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De política y cosas peores

Superiberia

Catón
Columnista

La verdad es que Eva no quería comer de la manzana. Ya desde entonces la sociedad era patriarcal, y el Padre había prohibido que Adán y la mujer comieran de ese fruto. Sucede, sin embargo, que lo prohibido es lo que más atrae. Un genial cínico, Oscar Wilde, escribió que la mejor manera de librarse de una tentación es caer en ella. Adán y Eva se conocían poco. En el Paraíso el hombre no había conocido a la mujer. Claro que reaccionó al verla por primera vez en estado natural, tanto que le pidió lleno de alarma: “Hazte a un lado; quién sabe hasta dónde vaya a llegar esta cosa”. Fue entonces cuando nacieron las cinco vocales. Adán contempló a Eva y exclamó admirado por su belleza: “¡Ah!”. Lo escuchó Eva y volvió la vista: “¿Eh?”. Adán dijo, excitado: “Iiiii”. Con ambas manos se cubrió la mujer púdicamente: “¡Oh!”. Y el hombre profirió decepcionado: “¡Uh!”. (Nota: Esta teoría lingüística fue desacreditada por Saussure). El caso es que la serpiente le ofreció la manzana a Eva. “Si la comes -le dijo- serás como Dios”. La mujer se mostró indiferente. No quería ser como Dios: quería ser como ella. El demonio insistió: “Anda, come. No engorda”. Eva empezó a considerar la situación. El maligno advirtió su duda y le hizo una oferta que la mujer no pudo rechazar. Le dijo: “La manzana es una Red Delicious de las que se producen en la Sierra de Arteaga, al Este del Paraíso”. Al oír eso Eva ya no se pudo resistir. Comió del rico fruto y llamó al hombre para que comiera también él. Ya desde entonces la sociedad era patriarcal, y Adán hacía lo que le mandaba Eva. La serpiente, entonces, fue con Yahvé y le dijo: “Misión cumplida, Señor”. El hombre se sigue jodiendo en el trabajo, pero la ciencia médica libró de la maldición divina a Eva, que ahora puede dar a luz en manera indolora gracias a diversos medios analgésicos. Pero a lo que voy es a contar la historia de un médico de principios del pasado siglo que consideró injusto que solamente la mujer sufriera los dolores del parto, y que el hombre se viera libre de ellos a pesar de ser responsable principal del embarazo. Inventó, una máquina por medio de la cual transfería al padre de la criatura una parte de los dolores que la mujer sentía al dar a luz. Cierto individuo se ofreció a probar el artilugio. Su esposa iba a alumbrar, y quería compartir sus penalidades. El hombre resistía. El galeno le transfirió la mitad de los dolores de la parturienta, que al parecer estaba sufriendo mucho. El médico hizo lo que el hombre le pedía y le transfirió todos los dolores. La mujer, le dio las gracias a su marido por su abnegación. Al día siguiente el vecino de la pareja fue encontrado muerto en su casa. Tenía en el rostro un espantoso rictus de dolor. FIN.

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