Por CATÓN / columnista
La abuelita le preguntó a su nieto adolescente: “¿Qué estabas haciendo encerrado en tu cuarto?”. Respondió el muchachillo: “Estaba jugando solitario, abuela”. “¡Ay, hijito! –se consternó la anciana. ¡Te vas a quedar ciego y te van a salir pelos en la mano!”. El cuentecillo me hace recordar una advertencia que nuestros padres y maestros nos hacían en tiempos muy pasados: “No hagas cosas buenas que parezcan malas”. Por ejemplo, meterle la mano en el escote a una chica para buscarle la medallita de Santa Reverberación es cosa buena, pero no lo parece. Más que cosa de devoción eso se antoja cosa de sobón.
El hecho de que con toda suerte de pretextos el actual Gobierno esté otorgando contratos sin previa licitación podrá apoyarse en mil variadas justificaciones, pero eso no quita que tales acciones sean contrarias a la Ley. Algún adversario del régimen –lo es todo el que no lo apoya hasta la ignominia– dirá que estamos en presencia de actos de corrupción, pues lo que se aparta de la Ley es por esencia algo corrupto. En fin, todo lo que se hacía antes es malo, y todo lo que hoy se hace es bueno, aunque sea exactamente igual que lo que antes se hacía.
En otros tiempos veíamos algunas cosas buenas que nos parecían malas, acostumbrados como estábamos a desconfiar de los detentadores del poder. Hoy se hacen cosas malas a las que el régimen presenta como buenas, aunque no estén apoyadas en estudios serios, como Santa Lucía y el Tren Maya, o aunque hagan que México sea irrisión del mundo, como la ya tristemente célebre rifa del avión. En fin, así andan las cosas. O así no andan…
El doctor Dyingstone, famoso explorador y misionero, fue con su esposa a lo más profundo de la jungla de Borneo, ahí donde la mano del hombre nunca había puesto el pie. Quería llevar a los salvajes la Buena Nueva, consistente en anunciarles la existencia del pecado, el infierno, el demonio y otras cosas similares que el hombre blanco tenía la gran fortuna de conocer y los nativos no. De pronto salió de entre los arbustos un gigantesco gorila. Sin siquiera saludar tomó en sus membrudos brazos a la espantada esposa del explorador y se perdió con ella en la espesura. La primera reacción del doctor Dyingstone fue compadecer al cuadrumano, pero recordó las enseñanzas de la religión y se propuso rescatar a su mujer, que además se había llevado las llaves de la camioneta.
Después de buscarla varios días dio al fin con ella en el fondo de una cueva, habitáculo del simio. Le dijo a la señora: “¡Vámonos, Gorgolota! ¡Volvamos a la civilización!”. “Ni madres –respondió ella, terminante. La estoy pasando mejor con el gorila que contigo”… Himenia Camafría, madura señorita soltera, lo contó a su amiguita Celiberia: “Anoche un hombre estuvo golpeando la puerta de mi casa de las 11 de la noche a las 3 de la mañana”. “¡Qué barbaridad! –se asustó Celiberia. Y ¿qué hiciste?”. “¿Qué querías que hiciera? –se amohinó la señorita Himenia. Tuve que dejarlo salir”… En la ceremonia nupcial el sacerdote les dijo a los novios: “Los declaro marido y mujer”. Al oír eso la muchacha se alegró. Llena de felicidad le dijo a su flamante esposo en voz que todos pudieron escuchar: “¿Oíste eso, Leovigildo? ¡Ya no va a ser pecado lo que hemos estado haciendo todas las noches!”…
Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, se indignó al ver cómo el panadero daba forma a los panes que iba a hornear: se ponía la masa baja la axila y la aplastaba con el brazo. Le reclamó al dueño de la tahona: “¿Cómo puede usted permitir eso?”. Replicó el tahonero: “Y no me pregunté con qué le hace el agujero a las donas”… FIN.