Juro que no estoy haciendo una broma bufa con el título de este artículo. No acostumbro ser Guasón ni me gusta burlarme de las tragedias individuales o colectivas. A lo que me refiero es a un serio problema de gobernabilidad derivado de una guerra hasta ahora perdida y a un gravísimo espacio de impunidad proveniente de nuestros errores jurídico-legislativos.
Sin embargo, me ha desconcertado mucho la novedosa insistencia de los promotores de la legalización de los narcóticos. Yo no soy profeta, pero creo que, a la corta o a la larga, la historia de la humanidad le dará la razón a Vicente Fox y a mis amigos Pedro Aspe, Juan Ramón de la Fuente, Fernando Gómez Mont y Graco Ramírez. Creo que la postura de los permisivistas triunfará y los prohibicionistas seremos derrotados aunque, al final, todos habremos acertado.
Pero mi desconcierto comienza con una cuestión terminológica menor que debe aclararse al público no familiarizado. Se ha hablado de “legalización del consumo”, pero éste siempre ha sido legal. La legislación de todos los países civilizados ha considerado al consumidor adicto como una víctima y no como un delincuente. Lo penado es la producción, el comercio, la transportación, la distribución, el almacenamiento, el financiamiento o el suministro.
Lo segundo tiene que ver con que la mayoría de las drogas son lícitas. El tabaco, el alcohol y, para muy mal, los inhalables. Este último como un problema socioeconómico muy grave porque, en México, con lo único que se puede quitar el hambre con tres pesos es con thinner.
Esos son dos espacios de drogas legalizadas. Luego proseguiría con la ineficiencia de su combate. La acción contra los narcóticos ha sido derrotada en todo el mundo. Hasta ahora nadie los ha podido vencer. Ni el más inteligente ni el más rico ni el más armado ni el más decidido ni el más valiente. Todos los países han conocido el sabor de la derrota. Según cifras oficiales, cada día hay más adictos, más criminales y más drogas.
Aunque las cárceles están llenas de traficantes, esto es tan sólo un dato de sujetos. Pero, en cuanto a los objetos, el tráfico y la droga siguen ilesos. Nunca, en ningún lugar, ha escaseado el narcótico. No hay un solo adicto que se haya quedado sin cocaína y haya tenido que solicitarla prestada a un compañero. El mercado siempre ha estado plenamente abastecido, lo que significa que no se le ha tocado “ni un solo pelo”. Luego, entonces, ¿realmente está prohibido?
Porque una cosa es lo que dice la ley y otra es la que dice la realidad y no siempre son coincidentes. Pongo tres ejemplos. Uno de ellos, el aborto. En muchos estados está penalizado y se persigue de oficio. Pero el que hiciera la prueba de ir a denunciar que su vecina se hizo un legrado sería rechazado de toda agencia del Ministerio Público como orate. No habría procurador ni ombudsman que lo protegiera. Según la ley es aborto. Según la realidad, está legalizado.
Segundo ejemplo, la eutanasia. Todos los días una o muchas personas desconectan un aparato o apagan un switch. Según la ley, es homicidio. Según la realidad, está legalizado. Tercer ejemplo, el juego. Cientos de ferias en todo el país con barajas, dados y ruletas. Con conocimiento oficial y con la presencia participativa de funcionarios. Según la ley, está prohibido. Según la realidad, está legalizado.
Así como el aborto, la eutanasia, el juego, la piratería, la corrupción, el contrabando y cien especies más, la ley de las drogas dice una cosa y la estadística de ellas anuncia otra. Por eso, en momentos creo que mis amigos no se refieren a un futuro sino a un presente y a un pasado. Que su discurso es profundamente surrealista. Aclaro, de paso, que no estoy en contra del aborto, de la eutanasia ni del juego sino que mi terco realismo me obliga a distinguir los dos planos: el de la ley ideal y el de la vida real.
Mi cuarto desconcierto se refiere a una peligrosa verdad guardada durante muchos años, por razones más que obvias: el narcotráfico o los delitos contra la salud no son delitos federales ni están previstos en la legislación local. Ello se debe a un error legislativo cometido hace más de 40 años que nos puso frente a un vacío competencial de proporciones mayores que no se ha corregido, precisamente para no dar lugar a un problema mayor con su corrección a partir de poner en alerta a los delincuentes con una reforma correctora para el futuro, pero letal para el tiempo durante el cual ha estado vigente el error.
Describir el problema con todos sus detalles sería muy farragoso para el amable lector y muy peligroso para nuestra precaria legislación. Pero creo que tendría una solución por cierta vía de interpretación constitucional que, aunque muy forzada, al emanar de la Suprema Corte tendría fuerza definitiva.
Así que por razones terminológicas, sanitarias, políticas y jurídicas, todas ellas además complicadas con un surrealismo intemporal, yo me pregunto con seria preocupación, ¿de verdad no está ya legalizada?
*Abogado y político. Presidente de la Academia Nacional, A. C.
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