Un cartel anuncia el festival de música más importante del estado de Veracruz. Miles de jóvenes y no tan jóvenes, provenientes de los más diversos confines, acuden a la cita para escuchar artistas internacionales que rara vez se presentan en México. ¿Quién no quiere ver a Björk en vivo? Es impresionante la publicidad y el orgullo porque en el país se organicen concentraciones de tal magnitud. Es loable también que los organizadores busquen mezclar música mexicana o latinoamericana, como la banda sinaloense o la cumbia, con las expresiones más alternativas del rock y la música electrónica. Bravo.
El arte del cartel publicitario para éste y los años anteriores incluye elementos de la cultura regional: la totonaca. Dos voladores de Papantla a los cuales les han atenuado los vivos colores rojos y colorados del traje típico por un azul más indie ilustran la Cumbre Tajín 2014. Recibir la primavera en lo que fue el centro del imperio Totonaco, “la revelación de lo posible” según los organizadores, la revalorización de la cultura antigua. Todo tan místico que garantiza un “viaje” excepcional. Se inaugura con un ritual y “limpias” y el “renacimiento del ser” y bla bla bla. Maravilloso. ¿Y los indígenas?
Hace unas semanas la organización civil Calixaxan AC, con sede en Coyutla, Veracruz, informó de un bloqueo carretero por parte de indígenas totonacas que exigían mejores condiciones de vida y un poco de justicia en el reparto de las utilidades por la explotación de su cultura. “La cumbre Tajín es y será siempre una farsa si no hay desarrollo en la sierra del totonacapan”, rezaba una manta de la protesta. He ahí el pueblo y la cultura viva del totonacapan, ésa que los gobiernos estatales y Ocesa no quieren ver ni mostrar justo por eso, porque está viva y se mueve. Porque estorba menos a la vista un ícono de dos voladores de Papantla.
¿No ha explotado ya suficiente el capital a los indígenas? Como para venir ahora con este folklorismo posmoderno. Está muy bien que se organicen eventos de música, pero sin hipocresía filantrópica ni la pretensión de que son para el desarrollo los pueblos indígenas, sea cual sea. La Cumbre Tajín se perfila para ser otra Guelaguetza oaxaqueña que de indígena no tiene nada y se vende como el “homenaje a las etnias de México”. Y por ella ganan hoteleros, transportistas, restauranteros, artesanos, ambulantes. Y algunos cuantos empleos de indígenas como meseros para dar el toque local a los servicios.
La Cumbre Tajín cumple 15 años y la Guelaguetza, más de 80. ¿En qué han beneficiado a los pueblos indígenas de sus respectivos estados? Salomón Baz Baz, director de la cumbre, aduce que ahora a los indígenas ya no les da vergüenza hablar su lengua o vestir sus vestidos. ¿Eso es mérito de la cumbre?
En 15 años ¿cuánto han ganado los patrocinadores del evento y cuál ha sido el avance cualitativo o cuantitativo en el desarrollo de los pueblos de la sierra del totonacapan? No está claro.
En 2005, trabajando con productores de café y pimienta de comunidades de Coyutla, pude observar que para los indígenas totonacas la Cumbre Tajín es tan ajena y distante como el festival Lollapalooza o el Vive Latino; están completamente excluidos de todo eso, entonces ¿por qué usar sus rasgos de identidad como elementos del marketing? ¿Por qué lo permitimos?
Lo permitimos desde fuera porque dentro están los totonacas, bloqueando carreteras, demandando que los potentes reflectores de la Cumbre Tajín no los invisibilicen. Porque entre más se les expone, menos se les observa. Porque la realidad en los días que no hay Cumbre Tajín no es glamorosa. Porque la sierra del totonacapan no es solamente el sitio ceremonial con la fascinante pirámide de los nichos sino que hay un entramado complejo de desigualdad, sobreexplotación, sistemas productivos de café bajo sombra decadentes y con pocas alternativas de cambio, abandono y negación entre un sinfín de condiciones.
La Cumbre Tajín es un arma de doble filo que puede generar empleos y desarrollo, pero también puede exculpar a los gobernantes, lanzar al mundo la imagen falsa de atención a los pueblos originarios, de inclusión y aceptación. Porque el resto del mundo pensará que “las cosas no pueden estar tan mal allá si van artistas de tal talla a cantar”. He ahí el riesgo de la publicidad y la explotación cultural del Tajín. No todo es música y diversión, no todo es danza en el aire.