La primera revolución agrícola transformó la economía humana. La era en la que el hombre tomó el control de sus abastecimientos y domesticó algunos animales. Pero… buscando datos, quedé cautivada con la investigación del doctor Price. De entrada, uno de esos pocos hombres con una historia increíble… Un dentista de Cleveland a quien llamaban el Darwin de la nutrición.
Una derivación bastante lógica cuando se infiere en su labor. Se consagró a buscar las dentaduras perfectas y su por qué. Y descubrió que el resplandor de una sonrisa desciende de una nutrición impecable. Este hecho lo encaminó a rastrear dietas. Hasta que llegó al neolítico. Tema al que en un principio quise aludir.
Retomando la secuencia de rastreo del doctor Price, vamos a empezar por los dientes. Nuestra mandíbula está diseñada para machacar y desgarrar. Tenemos dientes caninos, molares estriados e incisivos en la mandíbula superior e inferior. No somos rumiantes, somos carnívoros… Entonces una dietavegetal no es nuestra predisposición. La comemos, ¡claro! Pero si combatiéramos un estado de supervivencia, las verduras no nos sacarían del apuro. Claro está que el hombre primitivo las consumía. De echo, con mucho sentido, imitaba el proceso digestivo herbívoro (machacaban, remojaban, fermentaban). Cabe aclarar que la espesura salvaje de aquel entonces no era del todo comestible. Por eso el hombre tuvo también que amansar a la agricultura. De hecho, del neolítico surgen los primeros híbridos.
Estos hombres dependían de su caza. El continente norteamericano se alimentó con mamut, camello, perezoso, bisonte, oveja de montaña… ¡Animales de espesa grasa subcutánea!.. Y si los HÁBITOS nutricionales africanos pueden servirnos de indicador, el mundo paleolítico escogía las porciones grasas. Cerebro, lengua, pies y médula. Los rastros arqueológicos indican que los hombres de las cavernas consumían los órganos crudos y al momento. Que el músculo lo untaban con cebo y lo secaban para preservarlo. Que los huesos más grandes se descuartizaban en los campamentos para extraer la médula. Que mataban a los mamuts por sus lenguas ricas en grasa.
Hoy en día es bien sabido entre los cazadores-recolectores, que una DIETA baja en grasa puede provocarles debilidad, enfermedad e incluso la muerte. Los esquimales y los indios del norte están conscientes de que si se alimentan de carnes magras durante más de un mes, sin añadir pescados grasos, son vulnerables a cualquier enfermedad. Hasta los indígenas australianos de la actualidad desechan a los canguros que no tienen grasa suficiente. Porque las grasas contienen nutrientes que el cuerpo necesita para sintetizar aminoácidos y minerales. Sin grasa, el cuerpo tiene que consumir sus propias vitaminas liposolubles… Y cuando se agotan, el organismo deja de luchar contra la enfermedad.
Las DIETAS bajas en grasas no deben asociarse con la vitalidad orgánica. La grasa abunda en la alimentación aborigen. De echo, los celtas establecen el Mardi Gras, un festival donde se mataban animales y consumían, con gula, su carne antes de empezar el ayuno cuaresmal de 46 días.
Fue para mí una gran sorpresa encontrarme con una compleja investigación de mediados del siglo pasado, que, además, se confronta con la idea moderna y supuestamente más avanzada sobre la NUTRICIÓN. El siglo XXI demoniza las grasas saturadas porque les atañe enfermedades letales. Las investigaciones científicas son sensatas… ¿pero qué hay del paleolítico? La evidencia “dura” queda fuera de nuestro alcance. La vida nómada sólo permite conjeturas sobre la caza y la recolección, pero no una definición escrupulosa de su dieta. Podemos sólo suponer que la grasa animal era su principal sustento y su recolección, limitada. Una “dieta espartana” —pobre— que, según Anatole France, esos griegos despreciaban la vida porque preferían morir antes de tener que comer el “caldo negro”. una mezcla de sangre de animales, vinagre, sal y hierbas que los vigorizaba… No los juzgo.
El raciocinio y la alimentación separaron al reino animal de nuestra especie… espero que no hasta el punto en el que mañana no distingamos lo que somos de lo que queremos ser.