AGENCIA
Caldera, Chile.- Para la gente de esta región, el mar es un verbo: cuidar, nadar, bucear, cazar, recolectar, comer, vivir. Dos niños, hermanos de siete y nueve años de edad, caminan por el muelle del antiguo Puerto de Caldera -uno de los más importantes de Chile en el siglo XIX- con la pesca del día: ocho jureles de tamaño medio, que ellos mismos pescaron con una caña y la habilidad heredada por cientos de años. El jurel, junto con el congrio, una especie alargada como una anguila, fueron especies capturadas por sus antepasados: los pescadores changos.
“Es para la cena”, dicen los niños con el marcado acento de la costa chilena. Los pondrán a salar y secar al sol para un “charquecillo”, plato de la región. En sus venas corre sangre y agua salada. Son descendientes de los antiguos changos, una sociedad nómada ligada al mar: siglos después, aquí sigue habiendo pesca y transporte marítimo; la economía y la vida están unidas al agua.
Es una tarde de verano en Caldera, un viejo puerto minero y pesquero a 75 kilómetros de la ciudad de Copiapó, la capital de la Región de Atacama, al norte de Chile. En esta zona costera convive el desierto de Atacama, el más árido del mundo, con algunas de las playas más bellas del país. La ciudad-puerto, durante la fiebre de la plata en el siglo XIX, fue uno de los puertos más importantes y de avanzada tecnológica; de hecho, en Caldera se construyó el primer ferrocarril de Chile.
Es febrero de 2024 y son vacaciones; al menos 30 niños y niñas están en el muelle como cada verano, algunos pescan, otros se tiran clavados y algunos más nadan en el agua helada, que podría estar a unos 12 grados en este extremo del continente. Hay barullo y buena onda en el ambiente, perros que también disfrutan de bañarse en el mar, y pescados al por mayor que se servirán en el almuerzo de mañana.
Estoy en este lugar buscando puntos de convergencia de la cocina del Pacífico mexicano, de donde soy originario, con la cocina del Pacífico chileno. El pretexto es que México es el país invitado al Festival Internacional de Gastronomía Bahía Inglesa, a unos kilómetros de Caldera. Así descubrí que en esta costa se come del mar: mucho y siempre. No recuerdo haber comido tantos mariscos, la mayoría de las veces crudos, como en este viaje, y eso que vivo en el estado costero de Colima.
La infancia que encontré en Caldera es el futuro y el hoy de los changos, un pueblo ancestral de pescadores que habita las costas de las regiones de Antofagasta, Atacama y Coquimbo de este país desde tiempos inmemoriales, según reporta el Museo de Arte Precolombino. Su presencia centenaria se extendió desde el sur de Perú hasta el litoral de Chile, formando una identidad regional sudamericana marcada por la lucha de su reconocimiento y supervivencia. Actualmente, alrededor de 5 mil personas se reconocen como parte de esta etnia que se creía extinta.
El pueblo chango, también conocido como chamanchaco o camanchango, recorrió un arduo camino hacia su reconocimiento oficial. Este viaje hacia la visibilidad y aceptación comenzó en medio de una historia de invisibilización y negación, que finalmente se revirtió el 17 de octubre de 2020, cuando fueron reconocidos como el décimo pueblo indígena de Chile, sumándose a los aymaras, likanantaí, quechuas, collas, rapa nui, mapuches, kawésqar, yámanas y diaguitas (reconocidos en 2006).
La lucha por el reconocimiento tiene sus raíces en las acciones de una familia, los Gutiérrez, en el pueblo de Taltal, durante la década de 1980. La familia presentó demandas de reconocimiento, sin embargo, la respuesta oficial era siempre la misma: “los changos no existen”.
En 2003, se formó la primera organización changa del país, la Agrupación Cultural Changos Descendientes del Último Constructor de Balsas, en Carrizalillo -uno de los mayores asentamientos de la etnia-. Esta organización, liderada por figuras como Felipe Marín, trabajó incansablemente en la recopilación de informes, la realización de investigaciones y la publicación de libros para rescatar y promover el patrimonio cultural chango.
El nombre de esta agrupación viene de uno de los elementos característicos de los changos, sus tradicionales balsas de cuero de lobo marino, construidas mediante un proceso meticuloso que involucraba el uso de la piel de estos animales marinos, tratada y tensada sobre una estructura de madera. Este método permitía crear embarcaciones robustas y flotantes, ideales para la navegación costera y la pesca.
Un hito crucial en este proceso fue la gran reunión de líderes changos en enero de 2020 en Taltal -en la región de Antofagasta-, donde se constituyó el Consejo del Pueblo Chango. Este evento consolidó el movimiento por el reconocimiento y fortaleció la identidad y la cohesión de la comunidad changa.
La perseverancia continuó con la participación activa en el trámite legislativo que finalmente culminó en la aprobación del proyecto de ley en septiembre de 2020. Este estatus no solo valida su rica herencia cultural y tradiciones, sino que también abre la puerta a una serie de beneficios legales y sociales, entre los que se incluye el acceso a programas de apoyo económico, educativo y social, así como la participación en la gestión y protección de sus territorios tradicionales, conocidos como “maritorios”.
También implica derechos cruciales en términos de consulta indígena sobre proyectos que puedan afectar sus territorios, asegurando que las voces de los changos sean escuchadas y consideradas en decisiones que impacten su medio ambiente y vida.
“Mi vida siempre ha sido salada, muy salada, porque desde que nací me crié en la playa, en la costa, nuestra costa”, así define su existencia Eduardo Segundo Cortés Díaz, un hombre de 72 años originario de Caldera. “El Pez”, como lo llaman por sus habilidades en aguas marinas, vive en Bahía Inglesa, donde vende artesanías de conchas y caracoles que él mismo elabora.
Ubicada en la Región de Atacama, Bahía Inglesa es una joya costera a solo 3.7 kilómetros del Puerto de Caldera y a 76 kilómetros de Copiapó. Esta playa es famosa por sus arenas blancas y sus aguas turquesas, que la convierten en una de las más bellas de Chile. Hay pocas casas y muchos pescadores. Aquí se consiguen algunos de los mejores platillos de Atacama: ostiones, machas, erizos, jaibas, ceviches. Todo el sabor de la gastronomía changa.
Eduardo ha vivido toda su vida en el mar, del mar y para el mar. La influencia de su madre fue crucial en su vida, especialmente en la cocina. “Somos ocho hermanos y yo soy el mayor. A los ocho años, mi madre me enseñó a cocinar para cuidar de mis hermanos. Desde entonces, la cocina siempre me apasionó, especialmente la cocina changa, especializada en mariscos y pescados”, comenta. En la región chilena de Atacama se comen mariscos a todas horas, generalmente crudos y preparados de manera muy simple. Muchas de estas técnicas culinarias se mantienen desde el origen de los changos, que data de hace 8 mil años, como cocinar pescado en la playa usando algas secas para hacer fogatas.
“Envolvíamos el pescado en papel grueso mojado con agua salada o en arcilla, y lo cocinábamos directamente en las brasas. Al final, la piel y las escamas se quedaban pegadas al envoltorio y la carne blanca quedaba lista para comer”, explica con precisión.
Eduardo recuerda también otros platillos típicos, como la ‘carbonada de lapa’ (un molusco parecido a los ostiones que crece en las rocas), preparada con ingredientes simples, como sal y cebolla. “La lapa era el producto básico de la cultura changa. Hacíamos carbonada de lapa con lo que tuviéramos a mano, como ajo y papas”. Con el tiempo, han perfeccionado estas recetas y han incorporado técnicas modernas, pero siempre manteniendo la esencia de la tradición, incluso desde la forma de obtener los productos.
“Seguimos usando lanzas para cazar peces grandes como el pez espada y el atún, tal como lo hacían nuestros antepasados”. Este elemento, una punta filosa contra los gigantes de la naturaleza domina a nivel simbólico: utilizaban anzuelos, cuchillos, arpones y flechas, fabricados por ellos mismos; también tejieron redes con fibras vegetales e intestinos de animales marinos que mataban con estos instrumentos. Aunque es un pueblo con acceso a tecnología de pesca y los recursos no son limitantes, optan por lo tradicional.
Esta cocina local atrae a personas de todo Chile, y recibe a personas de todo el mundo, en febrero de cada año, en el Festival Internacional de Gastronomía.