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De política y cosas peores

Superiberia

CATÓN
Columnista

Un voto por Morena es un voto contra México… Era señor septuagenario y aún así tenía gran éxito con las mujeres. Un amigo le preguntó cuál era su secreto. Dijo el maduro caballero: “Les doy besitos de lengüita en lugares muy especiales”. Inquirió con ansioso interés el amigo: “¿Como cuáles?”. Respondió el provecto galán: “Como Nueva York, París, Roma, Venecia, Madrid…”… En la ventanilla trasera aquel coche traía un letrero: “Se vende. Tel 52-52-96751422”. Lo vio Babalucas y comentó despreciativo: “Y yo pa’ qué chingaos quiero otro teléfono”…Un tipo le comentó a otro: “Cuando llego tarde a mi casa hago hasta lo imposible para que mi esposa no me sienta llegar.  Abro y cierro la puerta con infinitas precauciones; me quito los zapatos para no hacer ruido… Pero ella tiene oídos de tísica. Me oye siempre, y me hace unas escenas terribles”. “Haz lo que yo –le aconsejó el otro-. Entro a mi casa dando un portazo y subo ruidosamente la escalera cantando a todo pulmón: ‘Vengo de cenar, vengo de tomar y ahora vengo con ganas de follar’. Mi señora se hace la dormida y no me dice nada”… Jactancio Elato es un sujeto vanidoso, egocentrista, pagado de sí mismo. En cierto antro vio a una linda chica que bebía su copa, solitaria, en el extremo de la barra. Fue hacia ella y le dijo: “Me gusta tu rostro de perfil helénico, que me recuerda el de Afrodita o Juno. Me gustan tus cabellos color de miel, tu frente nívea, tus mejillas róseas, tus perlinos dientes, tu cuello de gacela, tus ebúrneos hombros, tu busto de odalisca, tu cintura cimbreante de palmera, tus caderas de potra de la Arabia Felix, tus torneadas piernas y tus pequeños pies de sílfide o nereida. ¿Me aceptas una copa?”. Con una sola palabra respondió la chica: “No”. “Está bien –dijo Jactancio, desdeñoso-. De cualquier modo no me simpatizas. Hablas demasiado”… Con dolorido acento Pitorro le contó a su compañero de cuarto: “Mi novia me cortó”. “Tranquilízate –lo consoló el otro-. Ya encontrarás otra”. “No me entendiste –gimió Pitorro-. Espera a que te diga qué fue lo que me cortó”… La señorita Peripalda, catequista, se confesó con el padre Arsilio. “Acúsome, padre, de que por las noches me asaltan las tentaciones de la carne”. Le aconsejó el buen sacerdote: “Recházalas con todas las fuerzas de tu alma”. “¡Ah no! –se alarmó la señorita Peripalda-. ¿Y luego si ya no me asaltan?”… Doña Jodoncia acudió al laboratorio de análisis químicos. Le pidió al encargado: “Quiero que me analicen este pastel. Es un regalo de mi yerno”… Don Poseidón tenía tres vacas y llegó el tiempo de buscarles novio. Las subió a su camión y las llevó a la granja vecina, cuyo dueño tenía un toro de registro. En un santiamén el poderoso animal cumplió su deber con las vaquitas. Le preguntó don Poseidón al granjero: “¿Cómo sabré si las vacas quedaron preñadas?”. “Obsérvalas mañana –le indicó el hombre-. Si están echadas eso querrá decir que el toro las preñó. Si están comiendo eso significará que no”. Al día siguiente don Poseidón fue a ver a las vacas. Estaban comiendo. De nuevo las subió al camión y las llevó otra vez con el toro. Y así durante varios días, pues las vaquitas no quedaban preñadas pese a que el toro se esmeraba con ellas una y otra vez. Amaneció un nuevo día, y don Poseidón le pidió a su esposa: “Asómate a la ventana y dime si las vacas están echadas o están comiendo”. Se asomó doña Holofernes y le informó a su marido: “Ni una cosa ni la otra. Dos de ellas están subidas al camión y la otra está sentada en la cabina tocando el claxon para que vayas a llevarlas con el toro”… FIN.

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