –frase inédita– al encontrar a su mujer en el lecho conyugal con un sujeto. Tanto ella como el individuo se hallaban, si bien no hechos nudo, sí completamente nudos, coritos, esto es decir en cueros, sin ropa alguna encima. Antes de que el atónito marido pudiera articular palabra le dijo alegremente su mujer: “¡Qué bueno que llegaste, Cornu! ¡Tengo el gusto de presentarte a mi maestro de nudismo!”… FIN