- Por CATÓN / columnista
“Mi marido me abandonó para irse con mi mejor amiga”. “Ahora entiendo por qué andas tan triste”. “Sí. ¡Vieras cómo la extraño!”… Oscura era la noche, de las más frías del invierno. El galán y su novia iban en el coche de él y al vehículo se le bajó una llanta. El muchacho la cambió en medio de las sombras y del cierzo. Cuando volvió a subir al automóvil traía las manos heladas. “Déjame calentártelas” –le dijo su dulcinea. Y en modo por demás caritativo se las puso entre los muslos a fin de darles su calor. El humanitario propósito se cumplió: las manos del muchacho quedaron bien pronto calientitas. Manifestó él: “También se me enfriaron las orejas”… Doña Fecundina tuvo quíntuples. El padre Arsilio la visitó en la sala de maternidad. “Te felicito, hija. El Señor te sonrió”. Acotó, mohíno, el esposo de la multípara señora: “Más bien se echó una carcajada”… El tímido muchacho abordó en la calle a la pizpireta chica. “¿Me permite un segundo, señorita?”. “Sí –concedió ella de inmediato-. Pero primero recuérdame cuando te permití el primero”… Si tuviera yo un Detente como el que usa López Obrador se lo pondría enfrente a Trump, amigo de AMLO, pero enemigo de México y de los mexicanos. Espero que este fin de semana se confirme definitivamente el triunfo de Joe Biden. De ese modo el mundo y quienes lo habitamos nos veremos libres de la odiosa lacra que es el actual ocupante de la Casa Blanca. Me preguntan mis cuatro lectores si he mantenido la promesa que hice de no pisar suelo de Estados Unidos mientras ese individuo fuera su Presidente. Claro que la he mantenido. Procuro no ser como aquel tipo que decía: “Soy hombre de una sola palabra: rájome”. Fiel a mi juramento llevo cuatro años ya sin ir “al otro lado”. Desde que enhoramala Trump fue electo dejé de dar conferencias en el país vecino; me perdí el goce de ver a los buenos amigos que allá tengo y de ir a sitios muy queridos. Quijotada la mía, ciertamente, pero cumplida al pie de la palabra. Si los mismos electores que cayeron en el tremendo error de llevar a Trump a la Presidencia tienen ahora el acierto de sacarlo de ella, iré en peregrinación a los Santos Lugares –Saltillo, Arteaga, Potrero de Ábrego, el Jagüey-, daré gracias a toda la corte celestial: ángeles, arcángeles, serafines, querubines, principados, tronos, virtudes, potestades y dominaciones, y tan pronto se abra la frontera, cerrada ahora por causa del coronavirus, volveré a comprar un libro en Barnes and Noble, a disfrutar el lumberjack’s breakfast en el Denny’s, a comprar chacharitas en la pulga dominguera de Port Isabel y a caminar de madrugada en compañía de mí mismo por la playa de la Isla del Padre, sencillos placeres, pero evocadores y entrañables, de los cuales estos años me he privado, único medio que encontré de protestar por los agravios que a mi país y a su gente infirió Trump cuando fue candidato la primera vez. “Tú y tus promesas”, dice mi señora. Y dice bien. Yo y mis promesas… Don Cucoldo le mostró a su compadre Pitorrango el bebé que días antes había dado a luz su esposa. “Es mi vivo retrato –le dijo con orgullo-. Tiene mis ojos, mi nariz, mi boca…”. “Es cierto –reconoció el compadre-. Pero el lunar que tiene en la nalguita izquierda es de mi comadrita”… A aquel sujeto lo apodaban “El doctor Shivago”. Por chiva y por vago… En el bungalow de playa dio principio la noche de bodas. Entregados estaban los recién casados al deliquio pasional cuando se abrió de pronto la ventana y asomó por ella un antiguo novio de la desposada. Le preguntó a la estupefacta chica: “¿Significa esto, Melisenda, que todo ha terminado entre nosotros?”… FIN.