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“Cuando recibí su carta, a Colosio ya lo habían asesinado”

Superiberia

 

Parte 3 de 4

 

Regresé a finales de febrero a una reunión con el secretario de Agricultura y Recursos Hidráulicos, Profr. Carlos Hank González. Me vi con Heriberto Galindo. Me dijo que Luis Donaldo Colosio me invitaba a acompañarlo a una comida que ofrecía el eminente cardiólogo Teodoro Césarman en su casa de las Lomas de Chapultepec. Pensé que era una ocurrencia de Heriberto y así se lo manifesté, pero precisó: “No, Dante. En verdad te invita y quiere incluso que te sientes en su mesa. Desea verte”.

En la casa del doctor Césarman había relevantes actores políticos a quienes conocía. Entre ellos, Mario Moya Palencia, Pedro Ojeda Paullada, Alfredo del Mazo, Beatriz Paredes, María de los Ángeles Moreno y don Adolfo Lugo Verduzco. Me confirmaron que tenía un espacio reservado en la mesa del anfitrión y de Luis Donaldo, quien ya ocupaba su lugar. Le pedí a Heriberto que le comunicara a Colosio que al término de la comida platicaría con él y agregué: “Después te digo por qué no me siento en la mesa del Dr. Césarman y de Colosio”.

Condescendiente y siempre cuidadoso de las formas, Heriberto Galindo ocupó el lugar que me tenían reservado. Minutos después llegó al convivio don José Iturriaga, historiador, escritor, diplomático, gran intelectual progresista, merecedor años mas tarde de la presea “Belisario Domínguez”; en suma, uno de los últimos grandes mexicanos del siglo XX. Entonces Heriberto le tuvo que ceder el lugar y se vino a la mesa, en la que estaba sentado, entre otras personas, con el licenciado Enrique Herrera Bruquetas, entonces vicepresidente de Televisa.

Recibí a Heriberto con estas palabras: “¿Ya ves por qué no me quise sentar en esa mesa? Porque pensé que si hubiera llegado un personaje a quien respetara, el primero en pararse sería yo; nadie de los que estaba ahí iba a ceder su lugar cerca del candidato”.

Me contestó Heriberto: “No Dante, no digas eso; en ese caso habrían acercado otra silla”.

“No, nadie de esa mesa se hubiera parado; además, don Pepe Iturriaga debe estar ahí porque le conviene al candidato”, repuse.

Antes de que terminara la comida, Heriberto de nueva cuenta regresó para indicarme que Luis Donaldo deseaba platicar conmigo. Detrás de él ya venía Colosio, que había dejado la mesa principal.

“Dante, ¿cómo estas? ¿Qué te parece la campaña?”, me preguntó Luis Donaldo.

Le respondí que muy mal. Y agregué: “Tienes que meterle más empuje Luis Donaldo, que vean toda tu enjundia; te tienen eclipsado los medios por el problema del levantamiento zapatista y el protagonismo de Manuel Camacho; debes hablar con él y ser mucho más contundente. Las pintas en las bardas nada más dicen ‘Colosio’, no dan un mensaje, y tú debes de posicionarte también ante la sociedad porque tienes un entorno muy difícil; así que te recomiendo que aprietes más, que sea más claro tu mensaje y que refuerces la campaña, porque como va, va mal”.

“Te agradezco mucho la opinión, pero hay que reflexionar más. ¿Tu así la ves de mal?”, repuso Luis Donaldo.

Le reiteré: “Pues sí, debes ser más resuelto”.

Terminamos el diálogo; él pasó a otras mesas a saludar invitados. Yo tenía la cita con el profesor Carlos Hank González, a quien siempre respeté; por cierto, había sido vehículo del presidente para invitarme a ser procurador general de la Republica cuando dejara el cargo el licenciado Ignacio Morales Lechuga, oferta que decliné al presidente. El caso es que salía de prisa para ver en su casa al secretario Hank en mi calidad de embajador en Italia, pero sobre todo como representante ante la FAO. Me alcanzó Heriberto y me dijo que Colosio quería que me fuera con él, para conversar en su automóvil. Le pedí a Heriberto Galindo que me disculpara y le mencioné mi reunión programada con el secretario de Agricultura. Le manifesté que tenía que verlo para precisar la posición de México ante la FAO.

Todavía me comentó Heriberto que él lo comprendía, pero que Colosio quería hablar conmigo. Más tarde me llamó por teléfono para decirme que Luis Donaldo me invitaba al evento del Monumento a la Revolución el 6 de marzo. Ese día me fui a Roma sin volverlo a ver.

El 17 de marzo, a primera hora, me llamó a Roma Luis Martínez Fernández del Campo desde su departamento en la colonia San Miguel Chapultepec, casi frente al bosque, en la Ciudad de México, para decirme:

“Dante, te llamo para saludarte y comentarte que estuvimos hablando de ti un gran rato Luis Donaldo Colosio y tu servidor; se expresa muy bien de tu trabajo y me pidió te diga que es tu amigo y que te hace caso. Acaba de terminar la reunión de acercamiento entre Luis Donaldo y Manuel Camacho en mi casa, y Colosio me solicitó te lo informara. Felicidades compadre”.

El embajador en Italia también lo es concurrente en Albania y Malta. Cuando asesinaron a Luis Donaldo me hallaba en Malta, presentando mis cartas credenciales.

 

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