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De política y cosas peores

Superiberia
  • Por CATÓN / columnista

“Soy Caperucita de Feroz” –se presentó. “¿De Feroz?” –se sorprendió uno-. ¿Qué no te comió el lobo?”. “No –replicó Caperucita-. El editor del cuento puso una letra por otra”… Un individuo de siniestro aspecto acudió a la consulta del doctor Ken Hosanna. Después de examinar al tipo el médico le dijo: “Advierto en usted un cuadro extremo de estrés. Bájele al trabajo”. “Yo no trabajo –manifestó con voz ronca el sujeto-. Soy terrorista”. “De cualquier modo bájele – repitió el facultativo-. No más de una bomba por semana”… Don Wormilio le confió a un amigo: “Le voy a proponer a mi esposa que compartamos el trabajo de la casa”. Se sorprendió el amigo: “¿Eres feminista, o te volviste partidario de la igualdad de géneros?”. “No –contestó don Wormilio-. Le voy a pedir que compartamos en trabajo de la casa porque yo solo no puedo con todo el quehacer”… Los dos marineros cuyo barco naufragó llegaron a una isla después de varios días de flotar asidos a un madero y vieron en la playa dos grandes tiendas de campaña. “¡Estamos salvados!” –exclamó uno lleno de alegría-. ¡La isla está habitada!”. “No estés tan contento –dijo el otro al tiempo que examinaba una de las enormes tiendas-. Creo que llegamos a un sitio peligroso. Aquí dice: ‘Brassiére. Talla chica’”… La democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Ése es el problema. Sucede que raras veces el pueblo está preparado para elegir bien. Dígalo si no el episodio de Jesús y Barrabás. Dígalo también el hecho de que Hitler fue elegido democráticamente, o en nuestro tiempo Trump. En ejercicio de la democracia el pueblo, puesto a elegir entre uno que le garantiza un buen gobierno y otro que le ofrece mil 200 pesos al mes, votará por el que le ofrece los mil 200 pesos al mes. En una sociedad ideal la democracia sería el gobierno de los pocos mucho en beneficio de los muchos poco. Con eso quiero significar el gobierno de los pocos que son mucho, saben mucho y tienen mucho, y que gobiernan para buscar el bien de los muchos que son poco, saben poco y tienen casi nada. A eso algunos le llamarían gobierno aristocrático. No se equivocarían, pues aristocracia es, etimológicamente, el gobierno de los mejores. Sé bien que lo que estoy diciendo no es políticamente correcto, pero es cierto. Lo malo de este tipo de gobierno, el aristocrático, es que  por causa de la flaqueza humana, del egoísmo y la ceguera, los pocos que gobiernan acaban siempre haciéndolo en su propio beneficio y no en el del pueblo. De ahí surgen las grandes revoluciones, lo mismo la francesa que la rusa y la de México. En el fondo la elección de López Obrador fue una revolución contra un gobierno aristocrático, el de aquellos que pudiendo ser los mejores se volvieron los peores por obra de la corrupción. En este caso la democracia sirvió para enmendar una grave equivocación cometida en el ejercicio de la democracia. Ahora el nuevo régimen está cometiendo sus propios yerros. Esperemos que en el futuro la democracia sirva para enmendar estos errores… A Pirulina, muchacha sabidora, le gustaba mucho Candidito, ingenuo joven sin ciencia de la vida. Lo llevó en su automóvil al solitario paraje llamado el Ensalivadero, lugar de acogimiento para parejas en plan húmedo, y ahí le dijo con voz insinuativa: “Los pajaritos lo hacen. Las mariposas lo hacen. ¿Por qué nosotros no lo hacemos?”. Candidito se rió. “¡Ay, Pirulina! ¿Cómo crees que nosotros vamos a poder volar?”… Don Cucoldo llegó a su casa cuando no era esperado y sorprendió a su mujer en brazos y todo lo demás de un individuo. El mitrado señor se dirigió, furioso, a su mujer: “¿Quién es este hombre?”. “No sé –respondió ella-. Pregúntale tú”… FIN.na, Armando. O así es mi naturaleza, no lo sé… FIN.

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