- Por CATÓN / columnista
A la hora del té lord Feebledick le dijo con británica flema a su mujer: “Supe que estás teniendo relación carnal con el chofer, el mayordomo, el repostero, el caballerango, el jardinero, el encargado de la cría de los faisanes, el montero, el pastor de la iglesia y el herrero”. Preguntó lady Loosebloomers: “¿Quién dice eso?”. “El Times de Londres –respondió lord Feebledick-. La noticia viene en la primera plana. Mira”. Y le mostró el periódico. Leyó la nota la señora y declaró luego con enojo: “Está incorrecto el Times”. Manifestó lord Feebledick: “Muy raras veces se equivoca”. “El dato es cierto –concedió lady Loosebloomers-, pero la lista está incompleta”… Doña Cholita y don Cuquino cumplieron 65 años de casados. El viejecito le dijo a la ancianita: “Perdóname, pero no puedo recordar tu nombre. ¿Cómo te llamas?”. Doña Cholita vaciló, y luego preguntó a su vez: “¿Para cuándo necesitas el dato?”… Un dios luminoso y un oscuro ángel se juntaron, y en el curso de un día y una noche inventaron ese juego al mismo tiempo divino y demoníaco que es el ajedrez. Quienes se dedican profesionalmente a ese juego de escaques y trebejos blancos y negros suelen llegar con frecuencia a la gloria y luego a la locura. Yo nunca juego al ajedrez. Yo todos los días juego al ajedrez. Quiero decir que hace años dejé de jugar con otro jugador. Si el rival me vencía quedaba yo poseído por una profunda depresión que me duraba días; si le ganaba yo era peor: sentía una soberbia luciferina que me enturbiaba el alma. Opté entonces por jugar sólo y solo con la computadora. Si la diabólica máquina me gana digo una palabrota y aquí no ha pasado nada, y si le gano yo experimento nada más una satisfacción modesta. Lo digo porque vi la serie “Gambito de dama”, que trata de ajedrez, y me pareció espléndida. Incluso los ajedrecistas la encontrarán así, pues su argumento se corresponde exactamente con esa infinita trama –lo dijo Borges- que es el ajedrez. En ese juego, lo mismo que en la música, se da con frecuencia el caso de los niños prodigio. Antes de la pandemia –pretérito perfecto- me gustaba ir a comer en la Casa de Tlaxcala de la Ciudad de México, porque en la antigua finca donde está esa representación vivió José Martí, el de la rosa blanca. Notable ajedrecista, cuando estuvo aquí le pidió al presidente de un club de ajedrecistas que le consiguiera un gallo para medirse con él. “Gallo no tengo –le informó el otro-, pero le tengo un pollo”. El tal pollo era un niño de 11 años que con facilidad venció al héroe cubano. Ese niño, llamado Antonio Rodríguez, era coahuilense, nacido en Parras de la Fuente. Su padre lo había llevado a la Capital para dar a conocer su genio. Ahora, con “Gambito de dama”, el ajedrez se ha puesto de moda en todo el mundo. Ojalá también se hiciera alguna serie sobre el amor al prójimo, la tolerancia, la bondad y el bien… Ya conocemos a Capronio: es un sujeto ruin y desconsiderado, un individuo de la peor calaña. Le contó a un amigo: “Fuimos en familia a la peregrinación de San Pacomio, y sucedió un gran milagro”. El amigo se interesó: “¿De veras?”. “Sí, confirmó Capronio-. En la multitud se perdió mi suegra”… El médico le informó a la esposa del paciente: “Después del accidente que sufrió, su marido tendrá el 50 por ciento de su capacidad mental”. “¡Fantástico, doctor! –se alegró ella-. ¡Antes tenía nomás el 25!”… Otro cuento parecido… Cierto señor necesitó una intervención quirúrgica para que le sacaran el apéndice. Su señora le preguntó al cirujano: “¿Podrá mi marido hacer el amor después de la operación?”. “Claro que sí” –respondió el facultativo. “¡Qué bueno! –exclamó la señora-. ¡Hace más de 5 años que no puede!”… FIN.