Cuernavaca.- “El Chato” llora la muerte de su mejor amigo. Y como en los viejos tiempos, brinda al aire con su compañero de kínder, primaria y secundaria. En cada trago de licor evoca a uno de los mejores bailarines de cumbia y música grupera de la región. Édgar Tamayo Arias, dice, vive en la memoria de su raza, familia, vecinos y amigos de la infancia.
Los efectos del alcohol avanzan en Francisco Javier Cervantes, “El Chato”, y en cada trago clama por la presencia de Jesús Martínez, “La Churra”, el tercero de ese grupo con quien una madrugada sellaron un pacto en la plaza “Emilio Carranza” de Miacatlán, la tierra de Édgar, “La Yegua”, ejecutado por inyección letal la noche del 22 de enero en la cárcel de Huntsville, Texas, Estados Unidos, acusado de victimar a un policía, cuya experiencia era de apenas un año, según la relatoría del caso.
En el poblado de Miacatlán, al sur de Morelos, la velación del cadáver de Édgar se acogió a la fiel costumbre de la región de repartir comida, mole rojo, arroz, frijoles y pollo, así como licor para sepultar en 24 horas al muchacho que un día abandonó su pueblo natal para buscar el “sueño americano”.
Seis coronas de flores custodian la entrada de la casa de la calle Cuauhtémoc, en el centro de Miacatlán, en cuyo interior se encuentra la caja de metal café; adentro reposa Édgar. A su lado derecho le acompaña un altar con imágenes del Niño Dios, San Judas y un Cristo de pies sangrantes.
Afuera, en la esquina, dos casas a la derecha, se encuentra “El Chato”, el mejor amigo de Édgar. Bebe alcohol, llora, atrapa recuerdos con ‘La Yegua’, como aquellos días en que Édgar trepaba con agilidad por las palmeras para cortar “coquitos”, que después vendían en el tianguis local.
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