POR: CATÓN/Columnista
Afortunada selección de lo más representativo
Avidia, codiciosa mujer, soñaba en casarse con don Crésido, añoso caballero, pero rico. Le dijo para animarlo: “Quizá tendremos hijos”. “Imposible –opuso el valetudinario-. Mis papás no me permiten tener hijos”. “¿Tus papás?” -se asombró la gold digger. “Sí –suspiró don Crésido-. La Madre Naturaleza y el Padre Tiempo”… En aquella región los granjeros se dedicaban todos a la crianza de cerdos. En junta de productores dijo uno: “Para mejorar el precio de las crías cruzo mis puercas con un semental Duroc-Jersey”. Declaró otro: “Yo las cruzo con un Yorkshire”. Manifestó un tercero: “Yo empleo un semental Chester”. Otro granjero, el de mayor edad, oía todo aquello sin hablar. “Y tú -le preguntaron- ¿qué haces para mejorar el precio de tus puercos?”. Respondió el hombre: “Cruzo mis cerdas con un turista”. “Con un ¿qué?” -se asombraron todos-. “Con un turista -repitió el señor-. Las dejo sueltas cerca de la carretera ¡y vieran el precio que les saco a los turistas cuando las atropellan!”… Eran las 3 de la mañana y el marido no llegaba a casa. Lo hizo a las 3 y media y empezó a pegar de gritos y a dar grandes golpes en la puerta. Su esposa asomó por la ventana del segundo piso y le dijo que no le abriría. El ebrio elevó aun más el tono de la voz, con lo que todos los vecinos salieron a averiguar lo que pasaba. El beodo se dirigió a ellos: “Mi mujer no me quiere dejar entrar, amigos -les dice-. Presume de virtuosa, pero, para que lo sepan, yo la llevé a la cama antes de casarnos”. “Eso no tuvo gracia, vecinos -informó la mujer desde la ventana-. Lo mismo hicieron todos sus amigos”… Cada libro de un escritor es su autobiografía. Hasta en un tratado de matemáticas el autor está presente. Hay libros, sin embargo, cuyas páginas son el cuerpo y el alma de quien lo escribió. A esa categoría pertenece mi más reciente libro: “Lo mejor de Catón”. Mis sabios editores de Diana hicieron una afortunada selección de lo más representativo de mi obra, tanto histórica como política, anecdótica, humorística, poética y demás esdrújulas. En el libro hay centenares de cuentos picarescos, relatos de la vida real, epigramas, reflexiones acerca de la vida –ésta y la otra-, y abundancia de cosas inéditas. Incluso hay ahí sonetos y otros atrevimientos líricos nunca antes publicados. Quien lleve ese libro a su casa me llevará a mí. Presentaré esa obra (quizá sea la última que habré de presentar) en la Feria del Libro del Palacio de Minería, mañana domingo a las 11 horas. Me acompañarán mis cuatro lectores, entre los cuales te cuento. Te contaré cosas de mi vida de escritor y, por primera vez en mis presentaciones, me permitiré un desahogo personal que quizás a algunos escandalizará, pero que me saldrá de lo más hondo de mi ser. ¡Ahí te espero!… Volupticio, mancebo con la hormona alborotada, llevó en su automóvil a Dulcilí, muchacha ingenua, al romántico paraje llamado El Ensalivadero. Ahí le pasó un brazo sobre el hombro. Luego, como quien no quiere la cosa, le puso una mano en la rodilla. Después, conforme a un plan preconcebido, empezó a hablarle de lo breve que es la vida, a fin de convencerla de disfrutarla ahí mismo. “Dulcilí –empezó, solemne-. Estoy pensando en el más allá”. “Me lo imagino -repuso la muchacha-. Pero no subas la mano de ahí donde la tienes ya”… Doña Vedova acudió ante un abogado y le dijo: “Vengo a verlo porque mi esposo murió intesticulado”. “Querrá usted decir ‘intestado’, señora” -la corrigió amablemente el licenciado. “No -replicó la mujer-. Intesticulado. El médico le iba a hacer la circuncisión y se le pasó la mano”… FIN.