Gilberto Nieto Aguilar
Columnista
En términos generales, la conciencia se define como el conocimiento que la persona tiene de sí misma, de sus actos y de su entorno; la capacidad del ser humano para percibir la realidad y reconocerse en ella. Se refleja en el criterio y la actitud que se asume en el hogar y la familia, en la comunidad y, todavía más allá, en el país y el planeta que habitamos. Se entrevé en el gobierno que elegimos y la forma en que contribuimos con él o le permitimos hacer lo que le venga en gana.
Se advierte en la forma en que nos relacionamos, en la que compartimos y convivimos con los demás. La conciencia social, la conciencia colectiva, arroja luz y conocimientos para percibir el estado de los demás integrantes de la comunidad y de los grupos de convivencia familiar, laboral y social. El individuo con conciencia social es, justamente, consciente de cómo el entorno puede favorecer o perjudicar el desarrollo de oportunidades en los ámbitos cultural, económico, político y social y, muy especialmente, en las personas como entes individuales con un gran potencial en expansión.
La pandemia ha sacudido las conciencias de la mayoría. Ha provocado una forzosa revisión de las estructuras económicas que nos rigen. Ha documentado la fragilidad de los derechos laborales. Ha puesto de manifiesto que en todas partes existen seres a la deriva, dejados de la mano de una sociedad banal, indiferente, egoísta, consumista y de gobiernos que no se han ocupado de ellos.
La conciencia es la comprensión profunda de lo que debe ser, de la axiología de la vida personal aplicada en los ambientes de interacción, como referentes para elaborar un pensamiento y una postura ante la vida que a veces se escapan como el agua entre los dedos de la mano sin poderlos asir, sin poderlos aprehender. Es entendible que existen muchas maneras de comprender la vida y el mundo, de encontrar razones y estímulos para el diario vivir, para dignificar la existencia, mejorar la convivencia, para divertirse y superar los obstáculos y las aberraciones que la coexistencia misma nos plantea.
Es comprensible en estos tiempos el romance con la ciencia y la tecnología. El país no se encuentra aislado ni en un mundo inmóvil. Compartimos una comunidad de destino planetario. En 1932 Paul Valéry dijo –como si fuese hoy– que «La humanidad nunca había reunido tanto poder y tanto desasosiego, tantas preocupaciones y tantos juguetes, tantos conocimientos y tantas incertidumbres. La inquietud y la futilidad se reparten nuestros días». (Discurso sobre la historia).
La conciencia debe analizar, desde adentro, lo que sucede afuera. Las grandes incógnitas crecen por la forma de explorar el entorno, de percibir nuestra presencia en él, de descifrar la existencia, de otorgarle un valor a las cosas, de concederle al pensamiento propio un espacio importante en la concurrencia cotidiana con las demás formas de pensar. Quizá no existe –porque nunca ha existido– una respuesta única.
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