Por: CATÓN
Doña Colchona, mujer de don Corneto, dio a luz felizmente. El orgulloso padre le mostró el recién nacido a un compadre suyo. “Mire —le dijo—. Tiene mis ojos, mi nariz, mi boca…”. “Es cierto —concedió el compadre—. Pero el lunar que tiene en la nalguita izquierda, ése es de mi comadre”… El señor cura amonestaba a Empédocles Etílez, que gustaba mucho de empinar el codo. Le dijo: “Usado con moderación el vino es bueno, pero en exceso puede traer consigo gravísimos problemas”. “Entonces es como la castidad —razonó Empédocles—. También es buena si se usa con moderación, pero en exceso puede traer consigo gravísimos problemas”… Don Chinfletas y doña Macalota estaban en un centro comercial. Ella se molestaba porque cada vez que pasaba una chica de ondulantes formas su casquivano consorte la cubría de miradas resbalosas. Le reclamó, enojada: “Cuando miras a una mujer se te olvida que eres casado”. “Al contrario —suspiró tristemente don Chinfletas—. Entonces es cuando me acuerdo más”… Doña Tebaida Tridua es moralista. Quiero decir que le molesta que otros disfruten los placeres que a ella le habría gustado disfrutar. A fuerza de pensar en la maldad lo malea todo: mira a un bebé y en lo único que piensa es en la forma en que sus papás lo hicieron. En cierta ocasión vio un cuadro de Mondrian —líneas puras; pura geometría— y declaró entrecerrando los ojos, suspicaz: “Ahora mismo no puedo decir qué es, pero estoy segura de que en esta pintura hay algo inmoral”. Entre las muchas cosas de las que desconfía doña Tebaida está la risa. La considera frivolidad insoportable; culpable liviandad. En tiempos como los que en México estamos viviendo, la risa inteligente —no la del relajo o la inconsciencia— ayuda a enfrentar los males que traen consigo la estupidez y la maldad. Pues bien: doña Tebaida se jacta de que nadie la ha visto reír desde que cumplió 5 años. Si me es permitido un símil de uso en el Potrero de Ábrego, la señora es más seria que un puerco meando. Eso no sólo la hace estar siempre aburrida: también la lleva a aburrir a los demás. Sé que estoy incurriendo en maledicencia, pero me justifico evocando la amabilísima figura de Don Juanito de la Peña, maestro que fue de Química en el glorioso Ateneo Fuente de Saltillo. Describía al plomo: “Es un metal pesado, oscuro, maloliente y venenoso”. Hacía una pausa y añadía luego como disculpándose: “Y no es que esté yo hablando mal del plomo. Es que el plomo así es”. Pues bien: así es doña Tebaida Tridua, y ni modo. Todo esto viene a cuento por uno que sometí a la consideración de la señora a efecto de conseguir su autorización —es Presidenta ad vitam interina de la Pía Sociedad de Sociedades Pías— para narrar aquí ese relato. Lo leyó doña Tebaida y al punto se le presentó un violento episodio de urticaria que le cubrió la región glútea de pústulas erisipelatosas que le impidieron sentarse durante varios días. Su médico de cabecera le trató el mal con un caterético, y prescribió además a la paciente tomar cada hora una permistion de té de tila con infusión de cuasia, que hace volver a su estado natural los humores de bilis y atrabilis… FIN.