Por: Gilberto Nieto Aguilar / columnista
La imagen del Siglo XIX fue la Revolución Industrial -iniciada en Inglaterra a fines del Siglo anterior–, junto a una serie de revoluciones políticas a ambos lados del Atlántico que sientan las bases de los sistemas políticos contemporáneos y que tuvieron su expresión en cuatro corrientes ideológicas que dominan en el Siglo XIX: el idealismo, el liberalismo, el nacionalismo y el socialismo. En el desarrollo del pensamiento político, éste se nutre de fuentes muy diversas estando, por una parte, sometido a los hechos y aspiraciones predominantes en cada tiempo y lugar, y por otra, a las direcciones paralelas de las ideas en general.
Entre 1880 y 1914 se levantan las voces contra el fenómeno imperialista de algunos países europeos y de Estados Unidos. La teoría del “equilibrio” en la política europea se ve roto con la presencia de la Alemania unificada de Bismarck, y las alianzas, los afanes de expansión y la política de bloques conducen a la I Guerra Mundial de 1914 a 1918. Después de esta conflagración, por más que se dijo y se deseó, nada volvió a ser igual en la Europa del Siglo XX.
Todavía sufrieron la pesadilla de la II Guerra Mundial de 1939 a 1945, un grave atropello a la dignidad humana, para después extender por todo el mundo los principios de la democracia, mostrándose como el modelo de organización social y de Gobierno al que podían aspirar las naciones que respetan la libertad y los Derechos Humanos bajo la premisa de que es la democracia, en contraste con otras formas de Gobierno, la que más libertades y derechos otorga al ciudadano.
En el Occidente industrializado se produjo el triunfo de la democracia liberal y la elección por sufragio universal se convirtió en norma. La democracia liberal quiere ser portadora de valores, principios, ideales, distribuciones, instituciones, derechos y diferentes acciones en favor de la protección de las libertades del individuo, lo que abre puertas de esperanza para los grupos marginados. Se presume una democracia política donde el poder público es controlado por medio de mecanismos institucionales que limitan y sancionan el eventual abuso del poder.
Pero, como dijimos anteriormente, lo que se dice en el discurso muchas veces no llega a realizarse en la vida cotidiana, por mucho que la fusión del liberalismo y el constitucionalismo pretendan impulsar gobiernos más responsables, transparentes, eficaces y centrados en la defensa del interés público. Quizá las aspiraciones predominantes pudieran unificarse a través de las modernas tecnologías de la comunicación y de las redes sociales si transmitiesen la información adecuada para fortalecer los procesos democráticos, cosa que al Gobierno no le interesa. Tales contenidos informativos debieran mover más razones que sentimientos, más análisis que emociones, extendiendo entre los ciudadanos nociones para comprender qué es la libertad, y otros conceptos como igualdad, legalidad, justicia, diversidad, inclusión, pluralidad, derechos humanos, obligaciones. Esta comunicación tendería a elevar el nivel de comprensión, de abstracción y, a la larga, de complejidad para analizar las ideas y convertirlas en acciones y prácticas cotidianas de vida.
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