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De despensas y clientelismo criminal

Superiberia

Eduardo Guerrero
Columnista

No hay nada nuevo bajo el sol. Desde siempre, los capos suelen tener inclinaciones filantrópicas. En ello no se distinguen de muchos otros magnates. Independientemente de la religión y el régimen político, la caridad es uno de los medios más efectivos para construir legitimidad. No hay reputación turbia que no se limpie con unos cuantos millones invertidos en causas nobles. También es relativamente normal que los criminales sean los primeros en responder en tiempos de emergencia. Los fondos del crimen organizado son líquidos. Pueden desembolsarse sin mayor trámite, a diferencia del dinero público y de los donativos corporativos.

No todo es frío cálculo. Los capos ayudan a los pobres porque pueden y también porque se identifican con ellos. En México la delincuencia ha sido una de las pocas rutas de ascenso social siempre abierta para la población de escasos recursos. Así que la beneficencia criminal es casi una constante histórica. Durante la gran depresión, Al Capone financió cocinas comunitarias en Chicago. Después del terremoto que sacudió Japón en 2011 la Yakuza no tardó en llevar ayuda a los damnificados. Todos los años el crimen organizado en México regala juguetes y organiza verbenas en comunidades pobres.

Dicho lo anterior, no deja de ser inquietante el descaro con que en estos días los sicarios del Cártel del Golfo, del CJNG o de Los Viagra han organizado entregas de despensas en rancherías y colonias populares. Por supuesto, no cometen ningún delito al llevar ayuda a las familias necesitadas –si obviamos el pequeño detalle de la portación de armas. Sin embargo, los capos no sólo quieren ayudar y de paso legitimarse. Su mensaje es doble: por un lado, en efecto, buscan ganarse a la gente (o, más bien, reafirmar su alianza con las comunidades que ya tienen ganadas); por otro lado, quieren llamar la atención de sus rivales y del propio gobierno. Por eso no mandan sobres con dinero ni entregan el apoyo de forma discreta. Por eso exhiben en redes sociales las cajas rotuladas, las pick up con mantas, las imágenes de familias confiadas y agradecidas en compañía de sus sicarios. Al hacerlo, marcan su territorio. Por esa misma razón es relevante la coyuntura. La pandemia hace que la ayuda sea más necesaria, pero también más notoria. Por esto es que, en una coyuntura de vacas flacas, para el crimen “dar limosnas no empobrece, antes, su poder acrece” –para parafrasear un viejo refrán popular.

Vale la pena poner las cosas en su justa dimensión. No tenemos una idea muy clara de la magnitud de los apoyos que se están repartiendo a nombre de los cárteles, pero en términos cuantitativos no parece tratarse de gran cosa. Algunos medios reportaron, por ejemplo, que las hijas del Chapo Guzmán entregaron 480 despensas por colonias de Guadalajara. Una cantidad francamente nimia si pensamos en los recursos del Cártel de Sinaloa. En muchas de las imágenes que han circulado con escándalo por redes sociales sólo se alcanzan a ver algunas pocas decenas de cajas o bolsas con artículos de primera necesidad.

En la crisis que se viene las despensas de los narcos no van a aliviar la pobreza de un sector significativo de la población. No son, al menos hasta ahora, un esfuerzo masivo. Las despensas son una pequeña inversión estratégica. Ésa es su importancia. Si ponemos atención, podrían darnos información sobre las prioridades de los distintos grupos. De entrada, nos indican algunas colonias y pueblos que los criminales consideran importantes. Por ejemplo, el Señor de los Gallos, aka El Mencho, mandó repartir despensas en el municipio de Cuautitlán de García Barragán, Jalisco. Se trata de una zona de cultivo de amapola donde elementos de Sedena realizaron pocos días atrás labores de destrucción de plantíos. Los sicarios de Los Viagra fueron filmados mientras repartían despensas en Acahuato, una localidad michoacana conocida por su Santuario de la Virgen de la Candelaria, pero que también está enclavada en una zona repleta de narcolaboratorios. Evaristo Cruz, El Vaquero, mandó despensas a algunas colonias de Ciudad Victoria (en su caso, podría estar preocupado de que la gente lo denuncie, pues la Fiscalía General de Justicia de Tamaulipas quiere capturarlo). Por alguna razón que ignoro, al Z-45, un personaje oscuro hasta ahora, le interesa volverse popular en Coatzacoalcos.

En conclusión, los criminales que entregan despensas no hacen nada realmente inédito. Desde siempre han repartido ayuda a los pobres por una mezcla de interés, vanidad y genuina preocupación. Tampoco buscan suplantar a la autoridad (eso ya lo han hecho, de forma fragmentaria, a lo largo de muchos años). Algunos cientos o miles de bolsas no alcanzarán, ni remotamente, para llenar los enormes vacíos que el gobierno ha dejado ante la contingencia. Lo que los criminales buscan con las campañas de despensas de los últimos días es aprovechar la crisis para marcar su territorio y cortejar pequeñas clientelas que hoy les resultan importantes.

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