POR: Catón
Don Chinguetas es un marido tarambana. Doña Macalota, su esposa, regresó al domicilio conyugal en hora inusitada y lo sorprendió en el H. Ayuntamiento -eufemismo para no decir que lo halló fornicando- con una morena de estupendas formas y consumadas artes amatorias. Al ver aquello la esposa prorrumpió en explicables dicterios iracundos. Le dijo don Chinguetas con acento de reproche: “Qué difícil carácter tienes, Macalota. Traigo a la casa un amigo y te enojas. Traigo una amiga y te enojas también. ¿Pos quién te entiende?”.
Un ranchero declaraba a propósito de la mujer con quien se casaría: “Que sea buena pa’l petate, aunque sea mala pa’l metate”. Quería significar que prefería a una mujer diestra en la alcoba antes que a otra hábil en la cocina. Debo decir que doña Inepcia no era buena guisandera. Cierta noche su hijo hizo una travesura y ella le ordenó: “Te vas a la cama sin cenar”. Su marido le dijo: “Se trata de castigarlo, mujer, no de premiarlo”.
El esmirriado y consumido gallo del corral decía con voz feble: “No son las gallinas. Lo que me tiene así son las levantadas temprano”.
Pepito lloraba desconsoladamente. Su mamá quiso saber el motivo de su aflicción. Gimió el chiquillo: “Es que Liriola va a morir”. Liriola era la joven y guapa mucama de la casa. La señora se sobresaltó: “¿Por qué dices que Liriola va a morir?”. Explicó Pepito: “Oí que mi papá le dijo: ‘De esta noche no pasas, mamacita’”.
En estos días en que a uno le dan ganas de salir y al virus le dan ganas de entrar he recordado al hombre aquel, de edad y viudo, que casó con mujer joven y célibe. Le dijo con franqueza: “Me caso contigo pa’ que me cuides”. En cierta ocasión ella fue a buscarlo a la cantina de donde no había salido en día y medio. Al sujeto le molestó que su esposa se le presentara ahí, ante sus amigos, y la recibió con palabras de dureza. Ella se defendió: “Usté me dijo que se casó conmigo pa’ que lo cuide”. “Pa’ que me cuides, sí -admitió él-, pero no pa’ que me andes cuidando”.
El malhadado bicho que nos ha agobiado no se ha ido. Flota en el aire; se arrastra por el suelo; se unta a las cosas y a la gente. Tenemos que cuidarnos, pues, y andarnos cuidando. Hemos de ver principalmente por nuestros niños y nuestros jóvenes, porque sobre ellos está cayendo ahora el mal que primero cayó sobre nosotros. Por eso pienso que no es tiempo todavía de volver a clases presenciales, y que hacen bien las universidades y escuelas que siguen postergando el regreso a la normalidad.
Tampoco los adultos debemos bajar la guardia, como se dice en términos boxísticos. El hecho de haber recibido la vacuna, o de haber tenido ya el Covid y librado su amenaza, no nos hace inmunes a un nuevo ataque del invisible enemigo. Cuidémonos, y cuidemos a quienes nos rodean. Sigamos observando las medidas sanitarias de rigor, especialmente el uso del cubrebocas; guardemos la sana distancia y evitemos la asistencia a reuniones o sitios donde se olvidan esas precauciones.
Entiendo el deseo de todos de regresar a la rutina amada, a aquellos buenos tiempos en que no había pandemia. Pero no comamos ansias. Eso ayudará a que el virus no nos coma y punto.
Escribidor: tus últimas palabras, ominosas, me provocaron un estremecimiento en el píloro, accidente del cual aún no me repongo, y eso que me tomé un té de gordolobo. Ea, narra algún chascarrillo final que ayude a sedar ese episodio convulsivo.
En su departamento Babalucas le preguntó con vehemencia a Pirulina: “¿Me permites que te haga el amor, Piru? ¿Me permites que te haga el amor?”. Respondió ella: “Otra pregunta idiota como Ésa y me salgo de la cama, me visto y me voy a mi casa”. FIN.