Hacia finales del sexenio de Carlos Salinas de Gortari, la OCDE, el FMI y el Banco Mundial no cesaban de hablar bien de México. Todas estas organizaciones internacionales decían que, por fin, México transitaría hacia el primer mundo, sobre todo gracias al Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Sí: todo era, supuestamente, miel sobre hojuelas.
Así como las mencionadas entidades internacionales sostenían que a México le iría muy bien, lo mismo decían del gobierno en turno, varios analistas de “reconocida” calidad y hasta los gobernantes de otros países. En ese momento, México era algo así como el país “del futuro”. ¿Y qué fue lo que pasó? Que todo salió mal: debido a contradicciones políticas internas, así como a erradas decisiones de política económica —factores que ningún tratado de libre comercio puede solventar—, no sólo no nos transformamos en un país desarrollado sino que terminamos sumidos en una terrible crisis económica.
Ahora bien, hace unos días, el FMI y la OCDE anunciaron al mundo que, ahora sí, a México las cosas le saldrán de maravilla. De hecho, estas organizaciones alabaron las reformas estructurales logradas por el gobierno del presidente Peña en coordinación con el PRI, el PAN y el PRD. Es más, se supone que, gracias a estas reformas, nuestro país cambiará para bien dramáticamente. Así, pronto, es decir, en unos años, nuestra economía va a crecer como nunca, habrá muchos y mejores empleos, etcétera.
Todo eso que dicen la OCDE y el FMI sobre nuestro país es justamente lo que ha dicho el presidente Peña una y otra vez: las reformas elevarán nuestra productividad, mejorarán nuestra economía y nos colocarán en una ruta de indudable éxito; México, por fin, se “moverá” para bien.
El paralelismo es inevitable: hace 20 años, dentro y fuera del país se decía que nuestro país se estaba transformando y que el futuro sería mucho mejor. Hoy en día se dice exactamente lo mismo. La verdad, esto me da pánico: lo que ocurrió en el último año del sexenio salinista evidenció, por si hiciera falta, que aquel refrán que reza que “del plato a la boca se cae la sopa” constituye una verdad. Y es que recordemos que, inclusive, el entonces Presidente de la República ya hasta se veía al frente de la recién creada Organización Mundial de Comercio y, en vez de ello, terminó aislado, repudiado y duramente criticado.
Ojalá que, en esta ocasión, la realidad sea distinta: a nuestro México le urge que las cosas le salgan bien. Sin embargo, ¿acaso no es muy temprano como para andar celebrando un supuesto éxito que, por lo menos ahora mismo, ni siquiera está realmente a la vista? ¿No sería mejor exhibir algo de prudencia? Lo único que el gobierno de Peña ha hecho es concretar ciertos cambios al marco legal (esas son las famosas “reformas”) y nada más. De ahí a que esos cambios se traduzcan en resultados concretos, y que éstos sean justamente los que el propio Peña Nieto, la OCDE y el FMI están ya anunciando, hay un gran trecho.
Por cierto, no está de más resaltar otro paralelismo: antes del partido contra Holanda, Miguel Herrera, técnico de la Selección Mexicana, decía que México ganaría a los holandeses. Luego, cuando todo pintaba para que, efectivamente, esto ocurriera, el mismo Herrera y sus muchachos echaron todo a perder: no supieron verse y mantenerse como ganadores. Y así no se puede. Simplemente, no se puede.
Como Carlos Salinas en su momento, y Miguel Herrera hace apenas unas semanas, Enrique Peña Nieto se ve ganador, cree que va ganando y ya está celebrando el triunfo. No está de más que alguien le recuerde que el partido, es decir, el sexenio, todavía no se acaba, que debe ser prudente, evitar errores, trabajar al máximo y entender a plenitud que, como ya enfaticé, “del plato a la boca se cae la sopa”. De lo contrario, podría terminar como lo hicieron Salinas en 1994 y El Piojo hace unos días: con una dolorosa derrota a cuestas.
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