POR: CATÓN / Columnista
Capronio se iba a casar. Le preguntó un amigo: “¿Dónde vas a pasar tu luna de miel?”. Respondió él: “En Camagüey”. Inquirió el otro: “¿En Camagüey, Cuba?”. Precisó Capronio: “No. En cama, güey”… He aquí la triste historia del sujeto que vivía en la Ciudad de México y se parecía mucho al Papa. “Esa es mi cruz” -decía con tristeza. “¿Por qué? –quiso saber uno-. ¿Se te agolpa la gente cuando te ve? ¿Te siguen los transeúntes en la calle?”. “No -respondía el infeliz-.
Pero cuando en un restaurant voy al baño, el tipo que está al lado voltea a verme y exclama: ‘¡El Papa!’. ¡Y siempre traigo mojado un lado del pantalón!”… En lo más profundo de la selva africana, donde la mano del hombre jamás había puesto el pie, un misionero fue apresado por nativos. Le informó el jefe de la tribu: “Somos vegetarianos”. “¡Vegetarianos! –prorrumpió, feliz, el misionero-. ¡Estoy salvado! ¡Pensé que eran antropófagos!”.
Prosiguió impertérrito el salvaje: “Somos antropófagos vegetarianos: sólo te vamos a comer la planta de los pies, la palma de las manos, la manzana de Adán y la flora intestinal”… Afrodisio, galán rijoso proclive a la salacidad, le pidió a Rosilí que le hiciera ofrenda de la prístina gala de su doncellez.
Ella tenía guardada esa presea sin mácula para el hombre que la desposara en el altar, de modo que respondió con laconismo: “No”. “¿Qué te cuesta?” -insistió el torpe amador-. Y esgrimió para fundar su pretensión un ridículo sofisma: “Al cabo -dijo- lo que te estoy pidiendo no es jabón que se gaste”. “No y no” -replicó ella.
El labioso tenorio echó mano entonces a otro argumento, éste de índole musical: “Si me niegas el agua de tu fuente -declamó- me embriagaré, sediento de placeres en la pagana copa de otros labios”. Ella, inexpugnable como un castillo roquero, respondió una vez más: “No, no, no, no y mil veces no”. “Está bien –cedió Afrodisio-. Por hoy ya no te trataré el punto. Veo que estás muy indecisa”… Pasado ya el Día de Reyes se acabaron los mitotes de la temporada.
Esa palabra “mitote”, es muy interesante. Si bien no es la primera que los hombres de Europa recogieron de las lenguas americanas -ese primer vocablo fue “canoa”-, la voz “mitote” es una de las de más temprana aparición en los escritos de los conquistadores.
El capitán Alonso de León, cronista del noreste mexicano, dice que los antiguos pobladores de esas tierras hacían grandes mitotes en los cuales se embriagaban, danzaban una erótica danza consistente en formar un gran círculo en el cual, alternados hombres y mujeres estrechamente juntos los vientres con las espaldas, giraban hora tras hora sin descanso, y luego se entregaban a una orgía en la cual ponían en ejercicio grandes virtudes, como son la perseverancia y el no hacer distinción alguna de persona, sino tratar a todos por igual.
Tanto les gustaban a aquellos indios sus mitotes que para convencerlos de recibir el bautismo los padres franciscanos les aseguraban que si se bautizaban se irían al Cielo. “¿Y qué es el Cielo?” -preguntaban los nativos. “El Cielo -respondían los frailecitos- es un mitote que no tiene final”.
Entonces todos los inditos se bautizaban, bendito sea Dios. Algo distintos son nuestros mitotes de hoy, pero para ellos somos igualmente buenos. Y eso ayuda, sobre todo en tiempos como los que corren… Dos pericos escaparon de la jaula donde los tenían y fueron a dar a una rosticería de pollos.
Se detuvieron frente al escaparate, y uno de ellos le dijo al otro: “¡Por fin! ¡Siempre había querido conocer un table dance!”… FIN.