En una humilde barriada de Guayaquil, en el oeste de Ecuador, Karina Cruz padece un drama adicional a la muerte de su esposo. En medio de la saturación de servicios por la emergencia del nuevo coronavirus, nadie puede recoger el cuerpo de Daniel Larrea que permanece inerte en la sala de su casa desde el lunes.
Daniel era un conductor de Uber, tenía 42 años y pasó siete días con fiebre alta, pero los doctores le dijeron a Karina que no lo llevara al hospital, “porque todo estaba colapsado”. Empeoró y falleció, y aunque la familia cree que fue por COVID-19 nunca se le hizo una prueba.
Su cuerpo yace cubierto con un plástico negro compartiendo espacio con ocho personas que viven ahí.