Por: catón / columnista
Fue donde más fuerte late el corazón
El juez le dijo al reo: “Se le imputa el delito de acoso sexual. ¿Tiene usted algo qué alegar en su defensa?”. “Sí, su señoría –respondió el sujeto-. Locura”. “¿Locura?” –repitió, suspicaz, el juzgador. “Así es –confirmó el tipo-. Aquellito me vuelve loco”… Don Malaco fue sometido a una sencilla intervención quirúrgica. Cuando volvió en sí de la anestesia una enfermera le dio la buena noticia de que en un par de días podría irse a su casa. “Eres afortunado -le comentó el paciente de la cama vecina-. El médico que me operó me dejó adentro una esponja, y va a tener que operarme otra vez para sacármela”. “A mí me fue peor -manifestó el paciente que estaba al otro lado-. El cirujano dejó en mi estómago un bisturí. Mañana me abrirá con otro bisturí para extraer ése, al parecer más fino”. En eso entró el doctor que había operado a don Malaco. Les preguntó a las enfermeras: “¿Alguna de ustedes ha visto mi sombrero?”. Don Malaco se desmayó… Capronio y su esposa dormían en camas gemelas. Una noche él le dijo a ella con voz meliflua, untuosa: “Estoy muy solito en mi cama, cielo mío. ¿Por qué mi mujercita linda no viene a hacerme compañía?”. Ella salió del lecho para ir al de su esposo. Al hacerlo tropezó con el tapete y estuvo a punto de caer. “¿Se lastimó mi palomita? -inquirió él lleno de ternura-. ¿Se hizo daño mi amorcito adorado?”. Luego tuvo lugar el trance para el cual Capronio había procurado a su mujer. Acabada la acción ella regresó a su cama, y de nueva cuenta tropezó con el tapete. Entonces Capronio le dijo: “Levántalas, taruga”… Preguntó el profesor: “A ver, Pepito. Dime, tú que tienes aspecto de venir de rancho: ¿a qué edad, en promedio, muere un burro?”. Respondió Pepito, con inquietud fingida: “¿Por qué, maestro? ¿Se siente usted mal?”… Digámoslo sin embozos ni tapujos, sino antes bien con meridiana claridad: los fanatismos religiosos han causado más muertes que la peste negra, la fiebre amarilla, el cólera morbo, la viruela, el tifus, la influenza, el paludismo y todas las demás plagas que a lo largo de la historia han asolado a la humanidad doliente. Cuántos enormes crímenes se han cometido y se siguen cometiendo en nombre de alguno de esos entes llamados dioses que nadie ha visto nunca, pero que tienen tanto peso real como las más visibles realidades. El doloroso acontecimiento sucedido en Barcelona -en Las Ramblas, donde más fuerte late el corazón de la bellísima ciudad- es una muestra más de cómo los hombres se vuelven animales cuando los mueve una Fe ciega, despojada de amor y de razón. Todas las teologías deberían caber en tres palabras: Dios es amor. Una religión o una religiosidad que no se finquen en esa convicción llevarán necesariamente al fanatismo, a la intolerancia, al odio. De ahí a matar al que no cree en el mismo Dios que yo no hay más que un paso. Eso, que antes dio origen a las guerras llamadas santas, es causa ahora de una de las más ciegas y enconadas formas de terrorismo, odioso instrumento que en nombre de un dios y de una religión cobra sus víctimas entre los inocentes. Creer en Dios sin querer al hombre es peligrosa aberración. Por desgracia los hechos nos demuestran que seguiremos viendo los males derivados de una religiosidad torcida. Mi tío Felipe, que bien podría figurar en la nómina de heterodoxos hecha por don Marcelino Menéndez y Pelayo, dice que en presencia de sucesos como éste de Barcelona, o el de las Torres Gemelas, siente el impulso de volverse ateo. “Hasta donde sé -razona- ningún ateo ha matado a otro por no ser ateo como él”. Lo oigo decir tal cosa y meneo la cabeza. Eso es lo que sé hacer mejor: menear la cabeza cuando no sé qué contestar… FIN.