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Defender el empleo

Superiberia

 

El martes utilicé un estacionamiento robotizado en la Ciudad de México. No había un valet que recibiera el coche. Éste, perfectamente cerrado, es prensado y desplazado por una máquina hasta el lugar donde se estaciona. Ya de salida, al momento de pagar, el robot empieza a mover el auto hacia el área donde el dueño lo recoge, sin que nadie lo haya manejado.

¿Cuántos puestos de trabajo se perderán si se hace extensiva esta tecnología? No tengo idea. Si bien también se requieren nuevos empleos para dar servicio y apoyo a estas máquinas, tampoco sé cuántos se generarían. Lo único que sí sabemos es que, por lo pronto, las fuentes de trabajo para diseñarla y construirla no se crearán en México.

Hace algunas semanas nuestros conservadores de izquierda protestaron en respuesta a un rumor de que miles de trabajadores de Pemex serían despedidos. No había tales planes. Era meramente la reubicación de ocho mil trabajadores de Pemex que desde hace dos años no hacían nada. La burocracia es lucrativa no sólo por los buenos salarios, respecto a lo que esos trabajadores conseguirían en el mercado laboral privado (si pudieran ganar más en éste, seguramente ya se habrían ido a ganarlo), sino porque estos empleos son inmunes al cambio tecnológico o a que simplemente ya no se requieren.

En el mundo privado, en México y en el mundo en general, el cambio tecnológico está transformando al mercado laboral.  La portada de la revista The Economist de la semana pasada resume el reto: un tornado destruye los escritorios de la parte de atrás de una oficina llena de empleados. El título es ominoso: “En camino a una oficina cerca de ti”.

Por ello, muchos trabajos de quienes conformaban la clase media, desde agentes de viajes hasta mecanógrafas, ya se perdieron o se van a perder pronto.  Los empleos de este tipo que aún existen pagan salarios menores que antes. En Estados Unidos los salarios para la gran mayoría de los trabajos están estancados desde 1973. El mundo laboral se está dividiendo en dos. Una gran masa con empleos poco remunerados (o peor aún, desempleados) y una minoría que gana mucho porque tienen conocimientos sofisticados o es dueña o inventora de las nuevas tecnologías.

En México la polarización laboral viene desde antes de este proceso tecnológico y el impacto hasta ahora de este cambio ha sido distinto. Primero, porque las mejores oportunidades educativas están concentradas en una élite, con lo cual se pierde mucho del talento que no tuvo acceso a educación suficiente como para entrar en la competencia por los mejores trabajos. Peor aún, algo de ese talento no educado se va al crimen organizado. Además, nuestra élite, salvo excepciones, no está en el mundo de la creación y de la invención. Se encuentra en empresas dominantes en su sector que logran ganancias por arriba de las que tendrían en un mercado competitivo o en servicios legales que permiten defender privilegios a través de un amparo. 

Otra parte se encuentra administrando contactos políticos que permiten, por ejemplo, ganar contratos que dejan altas utilidades, mismas que son compartidas con los gobernantes que asignan esos contratos. Finalmente hay mucho talento en las universidades dedicándose a la ciencia, a veces con mucha calidad, pero, en general, desvinculado de las necesidades del mercado y, por consiguiente, de la invención de nuevos productos o procesos.

La Reforma Educativa tiene que lograr, en medio de una compleja disputa política, dos tareas al mismo tiempo para defender el empleo de los mexicanos. La primera, brindar una educación suficientemente buena a todos los mexicanos, incluido el idioma de la globalización que es el inglés, para que puedan aprovechar mejor este nuevo mundo, ya sea como técnicos sofisticados o en servicios de mayor valor agregado vinculados a los nuevos sistemas robotizados o digitalizados. La segunda es generar espacios para que los mejores niños y niñas, independientemente de su origen socioeconómico, puedan acceder a una educación de altísima calidad, no sólo en términos instrumentales y cognitivos, sino también creando las capacidades empresariales para que de ahí puedan surgir los creadores de futuras tecnologías.

Para que esto tenga frutos, y los jóvenes mejor educados no opten por irse a los negocios de extracción de rentas como ahora, se requiere una economía donde haya competencia en todos los sectores, un gobierno menos corrupto y mucha mayor seguridad. Sin esto resuelto muy pocos nuevos empleos productivos se podrán crear, aunque mejorara el sistema educativo.

De lograrse lo anterior, a pesar de que las nuevas tecnologías destruirán empleos, se crearían muchos otros y de mejor calidad, ya que podremos lograr construir en México algunas de estas tareas que crecientemente estarán haciendo los robots. También podremos crear empleo para el servicio y apoyo de este mundo robotizado que nos azotará como el tornado de la portada de la revista The Economist.

Pero la tarea pendiente es enorme. En México seguimos atascados en problemas del siglo XIX, como la falta de control territorial de todo el país, y enfrascados en disputas del siglo pasado, como la Reforma Energética. Ésta es un prerrequisito para poder crecer más, pero no es suficiente. Hoy lo que importa es tener individuos bien educados en un entorno que propicie la creatividad, para poder crear riqueza a través de la invención y el desarrollo tecnológico.

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