Aquel señor se tomó unas copas en el Bar Ahúnda. Inspirado por los espíritus que en el licor residen llamó por teléfono a su esposa. Contestó ella: “¿Bueno?”. “Mi vida –dijo el señor con emocionado acento-, te llamé porque vinieron de pronto a mi memoria nuestras noches de amor; las hermosas locuras que hacíamos en aquellos momentos de pasión y voluptuosidad; las intimidades que sólo nosotros conocemos y que jamás he de olvidar. Con ese mismo fuego sigo deseando tus caricias”. Respondió la señora: “¿Quién habla?”… No diré que López Obrador ha implantado un régimen de terror entre sus funcionarios. Eso sería exagerar. Pero sí ha establecido un ambiente de temor entre ellos. Jaime Cárdenas fue uno de sus más antiguos y fieles partidarios y, sin embargo, lo ofendió groseramente por haberle presentado la renuncia al cargo que le encomendó. Le atribuyó lo mismo cobardía que politiquería. Ahora todos los que tienen cargos de consideración en la 4T sentirán miedo de renunciar a ellos, pues eso los expondría a los denuestos de AMLO, que exige que su proyecto sea obedecido ciegamente. La misma clase de obediencia -toda proporción guardada- exigía Hitler a sus generales, militares de carrera todos y expertos algunos en batallas desde la Primera Guerra, pero habían jurado obediencia total al Führer, y además temían sus arranques de ira, de modo que ninguno osó nunca disentir de él o desobedecer sus erráticas órdenes. En buena parte ese sometimiento condujo a la caída del Tercer Reich. Semejante actitud absolutista muestra AMLO, e igual sumisión se observa entre aquéllos que forman parte de su régimen. Todo da a ver que López Obrador no quiere colaboradores, sino sirvientes incondicionales que lo sigan, silenciosos, incluso hasta la ignominia. Un sombrío arúspice podría vaticinar que muchos de quienes forman parte de la 4T se sentirán avergonzados algún día por haber colaborado con este régimen que tantos y tan grandes daños está causando a México. Y profetizar eso no sería exagerar… Don Gerontino, octogenario caballero, acudió a la consulta del doctor Ken Hosanna y le dijo que sentía una extraña sensación en las pudendas partes, un cierto cosquilleo que lo preocupaba. Tras examinarlo le preguntó el galeno: “¿Cuándo fue la última vez que hizo el amor?”. Después de proferir una exclamación que sonó como a ululato de lobo siberiano -¡Uuuuuuh!”- contestó don Gerontino: “Hace 20 años, doctor, pero no pude terminar el acto”. Dictaminó el facultativo: “Creo que ya lo va a terminar”… La señorita Himenia fue a renovar su licencia de manejo. El encargado le pidió que dijera su edad. Respondió ella: “37 y medio”. Acotó el hombre: “Le pregunté su edad, no su temperatura”… Doña Macalota tenía un perro faldero al que quería mucho. Algo la inquietaba: el animalito, al dormir, roncaba en tal manera que sus ronquidos se escuchaban en toda la casa. Consultó a un veterinario y éste le recomendó: “Póngale al perrito un listón azul en las partes que lo distinguen como macho. Con eso los ronquidos cesarán”. Así lo hizo ella y, en efecto, se terminó el problema. Una madrugada el marido de doña Macalota, don Chinguetas, llegó beodo a su casa y se tiró en la cama. Roncó tan sonoramente que despertó a su mujer, que no podía ya volver a conciliar el sueño. Desesperada, la señora se acordó del remedio que el médico le había aconsejado para su perrito, y le ató otro listón azul a don Chinguetas en la susodicha parte. Llegada la mañana despertó él y se vio ahí aquel listón. Le dijo a doña Macalota: “No recuerdo a dónde fui anoche, pero una cosa sí te voy a decir: ¡gané el primer lugar!”… FIN.