N
adie debería leer el cuento liminar de esta columna. Liminar es lo que sirve de introducción o principio. Algunos intelectuales de antes -casi todos los intelectuales son de antes- en vez de poner: “Prólogo” ponían: “Palabras liminares”. Pensaban que eso impresionaría más a los que no eran intelectuales.
El cuento que digo es de color rojo subido, por cuya causa disgustará a las personas con pudicia, virtud que si bien escasea en nuestros días aún hay quienes la conservan. He aquí ese relato inconveniente.
Un gendarme llevó ante el juez de barrio a una pareja de novios. “¿Por qué los detuvo?” -quiso saber el juzgador. Respondió el jenízaro: “A plena luz del día estaban practicando el sexo estilo juicio por jurado”. Preguntó Su Señoría, desconcertado (aunque sea Su Señoría le corresponde el género masculino, a diferencia del actor que hizo el papel de obispo, y cuando le preguntaron en la obra: “¿Cómo llegó del viaje Su Excelencia?”, exclamó: “¡Muerta!”).
Inquirió, pues, el letrado: “¿Cómo es el sexo estilo juicio por jurado?”. Explicó el gendarme. “Oral y público”. (O sea que en presencia de la gente, sin recatarse, estaban hablando de sexo, lo cual es una falta contra la moral. Por eso no recomendaba yo su lectura a las personas púdicas).
Astatrasio Garrajarra, ebrio con su itinerario, llegó a su casa en horas de la madrugada. Su esposa le preguntó hecha una furia: “¿Por qué llegas a esta hora?”. Replicó el beodo: “Porque a esta hora cierran las cantinas”.
Jamás se me quitará la manía de hacer juegos de palabras. Me consuelo pensando que incluso escritores tan ilustres como Dickens los hacía. En “Un cuento de Navidad”, el inmortal relato que me dispongo ya a sacar de su anaquel para leerlo, como hago cada año, en la temporada navideña, Scrooge le dice al espectro de Marley: “Estás hecho más de gravy que de grave”. O sea que su visión se debe atribuir más a la salsa que comió el avaro que a algún fenómeno de ultratumba. Juegos de palabras. Al guisar y al escribir, un poco de sal hay que añadir.
La excesiva solemnidad impresiona de pronto, pero luego aburre, y fácilmente se confunde con pedantería. Digo lo anterior porque se me ha ocurrido pensar que en tiempos pasados los criminales se sentían objeto de caza, y ahora se sienten como en casa. Con eso de “abrazos, no balazos” han aumentado los hechos violentos, y muchas zonas del País son ya de plano territorios bajo gobiernos del crimen organizado. Y es que los delincuentes y sus cercanos familiares reciben mejor trato del régimen que los científicos, los universitarios, la clase media, los migrantes, los enfermos necesitados de medicamentos, las niñas vendidas por virtud de los usos y costumbres de sus etnias, los periodistas críticos y otros sectores que son objeto de la inquina o indiferencia de la 4T y su Jefe Máximo. Queremos vivir en un estado de Derecho, y al paso que vamos terminaremos viviendo en un estado de desecho. (¡Uta, otro juego de palabras!).
El copista del convento estaba transcribiendo un manuscrito de los primeros siglos del cristianismo. De pronto estalló en llanto. Gimió desesperado: “¡La +letra es ene, no ese!”. Acudió lleno de alarma el padre prior y le preguntó al gemebundo amanuense: “¿Por qué llora así vuestra paternidad?”. Respondió el otro: “¡Todos estos siglos hemos estado equivocados, padre! ¡La letra es ene, no ese!”. Dijo el prior. “No entiendo”. Declaró el copista: “El texto dice: ‘Aunque queráis mujeres hermosas buscad más bien la castidad’. Pero en esta última palabra la letra no es ese. ¡Es ene!”. FIN.